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«La vejez es mucho más divertida de lo que esperaba». (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de enero de 2016. (RanchoNEWS).- Reproducimos la entrevista de Carlos Fresneda publicada el 2 de junio de 2002 en el suplemento dominical Magazine de El País con motivo del fallecimiento del artista británico.
David Bowie, al cabo de tantísimas reencarnaciones, vuelve a la palestra en su propia piel. El suyo es un «reencuentro» consigo mismo, con la música y con la vida. El nacimiento de su hija y la tragedia del 11 de septiembre empapan su nuevo disco, Heathen, concebido «en ese espacio de tiempo en el que aprendemos a movernos cuando nos hacemos viejos».
Para comenzar... ¿hablamos de las canas?
Es inevitable. No es ningún secreto que me estoy haciendo viejo.
Cincuenta y cinco años...
Camino de los 56. Llega un momento en el que ves la vida como puro progreso. No es que me preocupe esto de acercarme a los 60, pero me cuido más que nunca. Fumo menos, hago gimnasia, estoy a dieta...
¿Y cómo lleva lo de ser padre a estas alturas?
La niña tiene mucho que ver con todo lo que me está ocurriendo. Alexandria tiene 20 meses. Gracias a ella, estoy en contacto con la ultimísima generación (risas)... Ya en serio, su nacimiento coincidió casi con la idea de este disco. En cierto modo, ha sido una manera de cerrar el círculo, de unir los cabos sueltos entre el pasado y el futuro. En ese espacio sin tiempo me siento cabalgando ahora.
¿Le queda mucho trote aún?
Estoy en un momento muy especial, como si se hubiera disparado un resorte mágico. Con este disco he recuperado definitivamente la confianza y me veo capaz de componer aún algunos de mis mejores temas.
¿No le pesa su propia leyenda?
En absoluto. Me siento ligerísimo de equipaje... Por supuesto que estoy orgulloso de muchas de las cosas que he hecho; de otras, mejor no hablar (risas)... No, no miro mucho al pasado. A veces, me vienen escenas cuando estoy de gira e interpreto mis viejos temas, pero intento no caer en la trampa y seguir mirando al frente.
¿De todas sus etapas, cuál se llevaría a una isla a vivir lo que queda?
Tal vez los finales de los años 70. Mudarme a Berlín por esas fechas fue una de las decisiones más inteligentes de mi vida, tanto a nivel personal como musical. Me vino muy bien para romper ataduras y volver a poner los pies en la tierra. Sí, decididamente, Berlín... Y también Nueva York, los últimos 10 o 12 años, desde que conocí a Iman y empecé a sentar cabeza. Ella trajo el equilibrio que le faltaba a mi vida.
¿Y algún momento especialmente nefasto?
Casi todos los 80. Ahí sí que perdí el rumbo. Y lo que es peor: perdí el entusiasmo por la música. Hay algunos temas de aquella época que jamás he podido volver a escuchar. Llegué a una especie de callejón sin salida; creí que nunca más volvería a componer.
Muchos de sus fans tampoco comulgaron con sus experimentos de los años 90...
De eso sí que no me arrepiento. Si he llegado a este punto es precisamente como resultado de todo aquello. Sigo estando al tanto de las nuevas tendencias, pero he perdido la urgencia y el afán por experimentar.
¿Qué música escucha Bowie?
Escucho de todo, desde música clásica a música electrónica. Moby, que es mi vecino, se ha convertido en mi vaso comunicante con lo que se está haciendo ahora.
¿Cree que estamos en la mayor crisis musical de la última década?
Lo que estamos es a las puertas de algo tan fascinante como la invención de la imprenta. Antes de la imprenta, eran los sacerdotes los que decidían lo que debíamos leer. Antes de Internet, era la industria la que decidía lo que debíamos escuchar. Ahora el poder está en manos del usuario del ordenador. Las multinacionales de la música van a quebrar. ¡Boom! Será el final de la industria... Yo no debería decir eso porque tengo el respaldo de una multinacional (risas).
Usted presume de saberlo casi todo de sus fans, ¿cuál es la edad media del oyente de David Bowie?
Sé que hay gente joven que está escuchando mis viejos discos, y eso es algo que me anima enormemente. Aunque cuando escribo un tema, nunca lo hago pensando en una generación. Y menos aún con este último álbum. Creo que ha llegado el momento de reencontrarme conmigo mismo, y Heathen tiene un punto muy personal que no lograba desde hace años... Durante mucho tiempo creí que sólo se podía componer desde la euforia o el desasosiego. Ahora he descubierto una serenidad que seguramente tiene que ver con la edad: me he dado cuenta de que se puede crear música desde ese lugar privilegiado. La verdad, la vejez está siendo mucho más divertida de lo que esperaba.
¿Nunca temió morir joven, como Kurt Cobain o Layne Staley, el líder de los Alice in Chains?
Todos tenemos alguna vez pensamientos suicidas...
La droga sigue haciendo estragos en la tribu del rock...
Siempre habrá droga, siempre habrá jóvenes y siempre tendrán el afán de experimentar. Lo que es absurdo es seguir a estas alturas con ocultamientos y persecuciones, como si todos los jóvenes fueran potenciales delincuentes. Los jóvenes necesitan saber que hay una delgada línea roja que separa la experimentación de la espiral autodestructiva...
¿Usted llegó a cruzarla en algún momento?
Digamos que he visto caer a bastante gente.
¿Conoció a Kurt Cobain?
No, pero he descubierto que teníamos héroes comunes, como Daniel Johnston, un eterno outsider de la escena musical americana. En mi disco he querido contar con el ex Nirvana Dave Grohl... Creo que hicieron una música rabiosamente joven, que supieron captar muy bien ese espíritu de cólera y rebeldía que siempre ha sido la esencia del rock.
¿Qué sentido tiene pues seguir haciendo rock a los 55?
El rock no tiene edad, o no debería tenerla... Es una injusticia que a un pintor, a un escritor o a un director de cine le permitan dar lo mejor de sí después de los 50 y que a un músico le estén castigando siempre con el fantasma de la edad. Lo cierto es que cuando eres joven vives en perpetua tensión, te nutres de la incertidumbre, de no saber lo que te estará esperando a la vuelta de cada esquina. Pero la edad tiene sus ventajas: estás mucho más centrado, aprendes a destilar la creatividad, sabes lo que importa en la vida.
O sea, que el nirvana nos espera después de los 50...
Yo hablo por mi experiencia. No sé si llamarlo felicidad o conocimiento. ¿Sabes? Hacerse viejo consiste en hacerse cada vez menos preguntas, pero cada vez más vitales, del tipo: ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué futuro nos espera? ¿Quién es mejor, Armani o Gucci? (mentira, ese dilema lo resolví de joven). Y así hasta que te queda tan sólo una pregunta, la que te haces en el último momento: ¿Dónde voy ahora? (risas).
¿Y tiene ya preparada la respuesta?
No lo sé, espero poder vivir todavía un puñado de años... Pero sí tengo esa sensación de que me va faltando menos, y miro a mi hija y me preocupa el mundo que le estoy dejando: la desesperación, la angustia, el miedo. A esta historia le dedico uno de los temas más sentidos del nuevo álbum: Demand a Better Future (Exijo un futuro mejor). Creo que Dios nos está fallando.
¿Dónde estaba usted el 11 de Septiembre?
Me pilló fuera de Nueva York. Estaba acabando de grabar el álbum, en unos estudios cerca de Woodstock, completamente aislado, en lo más alto de una montaña. Estaba tan tranquilo cuando me llamó mi mujer, aterrorizada, al teléfono. Puse la televisión, y al cabo de unos minutos se estrelló el segundo avión. Ella lo vio venir por la ventana. Dijo: «¡Oh, Dios mío, otro avión!». Mi reacción inmediata fue decirle: «¡Os están atacando, salid de allí cuanto antes!». Entonces cogió a la niña y empezó a caminar hacia la parte alta de la ciudad, unas 15 manzanas. No había manera de pillar un taxi. Se fue a casa de unos amigos y a los dos días volvió a nuestra casa. Iman es muy determinada, muy fuerte, nada le da miedo... Me dijo que siguiera grabando, que acabara mi trabajo... Yo volví cuatro días después. Mi primera impresión fue de devastación absoluta, como en una guerra. Todo estaba lleno de barricadas, de cemento, con la guardia nacional patrullando en cada esquina... Les tuve que enseñar el pasaporte para poder entrar en mi casa.
¿Cómo afectó aquello al disco?
Casi todo el trabajo estaba ya hecho. Es curioso; mucha gente me ha dicho que hay temas que parecen directamente inspirados en lo que ocurrió el 11 de Septiembre. Pero mi visión de hacia dónde camina el mundo era ya así antes. Las cosas han empeorado, no cabe duda. Y mucho me temo que no mejorarán de aquí a que me muera.
¿Volvería a cantar aquello de «Me dan miedo los americanos»?
Vivo en Nueva York, que es un maravilloso accidente, mi lugar en el mundo: un sitio que no tiene nada que ver con el resto del país. Pero la América profunda me sigue dando miedo. Me da miedo la arrogancia, la prepotencia, la ceguera ante los problemas que acucian el mundo... El Gobierno americano se ha comportado de un modo muy mercenario en las últimas décadas: no me sorprende que haya gente en el mundo con 50.000 razones para odiarlo. Aunque nadie aquí podía imaginar un ataque de ese calibre. Viviendo en América pierdes el norte, te olvidas de que existe el resto del planeta. Yo, para poner los pies en la tierra, tengo que comprarme todos los domingos la prensa británica.
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