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Rodolfo Alonso junto a su colega y amigo Juan Gelman. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de enero de 2016. (RanchoNEWS).- La prestigiosa casa estadounidense de estudios reunirá el archivo epistolar y fotográfico del autor de Música concreta. Incluye cartas de Augusto Roa Bastos, Juan Gelman, Drummond de Andrade, Claudio Magris, Ernesto Sabato y María Elena Walsh, entre otros. Reporta Silvina Friera para Página/12.
«El paraíso es un sueño animal.» Este verso del poeta y traductor Rodolfo Alonso estuvo dando vueltas en la cabeza de Juan José Saer, según le confesó al poeta en una breve carta fechada el 14 de agosto de 1979. Desde París, el francés René Ménard (1908-1980) le escribió en octubre de 1964: «Sus palabras de amistad me resultan preciosas proviniendo de un hombre que me parece dar tanto valor a la poesía como para no disolverla en el discurso y la efusión gratuita, sino por el contrario asirla y respetarla en su estado de revelación, comprender lo que ella tiene a la vez de pudoroso y de violento y saber no traducir sino su grito sin añadirse indebidamente a ella». Cada texto, letra por letra manuscrita al tembloroso pulso de una urgencia o mecanografiada, tiene su historia. Como si en la vida consumada en las palabras florecieran las voces del mundo. La universidad de Princeton adquirió el archivo epistolar y fotógrafico de Alonso, que incluye cartas de poetas, escritores y artistas como Augusto Roa Bastos, Juan Gelman, Carlos Drummond de Andrade, Claudio Magris, Francisco Madariaga, Ernesto Sabato, Héctor Tizón, Francisco Gandolfo, Raúl Gustavo Aguirre, Jorge Teillier, María Elena Walsh y Sara Facio, entre tantos otros.
El catálogo del archivo de Alonso –disponible en la web en http://findingaids.princeton.edu/collections/C1439– se suma al inmenso tesoro documental que tiene Princeton, diversos materiales de Octavio Paz, Italo Calvino, Miguel Angel Asturias, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Ángel Rama, Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Bernardo Canal Feijóo, Manuel Mujica Láinez, Néstor Perlongher, Witold Gombrowicz y Tomás Eloy Martínez. El poeta más joven de la revista de vanguardia Poesía Buenos Aires, autor de Salud o nada, Señora vida, Jazmín del país, Música concreta y Entre dientes, por mencionar un par de títulos de los más de treinta libros que ha publicado, cuenta que la editorial británica Salt acaba de lanzar The art of keeping quiet (El arte de callar), el primer libro de Alonso que se publica en inglés, con prólogo de Gelman. «Soy el primer sorprendido», reconoce el poeta a Página/12.
«Debería definirme como el animal menos epistológrafo del mundo. Y de hecho, ya no escribo prefacios. Pero aquí van unas pocas líneas para su libro Hago el amor», le escribía Drummond de Andrade desde Río de Janeiro, el 3 de enero de 1968. A continuación sigue el texto prometido: «Una poesía que no usa las palabras por la sensualidad que desprenden, sino por el silencio que concentran: así es la de Rodolfo Alonso. Poesía que intenta expresar el máximo de valores en el mínimo de materia verbal. En verdad, escribir, bajo tamaña exigencia, es un acto de vida, liberada de violencias, mistificaciones y compromisos. Tal vez la ambición de este poeta –¿cómo saber con certeza la ambición de la poesía?– sea traer a la vida de todos los días el fuego de una llaga viva de amor, ardiendo en el mayor silencio de comprensión». En noviembre de 2009, Magris se excusa ante el poeta y los editores italianos: «Mucho me disgusta que una ceremonia universitaria en la que estoy comprometido, me impida estar con ustedes festejando la obra (Il rumore del mondo) de un notabilísimo poeta y escritor que amo mucho, Rodolfo Alonso, y al cual debo también una generosa atención, sobre todo el descubrimiento de su poesía. Una intensa, bellísima poesía, con una gran fuerza intelectual, y un gran encanto fantástico, pero llena de imágenes que van al corazón (...) Estoy contento de que Trieste lo festeje como merece».
¿Cómo surgió lo de Princeton: le ofreció su correspondencia y fotos, o ellos se comunicaron para conseguir los materiales?
No podía con los recortes periodísticos de mi vida. Ni reunir y ordenar mis cartas o mis fotos. Pensé en donar todo a un ente nacional. Pero no sólo por el neoliberalismo salvaje que nos saquea deducimos que, en el país, las políticas de estado no coinciden con los cambios de gobierno. De niño vi esfumarse los adobes de la Jabonería de Vieytes para abrir la 9 de Julio. O la casa de Dardo Rocha en la calle Lavalle. Vi liquidar archivos de diarios como El Mundo o Crítica y de la galería Witcomb. Ricardo Piglia me sugirió dos universidades norteamericanas. En Princeton aceptaron mis condiciones: todo se catalogaría y difundiría en la web, y podría consultarse. Yo recibiría lo que pidiera. Mis prevenciones cedieron al recibir, como muestra, el catálogo de otro escritor argentino: el comunista Alvaro Yunque.
¿Qué período abarca la correspondencia y las fotos? ¿Cuántas cartas y fotos hay aproximadamente?
Debería abrirse con mi adolescencia porque me descubrí escribiendo muy temprano. Pero mi juventud y mi bohemia lograron que perdiera bastante. Lo que más siento es una larga carta de Astor Piazzolla acusando recibo de mi primer libro. Y otra muy similar de Rafael Alberto Arrieta, el poeta que me deslumbró con sólo dos líneas en la escuela primaria. O una foto con el poeta jujeño Raúl Galán. Digamos que el archivo de Princeton comienza un poco después, y se va raleando cada vez más a partir de 1997, cuando empiezo a utilizar la computadora. Todavía no logré contar su contenido, pero son centenares de cartas y fotos.
¿Qué función tiene hoy el epistolario en estos tiempos tan tecnologizados, donde la escritura pasa más por los mails, las redes sociales o a través de los mensajes de textos en los dispositivos móviles que por la «vieja» o quizá «anacrónica» carta?
He aquí una cuestión que supera los alcances de esta entrevista. Ya en 1967, Pedro Salinas comienza su libro El defensor con una visionaria «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar». ¿Cómo conseguir que se evalúe hoy, envueltos como estamos por la marejada digital, la diferencia entre la tecnología como instrumento que nos sirve, y la tecnolatría como fin que nos domina? ¿Cómo lograr que se perciba como carencia el progresivo abandono de la mano y del lenguaje, los elementos esenciales de la condición humana? Aún no respondimos a nuestro César Vallejo: «¿Y si después de tantas palabras / no sobrevive la palabra?» Ni pensamos en lo que dijo Georges Braque, el gran pintor amigo de René Char: «Antes, el útil era la prolongación de la mano. Con la máquina, la mano se ha convertido en la prolongación del útil».
¿Los manuscritos de sus poemas, sus traducciones o artículos, irán también a Princeton o se quedarán en alguna institución del país?
No sé... José Augusto Seabra, exigente poeta y humanista portugués –exiliado político en París y graduado en La Sorbona con la primera tesis sobre Pessoa, que dirigió Roland Barthes–, embajador en nuestro país con el cual congeniamos en cuanto se contactó conmigo, me hizo notar que toda la escuela de crítica generativa de Gérard Genette, se basaba básicamente en el análisis de los sucesivos manuscritos originales: escrituras y reescrituras, cambios, correcciones, añadidos, tachaduras y hasta errores de cada escritor. Desde entonces comencé a guardarlos, cuando los había, en una carpeta algo destartalada. Esos no irán a Princeton. Todavía no tengo claro su destino.
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