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El cineasta Costa-Gavras en una visita a Barcelona. (Foto: La Vanguardia / A. Jiménez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de enero de 2016. (RanchoNEWS).-
Si una palabra pudiera definir el cine de Costa Gavras, sería «resistencia». Desde Z (1969), ganadora del Oscar, a El capital (2012), el director de origen griego no ha dejado de denunciar los abusos del poder; eso sí, sin olvidar, que «el cine es ante todo espectáculo», reporta la agencia EFE desde Madrid.
A unos días de cumplir 83 años, Costa Gavras recibirá mañana el doctorado honoris causa de la Universidad Complutense y en una entrevista con EFE ha asegurado que sigue buscando historias para contar sobre lo que está ocurriendo en Europa.
«Europa fue un gran sueño, pero eso se acabó desde que la economía, los bancos y una derecha agresiva y extrema llegó al poder. Éstos son los que dirigen Europa hoy, y es una catástrofe», ha señalado.
En su opinión, lo que vivimos hoy es una tercera guerra mundial, y económica. «Las víctimas son enormes, desde los emigrantes que mueren en el mar, a los muertos de la guerra de Bush. Se dice de forma muy ligera que cada día hay ricos más ricos y pobres más pobres, pero hay que luchar contra eso», subraya.
«Hay jóvenes europeos que vienen con nuevas ideas para cambiar las cosas», añade esperanzado. «La cuestión es que la llegada al poder no les cambie. En Grecia el gobierno está haciendo un esfuerzo enorme, pero no tienen apoyos y las exigencias económicas de la UE están estrangulando a la gente».
En Z, cuyo guión adaptó a medias con Jorge Semprún, abordó el asesinato real de un diputado progresista (Yves Montand), y en La confesión (1970) denunció las purgas estalinistas.
Volvió a levantar ampollas con Desaparecido (1982), que apuntaba la complicidad de EE.UU. en el golpe de Estado de Pinochet, y más recientemente con Amen (2002), sobre la connivencia del Vaticano con los nazis, y con El capital (2012), retrato descarnado de los magnates financieros.
Pero todo eso no habría sido posible, asegura, si no hubiese emigrado a París con 20 años, huyendo de las miserias de la posguerra en Grecia. «Mi primera opción era Estados Unidos, tenía unos tíos en Milwaukee», recuerda y ríe al imaginar que le hubiesen concedido el visado.
«No quiero bajar a las cavernas psicológicas, pero creo que mi trabajo ha sido posible por la mezcla de la cultura griega y la francesa. En Estados Unidos no habría hecho estas películas. Pero tampoco en Francia he podido hacer películas como los franceses», dice en referencia a los autores de la Nouvelle Vague con los que convivió.
Costa Gavras comenzó su andadura como asistente de directores como Jacques Demy o René Clement. Yves Montand y Simone Signoret formaban parte de su círculo parisino, al igual que Jorge Semprún, Alain Resnais o André Glucksman.
A Francia le debe también haber descubierto otro tipo de cine. «En Grecia la censura decidía qué películas había que ver. Cuando llegué a París, empecé a estudiar Literatura en la Sorbona, porque lo que yo quería era escribir», relata.
«Pero entonces vi Avaricia de Erich von Stroheim, tres horas de película, una tragedia total, y el cine empezó a interesarme. Me di cuenta de que me resultaba más fácil contar historias con imágenes que con palabras, y dejé la Sorbona para ir a la escuela de cine».
Costa Gavras, pelo blanco y traje oscuro en contraste con unos calcetines rojo intenso, habla un perfecto español.
«La hispanidad es muy importante en mi vida», afirma. «La primera película en la que trabajé como segundo asistente se rodó en Torrevieja, Alicante, y allí empecé a hablar el idioma con la ayuda de técnicos españoles», dice.
«Después, Jorge Semprún fue un amigo y un colaborador muy importante, y he hecho películas en Chile. De modo que este reconocimiento de una universidad española significa mucho. El problema es que tengo que pronunciar un discurso y no me gusta nada», confiesa.
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