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David Bowie, durante una performance realizada en 1997. (Foto: Sue Ogrocki)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de enero de 2016. (RanchoNEWS).- Con motivo del reciente fallecimiento del hijo del barrio de Brixton reproducimos la entrevista que le hiciera Carlos Fresneda publicada en el suplemento dominical La Revista de El Mundo el 9 de febrero de 1997.
Acaba de cumplir 50 años y sigue en la brecha, pero no interpretando viejos éxitos como muchos de sus compañeros de generación. Él, el Duque Blanco, quiere seguir rejuveneciéndose musicalmente, con gran pesar para sus fans. Ni siquiera le gusta hablar del pasado. Cambió con los cuarenta y hoy se siente feliz en su pellejo: casado, fiel, limpio de drogas y de excesos, volcado en la música, la pintura, la escritura y su recuperada carrera de actor. Su último disco, Earthling, que ha salido a la calle esta semana, es, según Bowie, él mismo, sin ninguna máscara.
Cincuenta años, que se dicen pronto. A él mismo le cuesta creérselo cada vez que se mira al espejo: Ziggy Stardust, Aladdine Sane, El Duque Blanco... Teatro, puro teatro. Todas sus reencarnaciones no fueron más que eso.
El auténtico David Bowie, sin máscaras ni pelucas, limpio de drogas y curado de excesos, nació hace menos de una década, el tiempo que lleva -paradójicamente- sin cosechar un gran éxito. No escarmienta y lo vuelve a intentar con Earthling, el número 26 en su discografía particular. Principal objetivo: desconcertar a sus fans.
El tiempo se estira. A eso se reduce la vejez, según Bowie. Uno se pone a hablar, como si fuera ayer, de algo que ocurrió hace treinta años. Uno se levanta un buen día tarareando una canción y le pregunta ingenuamente a su hijo: -¿Te acuerdas de aquel tema de la Jefferson Airplane? -¿Quiénes son esos, papá? -Una banda de los sesenta... Olvídalo.
El tiempo se estira como la piel de un tambor, o como las mejillas enjutas del propio Bowie: ni una arruga fuera de lugar, ni una mueca de mala vida en ese rostro que ha pasado por todas las transformaciones posibles e imposibles. Herencia genética, dice. Su padre tampoco envejecía. Y su hijo, Zowie, 25 años, le obliga a rejuvenecerse todos los días. Vital y musicalmente. No como otros... «La gente de mi generación, y no hablo sólo de los Rolling Stones, se ha acomodado en una especie de limbo. Nadie se atreve a saltar sin red. Casi todos siguen haciendo la misma música que hace veinte años. Yo preferiría jubilarme antes que caer en eso».
Al cabo de cinco minutos, uno decide que Bowie no tiene edad. Viste más o menos correctamente, como un dandy de cuarenta, lleva el pelo engominado y de punta (digamos treinta) y se ha dejado bigote y perilla de veinteañero imberbe. Su optimismo contagioso remite a la infancia. De modo que con Bowie no existe eso que llaman barrera generacional ni tampoco el miedo escénico, la distancia de años luz que imponen a veces las grandes estrellas.
Está en sintonía consigo mismo, eso se nota, y uno no sabe si achacarlo como todo a la edad, maldita edad. Luego dirá que superados los cuarenta, tras pasar por su mayor crisis emocional y salir definitivamente del agujero, descubrió de pronto la alegría de vivir. Y que poco después se le apareció la Virgen de Ébano, la top model Iman: «Menos mal que la conocí cuando ya tenía encarrilados mis pasos. Si llegamos a encontrarnos quince años antes, no me habría soportado. Llevaba una vida de auténtica locura».
Su voz modulada te acuna como si le conocieras de siempre, su mirada bicolor se difumina en la penumbra del estudio musical donde espera la batería de preguntas, cruzado de piernas. En la mano izquierda, un cigarrillo que no acaba de encender; en la derecha, un cappuccino -primer sorbo- que se quedará tibio y lechoso en la espesura del tiempo, media hora escasa que lamentablemente no se estira.
¿Qué se siente al cumplir los mismos años que el presidente Bill Clinton?
Me siento menos poderoso. Sí, sobre todo eso: menos poderoso (risas). Hubo un tiempo en que los cantantes de rock nos creímos dioses y pensábamos que íbamos a poder cambiar el mundo. Han pasado veinte años de todo aquello y ya vemos cómo estamos. A veces me siento responsable del embrollo en que hemos metido a nuestros hijos.
¿Lo dice por el suyo?
Por supuesto, yo también tengo mi parte de culpa... Zowie se ha convertido en mi principal punto de referencia: me ayuda a no despegar los pies de la tierra. Es tremendamente crítico con el sistema. Por lo que escucho y veo, a él y a sus amigos, hay como una voluntad muy fuerte de cambiar esta sociedad porque detestan lo que ven. Algo parecido nos pasaba en los años sesenta.
¿Cree que estamos a las puertas de un nuevo movimiento contestatario, al estilo hippie?
Algo así. Digamos que una versión micro del movimiento hippie. Los jóvenes de hoy en día son más listos de lo que fuimos nosotros: nacen con la lección aprendida. Saben que la respuesta no está en la completa anarquía o en el nihilismo absoluto. No se han propuesto cambiar el mundo radicalmente, de un día para otro. Se conforman con hacerlo poco a poco, con pequeños grandes cambios en su entorno que acabarán fraguando en algo muy importante de aquí a unos años, de eso estoy seguro.
Como la generación beat en los sesenta, los jóvenes de los noventa -Pulp Fiction, Trainspotting- vuelven a glorificar el consumo de drogas. Usted, que ha pasado por el trance, ¿qué les aconseja?
Uf, cada vez que sale el tema no sé por dónde salir... Veamos. No me arrepiento de haber tomado drogas, cocaína y alucinógenos sobre todo. Estuve metido hasta el cuello, y puedo decir incluso que estoy contento de haber pasado por esa experiencia. Pero también estoy contento de haber sobrevivido; otros, lamentablemente, no pueden decir lo mismo. Sólo puedo hablar sobre mi experiencia, repito: aprendí mucho tomando drogas, mucho sobre mí mismo y sobre la vida. Dicho todo esto, no aconsejaría a nadie que las tomara. Pero, ¿sabes una cosa? Odio ponerme en plan paternalista. Por más que diga, la gente joven va a seguir tomando drogas porque es una forma de experimentar. Todo depende de lo aventurero que sea uno. Yo he estado en el agujero y sé que es muy difícil salir de él.
¿Favorable a la legalización?
Sería una medida muy controvertida, pero a lo mejor muchos de los problemas que hoy causa la droga se solucionarían de esa manera. Lo que es una hipocresía absoluta es meter en el mismo paquete a la marihuana que a la heroína. No conozco a nadie que se haya muerto de sobredosis por fumarse un porro.
¿Usted aún los fuma?
(Sonríe en silencio) Ahora fumo otra cosa más inofensiva... (señalando el cigarro apagado que lleva en la mano desde hace diez minutos).
Lo puede encender si quiere.
Gracias... Ya sabes cómo son los americanos, parece que haya siempre alguien escondido debajo de la mesa o del sofá para recordarte que está prohibido.
En su nuevo disco, por cierto, hay un tema donde no hace otra cosa que decir: «Me dan miedo los americanos, me dan miedo los americanos»...
¿Y quién no les teme? La canción me vino a la cabeza cuando estaba en la isla de Java, tan tranquilo, y ¡zas!, llegaron los americanos para inaugurar un McDonald's. Sí, es verdad. Me dan miedo los americanos, pero espero que no se lo tomen a mal. No es una canción hostil, tan sólo un poco burlona. Por un lado le estoy eternamente agradecido a este país porque ha dado al mundo cosas muy grandes: el rock and roll, la música negra, grandísimos escritores como William Burroughs o Jack Kerouac. Pero luego tenemos toda esta cultura-basura, horrible, homogénea y unidimensional. Es deprimente lo que está pasando. A veces lo veo como un volcán en perpetua erupción que está cubriendo de lava el planeta y arrasando todo a su paso.
¿Se le ocurre alguna manera de pararlo?
Yo qué sé. Tal vez habría que hacer un llamamiento internacional a la gente para que no coma jamás en McDonald's ni vaya nunca a Disneylandia (risas). Al menos mientras conservemos la libertad para elegir.
También habla mucho en su disco del retorno a la espiritualidad ¿Se apunta a la moda del Dalai Lama?
¿Lo dices por Siete años en el Tíbet? La escribí aprovechando un recuerdo de un viaje que hice de joven. Es un recuerdo muy fuerte, donde se mezcla la tensión política y la carga espiritual del Tíbet. Yo decidí hacerme budista con 18 años, y lo que me atraía del budismo es que nadie interfería en tu relación con Dios. El concepto occidental de Iglesia no me interesa, por todo lo que tiene de disciplina militar, de férreo control social.
¿Sigue siendo budista?
¿Lo soy o no lo soy? (mirando hacia arriba, como esperando una respuesta, que no llega). Bueno, me siento cercano a la forma de pensar del budismo: la idea de cambio, de transición, de no apegarse a las cosas, la pasión por vivir el ahora... Pero no, no creo que se me pueda considerar budista a estas alturas. Agnóstico tal vez.
Hablemos un poco de su pasado...
Uf, me cuesta mucho mirar hacia atrás. Prefiero hablar del presente. Digamos que en mi vida hay un antes y un después. El cambio se produjo después de los cuarenta, no sabría decir exactamente cuándo, en todo caso, antes de conocer a Iman. Ella ha sido como el colofón a todo esto. Gracias a ella he encontrado el equilibrio definitivo. La adoro, lo confieso. Es la mujer de mi vida. Antes de conocerla estaba convencido de que el amor no existía. Existían las amistades por un lado, y luego el sexo.
¿Ha leído la biografía que le dedica Christopher Sandford?
No, aún no. No tengo la necesidad de alimentar instantáneamente mi ego. Tardaré un tiempo.
Le habrá llegado el eco... Lo que dice sobre su tensa relación con Angela, su primera esposa, sus excesos sexuales...
Todos cometemos excesos sexuales en la juventud. Ya digo que no la he leído y no puedo decir lo que es verdadero o falso.
Usted jugó con la ambigüedad durante una etapa de su carrera. ¿Le molesta que sigan corriendo rumores sobre su supuesta bisexualidad?
Aquello era una pose, puro teatro. En todo caso, lo que me inventé fueron personajes sin sexo. La gente puede luego sacar las conclusiones que quiera, a mí no me importa. Soy un hombre felizmente casado y hasta he descubierto a mis años el valor de la fidelidad. Pero respeto muchísimo a quien se considere homosexual o bisexual, cada cual es libre de expresar su sexualidad como quiera.
¿Cómo son sus relaciones con Mick Jagger?
Musicalmente, hoy por hoy, estamos muy lejos el uno del otro. Por lo demás, bien.
¿Qué tiene usted contra los Rolling Stones?
Dios me libre de criticar a los Stones. Han sido una de las mejores bandas de rock del siglo, sin duda alguna. Eso sí, yo no sería capaz de estar haciendo lo que ellos: tocar la misma música que hace 20 años, hacer concesiones facilonas al público. Ahora bien, ellos son ellos y yo soy yo. Antes morir que seguir interpretando hasta la saciedad los mismos temas.
¿En su próxima gira no piensa hacer ninguna concesión?
No, ninguna. Estoy en una fase totalmente nueva y la gente tiene que darse cuenta. He decidido dejar el pasado atrás. Estuvo bien, pero ahí se quedó. Tocando los mismos temas es cuando de verdad me siento viejo
Hay quien piensa que el rock agoniza...
Algo hay de cierto: las grandes bandas están estancadas. Quiero ser optimista y pensar que el gran salvavidas del rock es la música de baile. El jungle, el techno, el ambient, la música industrial son los sonidos más excitantes que se están haciendo hoy. El rock se está fosilizando; necesita sangre nueva, y la new wave nacerá de la fusión del rock y la música de baile. Eso es lo que he intentado en Earthling, que es un disco muy fresco, hecho prácticamente en nueve días. El álbum no tiene ninguna lectura paralela: soy yo mismo, sin ninguna máscara.
De un tiempo a esta parte tiene totalmente desconcertados a sus fans...
Eso es bueno, que sigan desconcertados.
¿Tiene idea de quién le escucha a estas alturas?
No lo pienso, no lo sé. Cuando compongo un tema pienso en qué es lo que me gustaría a mí; es lo que he hecho siempre. Si trato de gustar a otra gente, si me engaño a mí mismo, lo más seguro es que acabe en un callejón sin salida y tenga la tentación de retirarme, como ya me ocurrió una vez en el pasado. Creo que un artista ha de ser siempre fiel a los dictados de su corazón. Ahora mismo, la verdad, me siento muy a gusto en mi pellejo.
¿Proyectos a la vista?
Muchos, estoy como quien dice en estado efervescente. Ya estoy trabajando con Brian Eno en la continuación de la tetralogía de Outside: el próximo disco se llamará Contamination. Tengo mucha ilusión en el tour de primavera, que seguramente pasará por España, y me gustaría seguir haciendo cine. Ahora vuelven a mandarme guiones interesantes, ya sabes, después de interpretar a Warhol.
¿Sobrevivirá a los cuatro nuevos años del presidente Clinton?
Eso seguro. No tengo ninguna meta fijada, pero llegaré más allá del año 2000. Si me mantengo vivo es porque continúo cantando, pintando, escribiendo. Pienso seguir dando guerra mientras el cuerpo aguante, y parece que va a durar bastante.
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