James Gray, junto a Sienna Miller durante el rodaje de Z, la ciudad perdida. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1° de mayo de 2017. (RanchoNEWS).-A James Gray (Nueva York, 1969) le va la etiqueta de cineasta clásico contemporáneo. Aunque se le escape una risita extraña cuando escucha esa aseveración. Con tan solo seis películas —empezó a dirigir con 25 años, con Cuestión de sangre (1994)— se ha hecho un hueco dentro de una banda muy especial, la de los cineastas estadounidenses herederos de la narrativa de Coppola, Scorsese y la generación del Nuevo Hollywood, que priorizaban las historias por encima de alharacas formales, lo que en absoluto significa que desdeñaran el estilo. Escribe Gregorio Belinchón para El País.
Gray se codea con David Fincher, Christopher Nolan o Paul Thomas Anderson («Uno de mis mejores amigos»), aunque no tenga ni su nombre ni sus premios. En su haber está el León de Plata de Venecia por su debut y varios paseos por Cannes en balde. «Tampoco me preocupa mucho», asegura el director de La otra cara del crimen, La noche se mueve o Two lovers. La entrevista tiene lugar en un salón de un hotel de lujo durante el festival de Berlín, en febrero, donde se estrenó en Europa Z, la ciudad perdida, la primera película que ha rodado fuera de su Nueva York del alma, y que el próximo viernes se lanza en España. Gray, un oso en lo físico, se despereza. «Discúlpame, pero es que he aterrizado esta mañana desde Los Ángeles». El resto de la entrevista la realizará con las manos entrelazadas en la nuca salvo cuando las junte para pedir perdón. «Nunca he estado en Madrid. No tengo vergüenza. Me encantó Barcelona, nunca he comido mejor, y Paul Thomas me ha hablado maravillas del festival de San Sebastián. Me han invitado varias veces, pero siempre me ha pillado mal».
Gray iba para pintor, pero en su adolescencia se cruzó la filmografía de Coppola y estudió cine en la University of Southern California. Uno se imagina al neoyorquino en su casa viendo filmes de los ochenta toda la noche. Responde con una carcajada. «Entiendo el porqué de la pregunta, pero... Aunque sea cierto que bebo en mi estilo de esa época, me fascinan películas más antiguas. Todas las noches veo una, y últimamente me he centrado en las de los años cincuenta. Por ejemplo, para Z, la ciudad perdida me zambullí en el Ford de los años treinta. Y revisé Los inútiles, de Fellini. Sin embargo, claro que amo el cine estadounidense de inicios de los setenta, porque durante aquel breve periodo de tiempo el director fue el rey, y ni los estudios ni los actores decían qué hacer. Fue sencillamente bello». El cineasta cree que parte de la culpa procede del público. «Si está acostumbrado a comer en el McDonald’s, cuando le dan algo de Adrià le parece extraño. Necesitamos reeducar al espectador. Es muy triste».
El cineasta lleva años con este proyecto, para el que al principio no se sintió preparado. «En otoño de 2008 me contrató Plan B, la productora de Brad Pitt para adaptar un libro que estaba a punto de salir a la venta de David Grann». Contaba la historia real de un explorador británico, Percival Fawcett, que empezó sus viajes de exploración a Sudamérica en 1906. Acabó yendo allí siete veces hasta 1924 —entre medias luchó en la Primera Guerra Mundial—, primero, a la búsqueda del nacimiento del Amazonas; después, rastreando las huellas de una civilización perdida en el Mato Grosso brasileño, entre las burlas del mundo científico. «Yo no pegaba. Era una propuesta terrorífica y a la vez muy atractiva. Bueno, para eso haces películas, ¿no?». A Brad Pitt le sustituyó en el papel protagonista Benedict Cumberbatch, quien se cayó del reparto poco antes del rodaje cuando su pareja le anunció que estaba embarazada. «Este proyecto obligaba a filmar tres meses en la selva. Le entiendo». Así entró Charlie Hunnam. «Siempre entendí que Fawcett albergaba una trascendencia espiritual, de un interés por los indios que le aleja, por ejemplo de la avaricia de Lope de Aguirre [el explorador español protagonista de Aguirre, la cólera de Dios]. Tanto esta como Fitzcarraldo sirven como referencias para el inicio, pero luego intenté mostrar la humanización de alguien que en su alocada exploración también siente cambiar su alma occidental».
Obsesión por el cine
Gray sí cree pertinente el paralelismo entre la obsesión por encontrar una cultura precolombina con la de sacar adelante una película. «Luché por rodar en celuloide, cierto. Y tensas la relación con los productores hasta donde puedes. Y te planteas que tu trabajo llegue más allá de lo meramente inmediato, como le ocurría a Fawcett. En mi interior entiendo —cada vez que encaro una película— que hacer eso es fundamental, ineludible. Cuando acaba la jornada, o te han matado a flechazos o has logrado el éxito. Sí, es similar. Por no hablar de su relación con su esposa, a la que deja atrás en cada viaje. Eso lo completé con mi propia experiencia».
Al cineasta le encanta recordar la cita de Truffaut: «El cine es mitad verdad, mitad espectáculo». «Así veo mi cine. Pero con eso no quiero decir que hay formas correctas o erróneas de dirigir. O que Hollywood es malo y el arte y ensayo bueno. Cada uno hace lo que sabe o puede».
Al final, tanto Fawcett como Gray prometían lo mismo al público: un tesoro. En un caso, una civilización, en el actual, una película. «El error de Fawcett fue creer que encontraría grandes edificios de ladrillos de oro, y en realidad, casi acierta. Pero estaban hechos de arcilla y la selva los había devorado. Hoy, con la deforestación, encontramos la confirmación de sus teorías. Hubo una civilización con miles de ciudadanos, muy desarrollada técnicamente, que se desvaneció. Ya veremos qué pasa con mi filmografía».
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