El escritor y premio Nobel de Literatura José Saramago, durante una intervención en la Feria del Libro de Guadalajara (México), en 2004. (Foto: AP)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de junio de 2020. (RanchoNEWS).- Ahí está el racismo, aquí están los escritores. La cuestión parece bastante clara a simple vista: al ser el racismo una expresión configuradora, y hasta ahora inseparable, de la especie humana, con raíces probablemente tan antiguas como el día en que se encontraron por primera vez homínidos pelirrojos y homínidos negros; al presumir los escritores, a su vez, que son y merecen ser los guías espirituales de nuestra confusa humanidad, incluso aunque, por haberles dado ella la espalda, hayan dejado de estar de moda los maîtres-à-penser, la respuesta a una interpelación dirigida a ellos sería, probablemente, la redacción del milésimo manifiesto, de la milésima condena del racismo y de la intolerancia xenófoba, suscrita por todos los escritores de este prolijo mundo nuestro, del primero al último, si es que para ellos también existe, en algún lugar, una clasificación por puntos, como la de los tenistas, que solo tienen que mirar la tabla para saber lo que valen…
Desgraciadamente, estas cosas no son tan sencillas, por muy abundante que haya sido en los últimos tiempos la producción de documentos condenatorios que, dejando invariablemente intacta e inalterada la causa de la protesta, sirven para poco más que robustecer la buena imagen que queremos tener de nosotros mismos. El problema no está tanto en discutir sobre la necesidad de proclamar a los cuatro vientos lo que deberían hacer los escritores contra el racismo y la xenofobia –estaríamos, en ese caso, en el dominio de las puras obviedades–, sino en empezar a averiguar si el racismo y la xenofobia, en sus diferentes expresiones (desde la degeneración violenta de aspiraciones nacionales justificadas histórica y culturalmente, hasta la amenazante resurrección de doctrinas más recientes de exclusión, persecución y muerte), no se estarán beneficiando de los silencios de la tribu literaria, aprovechando el vacío resultante de la enajenación social defendida por muchos escritores, en nombre de criterios de libertad e independencia intelectual alegadamente superiores, que los llevaron a lo que denominan su compromiso personal exclusivo con la escritura y la obra. En otras palabras: se trata de saber si los escritores de hoy que, por indolencia de espíritu o insuficiencia de voluntad, han renunciado a un papel interventivo, estarán decididos a mantenerse indiferentes ante lo que está sucediendo a su puerta, viviendo por cuenta propia, tanto en las acciones como en las omisiones, la inhumana «regla de oro» de Ricardo Reis, aquel otro yo neoclásico de Fernando Pessoa que un día escribió, sin que le temblase el pulso ni ponerse colorado de vergüenza: «Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo…»
Los escritores ante el racismo se publicó en la revista La Ortiga en 1996, dos años antes de que José Saramago ganara el Premio Nobel de Literatura. El texto lo vuelve a publicar El País en su suplemento Babelia
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