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El autor de la novela La diabla en el espejo, finalista del Premio Rómulo Gallegos 2001. (Foto: Guadalupe Lombardo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 21 de junio 2011. (RanchoNEWS).- El escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya dice que siempre escribirá sobre su país de origen. «Aunque no sé muy bien qué es el destino, creo que mi rumbo literario ya está marcado. Aun cuando amplíe mi horizonte geográfico y sitúe alguna de mis novelas en otro sitio, mis personajes serán salvadoreños», afirma el celebrado autor de El asco. Una nota de Mónica Maristain para Página/12:
Prolífico y consecuente, nacido en realidad en Honduras el 21 de noviembre de 1957, Castellanos acaba de publicar La sirvienta y el luchador, donde vuelve a transitar con pies de plomo y muerte los sangrientos senderos de la guerra civil (1981-1992) en El Salvador. Lo hace echando mano de dos personajes que representan el blanco y negro de un país sin salida. Por un lado, la ingenua sirvienta María Elena, el bien absoluto, y por el otro, el policía y ex luchador Vikingo, un representante del mal en su estado puro.
Los dos personajes centrales se mueven casi a tientas, el uno matando y torturando, la otra intentando salvar lo insalvable, en un caos de bombas, ráfagas de ametralladoras e identidades solapadas donde nadie se muestra tal cual es, por miedo a ser asesinado. «Sin dudas es una novela sobre la muerte, porque es una novela sobre un período en que imperaba el terror, que es cuando la muerte enloquece, se suelta el pelo, comienza a dar alaridos y a bailar en medio de una ciudad en llamas», precisa el escritor.
La novela está inspirada en una pareja de amigos de Horacio Castellanos, asesinada por el ejército, y que aparece como sustrato en la historia, una circunstancia que al escritor le hace pensar que «todavía hay en El Salvador heridas muy abiertas, muy calientes. Hace apenas 20 años que terminó la guerra y recién ahora hay un gobierno de izquierdas que permite revisar un poco el pasado».
Horacio Castellanos Moya vivió en la capital salvadoreña desde muy pequeño hasta 1979, cuando tuvo que abandonar el país. Su primer trabajo literario fue la antología poética La margarita emocionante, de 1980.
Su primera novela, La diáspora, está dedicada a contar las experiencias de los intelectuales salvadoreños exiliados a causa del conflicto armado. Esta obra ganó el Premio Nacional de Novela 1988. Como periodista se ha desempeñado como corresponsal, editor y director de diversos periódicos y revistas en las capitales mexicana y salvadoreña. Sus escritos han sido difundidos por numerosas publicaciones periódicas de Hispanoamérica, entre las que se encuentran el diario La Opinión (Los Angeles, California), las revistas Tendencias y Cultura (San Salvador, El Salvador), el periódico semanal Journal do Pais y Cuadernos del Tercer Mundo (Río de Janeiro), los diarios El día y Excélsior (México), las revistas Proceso, Casa del tiempo, Plural, Límite sur, Estrategia y La brújula en el bolsillo (México).
En 2000 dio a conocer la novela La diabla en el espejo, finalista del premio internacional Rómulo Gallegos, en su edición del año 2001.
Con El asco, publicada en 1997, Castellanos Moya logró una gran repercusión internacional. Es una novela que realiza un homenaje a los personajes de Thomas Bernhard que incluso logró impresionar al traductor al español del escritor austríaco. La novela lleva siete ediciones en El Salvador, en donde se convirtió en el libro de culto de los últimos años, pasando de mano en mano. Sus relatos han sido traducidos e incluidos en antologías en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, El Salvador y Costa Rica. El autor reside en Pittsburg, Estados Unidos.
En La sirvienta y el luchador hay un ritmo propio de un Martin Scorsese...
¿Usted cree? No sé, era lo que requería la historia...
La historia requería vértigo y un tempo casi cinematográfico, una intriga que se come a la otra todo el tiempo...
Sí, cuando hay situaciones así tan extremas y tiempos tan veloces siempre aparecen muchas intrigas en el medio. Uno cree que está en la intriga, pero siempre hay otras intrigas paralelas que lo afectan a uno. Eso es muy interesante, porque también pasa, por ejemplo, con los golpes de Estado. Hay un principio que dice que nunca hay un golpe solo, hay uno que gana, pero hay varios al mismo tiempo. Y es igual que cuando se dan grandes momentos de desmoronamiento histórico o de colapso de sociedades. Muchas intrigas simultáneas.
Esta sucesión de intrigas es lo que produce quizá que el final de su libro sea un final abierto...
Bueno, abierto en un aspecto y cerrado en otro, porque el libro comienza con la desaparición de una pareja y el libro termina con el enterramiento de los cadáveres de esa pareja. Esa historia, que es una historia de bajo perfil dentro del libro pero es en realidad la sostenedora de la novela, se cierra. Lo que no se cierra son otras historias secundarias...
Otros vía crucis, como el del nieto, el de la enfermera... ¿dónde están?, ¿qué va a pasar con ellos?
Exactamente. Incluso el Vikingo queda vivo, todo parece indicar que se va a morir pero se ve que ese hombre es mala hierba.
¿La sirvienta y el luchador son las dos caras de la muerte?
¿Le parece?
Sí... todo es muerte alrededor de esos dos personajes, aunque una sea la buena y el otro el malo...
Son dos caras de la muerte, si quiere, pero en realidad no sabemos cuántas caras tiene la muerte. Es una novela sobre la muerte, claro está, porque es una novela sobre un período donde imperaba el terror. Cuando manda el terror, la muerte enloquece y comienza a dar alaridos, a bailar y a gritar como enloquecida.
Al narrador no le gusta que la gente sea demasiado buena ni demasiado mala, ¿no?
El narrador trata de perderse, trata de diluirse en los personajes, ocupa la tercera persona para tomar una pequeñísima distancia a través del lenguaje de sus criaturas, pero siempre está pegado a la forma de ver el mundo del personaje. Entonces, es un narrador en tercera persona, pero cuya óptica es de primera persona.
La sirvienta es demasiado buena y el luchador es demasiado malo. Ninguno de los dos hace buen negocio en la vida.
En ese sentido sí, son dos extremos, porque ella es ingenua, buena y él es cruel y cínico y a los dos les va bastante mal. En el caso de ella, me parece que al final el destino la trata con mucha dureza. Ese momento cuando está en la parada de autobús y decide buscar al Vikingo es un momento muy malo, porque ella entra en otro ámbito de la vida. Lo hace por el Bien, pero entra en el Mal.
Y es cuando el personaje adquiere un carácter casi fantástico, deja de ser real, no puede ser que pase tantas tragedias una detrás de otra...
Pues todos los personajes están atados en función de varios dramas. Hay varios dramas simultáneos. La familia de la sirvienta, con su hija enfermera y su nieto guerrillero, representa la descomposición de lo que es considerada la célula fundamental de la sociedad. Viven juntos, creen que se conocen, pero cada uno tiene un mundo aparte que no comparte con su pariente. Entre la madre y el hijo, por ejemplo, que son dos polos opuestos, hay un abismo en medio, el abismo de la muerte.
¿El ritmo con el que se lee la novela fue el mismo que usó para escribirla?
La escribí bastante rápido, es verdad, aunque no de una sentada. En dos largas sentadas, diría yo...
Lo que es cierto es que en su novela todos los salvadoreños están jodidos, tanto los de la clase alta como los de la baja...
Eso pasa cuando hay una guerra civil. Nadie se salva. Es como cuando el cielo se encapota: la lluvia cae para todos. Te puedes cobijar un poco, pero la lluvia cae. La guerra es como una atmósfera negra que comienza a permear toda la ciudad y todo lo que se mueve en ella, a nadie le puede ir bien. Tal vez le pueda ir bien a la gente de afuera que hace negocio con la guerra, pero estando en el medio de ella, haciendo el negocio, le termina yendo mal.
El Salvador revisa su pasado
En el marco de la 26ª edición del Festival de Cine Internacional llevado a cabo en Guadalajara en abril, se presentaron dos películas que tratan el tema de la guerra civil en El Salvador. Una fue el documental del mexicano Everardo González, quien presentó El cielo abierto, una mirada a la trágica vida y a la incesante lucha por los pobres del cura Arnulfo Romero, asesinado en plena misa el 24 de marzo de 1980 en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador, cuando tenía 62 años. En tanto, la joven estudiante de cine salvadoreña Tatiana Huezo presentó El lugar más pequeño, una ópera prima filmada alrededor de los habitantes de Cinquera, un pueblo arrasado por los militares durante la guerra civil y que aprende a reconstruirse.
Tanto González como Huezo coincidieron en afirmar que las heridas en El Salvador están muy frescas y tardarán en cerrarse, algo que también refrenda Horacio Castellanos Moya.
Las películas, las novelas, ¿son el testimonio de que estaría dispuesto El Salvador, con el gobierno de izquierda que ahora manda en el país, a revisar y enmendar su pasado como está haciendo, por ejemplo, la Argentina?
Bueno, son dos niveles distintos. Un nivel sería la voluntad de revisar el pasado. La llegada de un gobierno de izquierda después de 20 años de mandato de la extrema derecha abrió un espacio psíquico, moral, emocional, para revisar el pasado. Por primera vez el Estado apoya la investigación del asesinato de monseñor Romero. Claro, no podía dar un apoyo el asesino. Porque Arena se fundó sobre la sangre de monseñor Romero, es decir, es ese crimen lo que da cimiento a ese partido que gobernó El Salvador durante veinte años. Ahora, el Estado recupera héroes de la época y Arnulfo Romero es el héroe por excelencia en El Salvador. Un héroe paradójico, porque es un hombre católico, conservador, un hombre que nunca se alinea con la Teología de la Liberación, es un hombre más bien pegado a la realidad, que ve la realidad como es: horrible. Entonces, retomando, lo que hay en El Salvador es una revisión. El segundo nivel es el nivel de la Justicia, y no estoy seguro hasta dónde llegarán esos procesos. En Argentina eso fue posible porque el ejército fue derrotado por Inglaterra en la Guerra de las Malvinas. Quedó un ejército quebrado que tuvo que someterse. En el caso de El Salvador, la democracia llega a partir de un pacto de las dos elites que combatieron durante diez años y ese pacto incluye la amnistía. Difícil que este gobierno pueda remitir la amnistía. Criminales de ambos bandos están formando parte activa de la sociedad, todavía las heridas están muy calientes y un intento por dejar sin efecto la amnistía crearía una desestabilización tremenda en El Salvador. Se necesita que se estabilice el proceso democrático, que las generaciones del ejército que estuvieron involucradas en las masacres y en los grandes hechos de represión sean reemplazadas totalmente, ya no tengan ningún poder real...
¿La sociedad salvadoreña es como la chilena: dividida?
Sí, totalmente. Es una sociedad totalmente polarizada. Hay una derecha, hay una izquierda, mita y mita... La guerra terminó hace veinte años y en ese tiempo no ha podido surgir nada en medio: la izquierda por un lado, la derecha por el otro.
¿Hace cuánto que no va a su país?
Fui hace seis meses. Cada vez que voy tengo una sensación extraña. Por un lado siento que nada cambia y, por el otro, hay mucha intensidad, El Salvador es un país muy intenso. La gente allí cree que el mundo es El Salvador, es una sociedad muy encerrada en sí misma, propia de un país pequeño, un poco aislado. Así que tengo sensaciones ambivalentes. La criminalidad, la pobreza son las mismas y al mismo tiempo la sociedad se mueve mucho. Creo que el cambio cultural más profundo que se está dando en El Salvador es la emigración hacia los Estados Unidos. El 25 por ciento de la población vive allí y mantiene a su país con las remesas.
¿Tiene muertos que lamentar de la guerra?
Claro. De hecho, la pareja central de mi novela son muertos míos.
Su destino literario está atravesado por El Salvador y parece ser que eso no cambiará...
No, en todo caso si alguna vez amplío mi universo o mi espacio geográfico, los personajes tendrán la misma enfermedad: serán salvadoreños.
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