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El cómic Logicomix está protagonizado por el filósofo británico Bertrand Russell y se ha convertido en un bestseller internacional. (Foto: LVE)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de junio 2011. (RanchoNEWS).- Las matemáticas pueden contener tanta emoción humana como un poema, una pintura o un culebrón. Eso es lo que descubre el lector de Logicomix, un trepidante cómic de aventuras cuyo protagonista es un lógico que busca obsesivamente un lenguaje matemático que pueda ser universalmente válido. Parece algo, a priori, condenado a un escaso éxito comercial. Pero hay ocasiones en que la lógica no se impone, y Logicomix (editorial Sins Entido) se ha convertido en un bestseller internacional que aquí va ya por la segunda edición en tan solo dos meses. Su protagonista no es otro que el filósofo británico Bertrand Russell (1872-1970), un ser humano que sufre, ama, ríe y llora y que, como un superhéroe en misión, persigue el ideal de un lenguaje matemático perfecto, indiscutible. Una nota de Xavi Ayén para La Vanguardia:
En la trama, conceptos como el teorema de incompletitud, la teoría de conjuntos o el intuicionismo se alternan con pasiones amorosas, abuelas posesivas, científicos chiflados, matemáticos que llegan a las manos... en una historia por la que, junto a Russell, desfilan secundarios de lujo como Georg Kantor, Kurt Gödel, Henri Poincaré, Alan Turing o, especialmente, un inquietante y acelerado Ludwig Wittgenstein. En palabras del filósofo Fernando Savater, «un equipo de personas excepcionales que apenas llegaron a conocerse entre sí y que intentaron averiguar qué es la certidumbre y de qué podemos estar seguros sin lugar a dudas y temores». Logicomix llega precedido de un gran éxito en los países donde se ha publicado (ha sido el cómic más vendido en EE.UU. y Grecia, y ha ocupado varios meses el top ten de Amazon). Su feliz coincidencia en las librerías con la nueva edición de la Autobiografía de Russell (Edhasa), por primera vez en solo volumen, pone al pensador británico de moda.
Para conseguir que las matemáticas parezcan tan excitantes, ha sido necesario el trabajo de cuatro personas. Por el lado científico, el matemático Apostolos Doxiadis (Brisbane, Australia, 1953) y el informático Christos Papadimitriou (Atenas, 1949) han unido sus fuerzas a las del dibujante Alecos Papadatos (Salónica, 1959) y su mujer, la francesa Annie di Donna (Philippeville, Argelia), que se ha ocupado del color y la producción. Doxiadis ya había utilizado las matemáticas como motor de una trama en la novela El tío Petros y la conjetura de Goldbach (Ediciones B), de 1992. Papadimitriou es profesor en la Universidad de California, en Berkeley, se le considera un renovador de la teoría de juegos y es autor de una novela –no traducida– sobre Turing, precursor de la informática moderna. Papadatos y Di Donna tienen un estudio de animación en Atenas, y han trabajado en series de dibujos como Babar o Tintín. Conscientes de lo interesante que resulta el trabajo en común de científicos e historietistas, los autores han explicado en Logicomix, junto a la vida de Russell, la historia del proyecto del cómic, lo que permite al lector ver discutir a los autores del cómic en directo y seguir el método de trabajo que ha conducido al libro que está leyendo.
La gesta intelectual de Russell no fue poca cosa, y abarcó un gran número de disciplinas. Pero el libro se centra, sobre todo, en los Principia Mathematica (que escribió junto a Alfred North Whitehead), impenetrable tratado que ocupó varios años a sus autores –se fueron a vivir juntos incluso– y en el que dedican nada menos que 362 páginas a demostrar que 1 + 1 = 2. Era tan difícil de comprender que la editorial, Cambridge University Press, no encontró a nadie capacitado para juzgar la calidad de la obra y finalmente decidió no publicarla, de modo que se la autoeditaron.
El filósofo Jesús Mosterín recuerda que la apasionada búsqueda de Russell en pos de la verdad «venía de Leibniz, quien, tres siglos antes, dijo que los problemas filosóficos se debían a que utilizamos un lenguaje imperfecto; y, así, nos discutimos y peleamos porque nuestras nociones son confusas. Leibniz propugnó un lenguaje universal, tan exacto que, al presentarse un problema, todo sería cuestión de sentarse en una mesa y decir: ‘Calculemos’. Russell defendió ese ideal, pero aplicado exclusivamente a la matemática».
Junto a esta búsqueda, el otro tema de esta novela gráfica es la relación entre lógica y locura. ¿Es necesario estar un poco desequilibrado, si no neurótico, para consagrar una existencia a la resolución de semejantes problemas? El lector ve desfilar a grandes cerebros cuya envergadura científica contrasta con su chaladura en la vida cotidiana –alguno, como el mítico Cantor, incluso está interno en un manicomio–. Para Doxiadis, «éste era un tema importante: hasta qué punto unos personajes menos torturados hubieran estado dispuestos a pagar el precio personal de crear una nueva lógica». El propio Russell teme, en el cómic, volverse loco, y dedica grandes esfuerzos a que, en su vida, la razón venza a los fuertes impulsos irracionales que le asaltan, un tormento interior que le aproxima a esos superhéroes que, como Batman o Superman, aparecen escindidos entre su lado puro y el demoníaco. Pero Mosterín matiza esta cuestión: «Es cierto que otros personajes, como Kurt Gödel (1906-1978), presentaron en su vida elementos de locura. Gödel, como lógico y matemático, fue un genio, indudablemente más grande que Russell pero tenía un miedo absolutamente injustificado a que lo envenenasen. Se casó con una mujer que se ofreció a probar siempre la comida antes que él. Al final de su vida, la ingresaron en un hospital, con lo que él se quedó sin nadie que catara sus alimentos, dejó de comer y se murió de hambre. En el certificado de defunción, elmédico escribió: ‘Inanición voluntaria’. Pero Russell no tuvo jamás este tipo de conductas».
La vida privada de Russell –y su sucesión de amoríos– contribuyen al interés humano de la trama. Mosterín apunta que «era un hombre muy apasionado, pero no un donjuán. No conquistaba por deporte sino que realmente se enamoraba de muchas mujeres, cada vez de verdad y con mucha pasión. Y, si no podía conquistar a la señora, se sentía enormemente desgraciado».
Logicomix se atreve hasta con cuestiones teóricas clave como la paradoja de Russell: en un pueblo hay un barbero que sólo afeita a aquellas personas que no pueden hacerlo por sí mismas. Pero ese barbero tiene un gran problema: no puede afeitarse porque, si lo hace, entonces puede afeitarse por sí mismo y no debería ser afeitado por el barbero, que es él. Pero, si no se afeita, algún barbero debería hacerlo... y él es el único. Doxiadis, Papadimitriou, Papadatos y Di Donna muestran magistralmente cómo un enunciado aparentemente tan sencillo tuvo consecuencias devastadoras en la matemática: Gottlob Frege (1848-1925) lee la paradoja el mismo día que tenía que dar a imprenta el segundo tomo de sus Fundamentos de aritmética y en un rapto de honestidad les añade un apéndice indicando que Russell ha derrumbado toda su teoría, «no solo los fundamentos de mi aritmética sino la posibilidad en sí de que existan como tales».
Los autores de Logicomix no se han ceñido estrictamente a los hechos: hacen que Russell conozca a personas a las que nunca vio, como a Frege o a Cantor, o que asista a actos en los que no estuvo. Por ello, un complemento ideal al cómic es seguir los mismos hechos narrados por su protagonista, el propio Russell, en la Autobiografía que acaba de reeditar Edhasa, traducida por Juan García Puente y Pedro del Carril, donde el bello y honesto discurso racional de Russell se une a gran número de cartas personales. Su estilo, salpicado de ironía, ayuda a entender por qué fue el filósofo del siglo XX más leído por personas no especializadas, y por qué ganó en 1950 el premio Nobel de literatura. Unas memorias que permiten completar los vacíos del cómic con, por ejemplo, sus retratos de escritores a los que conoció como Joseph Conrad, George Bernard Shaw, T.S. Eliot o Jean Paul Sartre, o a científicos como el mismo Albert Einstein.
Russell, como apunta Mosterín, fue «el filósofo más completo del siglo XX, porque aunque no fue el número uno en cada disciplina que abordara, nadie más realizó aportaciones importantes en campos tan diversos como la lógica matemática, la historia de la filosofía, la teoría del conocimiento, la filosofía del lenguaje, la filosofía política, la religión, la educación, la moral, el sexo... Y, como activista, recordemos que cuando las mujeres no podían votar, él fue candidato al parlamento por el partido feminista... y no sacó ni un voto, claro. Estuvo contra la bomba nuclear y la carrera de armamentos y presidió el tribunal contra los crímenes de la guerra de Vietnam. Fue mucho más activo y mucho más completo que todos los demás filósofos. Fue el único especialista en todas esas cosas... es el más grande».
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