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Poniatowska es la cuarta mujer en recoger el premio –frente a 35 hombres ganadores del Cervantes– pero la primera galardonada en subir al púlpito del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. (Foto: J.J.Guillén / El País)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- Contar… contar… contar… Eso hace Elena Poniatowska desde hace 60 años. Y eso mismo hace tras subir cinco escalones, dar siete pasos, otros ocho escalones, dos pasos y un escalón más, para convertirse en la primera mujer en subir al púlpito del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para dar su discurso de aceptación del 38º Premio Cervantes de Literatura. Y rompe doblemente la tradición: su traje autóctono y sus palabras, donde más que el autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha o el mismo Quijote, anduvo Sancho Panza, escribe Winston Manrique Sabogal desde Madrid para El País.
Una periodista de a pie encaramada en lo más alto de las letras en español. Y haciendo gala de su mexicanidad: autóctono vestido rojo de adornos amarillos con un faldón rematado en encaje blanco y como pendientes el recuerdo y la magia de los pescaditos de oro que hacía y deshacía el coronel Aureliano Buendía al final de sus días, por la gracia de Gabriel García Márquez. «Antes de Gabo éramos los condenados de la Tierra. Pero con sus Cien años de soledad le dio alas a América Latina. Y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve y hace que nos crezcan flores en la cabeza».
Contar… contar… contar... Es el verbo preferido de Elena Poniatowska. Es su verbo natural. Y eso hace para contar un trocito de zonas en sombra de América Latina. Con el asombro ante el silencio y el olvido vivido por las mujeres y los más pobres y quienes deben migrar en busca de mejores oportunidades. «Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, ‘ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas».
Con voz nerviosa empieza por recordar a las tres mujeres que la precedieron. Es la cuarta en ser distinguida con este premio –frente a los 35 hombres que lo han ganado– pero la primera en subir al púlpito. Ana María Matute estaba en silla de ruedas, María Zambrano no pudo asistir y Dulce María Loynaz envió a una persona para que la representara. Tres marías «zarandeadas por sus circunstancias». Y junto a ellas nombres de mujeres que van desde Sor Juana Inés de la Cruz, pasando por Tina Modotti o Frida Kahlo, hasta las de Ciudad Juárez asesinadas. Asombro ante el silencio y lo que falta por hacer por las ellas.
La escritora, en cambio, un poco más protegida por algún dios mexicano que la convirtió en la quinta ganadora mexicana de este galardón, tras Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco.
La América indígena y desfavorecida representada por una mexicana culta de origen polaco. Evoca su alegre asombro por el idioma español que empezó a descubrir a los diez años cuando su familia se trasladó a México. El de una niña que pasó de decir merci, en París, a maravillarse en un idioma nuevo que la obligaba a jugar con la lengua con palabras como «gracias», «parangaricutirimicuaro» o «Xochitlquetzal».
Entran en su contar sus compatriotas porque quienes le dieron la «llave para abrir México fueron los mexicanos en la calle». Su voz recrea un cuadro realista mexicano «con personajes de a pie como los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino, un barbero, un cuidador de cabras…». Su voz pone el color al cuadro de un continente donde la cultura es casi desdeñada y el índice de analfabetismo es muy alto, la pobreza aumenta y los gobiernos no prestan mucha atención a los pobres. Pero ella aprendió el castellano «antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos de los hombres».
Y deja claro, recuerda, que la voz de los mexicanos, el tono de sus compatriotas, sus diminutivos, su humildad y sus modales «no es para hacerse menos ni por esconderse sino porque es parte de su naturaleza». Que no se confundan, viene a decir, no es lo mismo manso que menso.
En la tierra de Miguel de Cervantes está una mujer de 82 años tan sensible como combativa. ¿Rebelde? Que dice las cosas y reivindica la igualdad y derechos y deberes para todos. Una periodista que empezó a darse cuenta de la realidad en 1954 cuando la contrataron en el periódico mexicano Excelsior. Desde entonces, casi medio centenar de libros periodísticos, ensayos, novelas y biografías. Desde grandes reportajes y crónicas como La noche de Tlatelolco y Las soldaderas, hasta El universo o nada, la biografía novelada de su marido, Guillermo Haro; pasando por novelas como La piel del cielo y Hasta no verte, Jesús mío.
No apareció cabalgando como Sancho Panza pero lo recordó, se comparó a él: «Soy una Sancho Panza femenina. (…) Una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan».
Y le han contado mucho. Porque ella ha preguntado aún más. Es su otro verbo. Y señalar, también. Señalar que el «el poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos». Por eso se siente orgullosa de andar junto a los «ilusos, los destartalados, los candorosos».
La vida se escribe todos los días. Recuerda. Recalca.
Poniatowska, creadora de una obra que conjuga diferentes registros para ver la vida. El resultado, según el jurado del Cervantes, es «una brillante trayectoria literaria en diversos géneros, de manera particular en la narrativa y en su dedicación ejemplar al periodismo. Su obra destaca por su firme compromiso con la historia contemporánea. Autora de obras emblemáticas que describen el siglo XX desde una proyección internacional e integradora. Elena Poniatowska constituye una de las voces más poderosas de la literatura en español de estos días».
Por eso subió 14 escalones y dio nueve pasos para contar todo lo que contó. Baja y se sienta en un sillón delante de la mesa presidida por el Rey y la Reina de España. Elena Poniatowska, periodista y escritora, nacida princesa, hija de un descendiente directo, «no tan directo» del último rey de Polonia y de una mexicana de origen francés, escucha juiciosa. Lo que dirá primero el ministro de Cultura, José Ignacio Wert: «Porque la escritora que ha insuflado vida literaria al testimonio de la gente común comienza su carrera preguntando y desarrollando el más fino oído, el arte de escuchar». Dice que es una narradora singular en muchos sentidos al traspasar las fronteras convencionales de los géneros. «Que recorre como héroe el camino de la realidad y la ficción».
Aplausos. Ella ahora escucha al Rey lo que dice de ella. Él dice que ella advierte que en su narrativa la frontera entre la realidad y la ficción es muy fina, borrosa. Entre la crónica y la novela. Ella asiente con la cabeza. «Nuestra galardonada aproxima la realidad a nuestras propias vidas. Invita al lector a adoptar una visión y lo estimula para vivir un compromiso con el ser humano».
El Rey dice que la Humanidad es el centro de gravedad de la obra de la escritora mexicana. «La necesidad de poner voz a los desfavorecidos, de poner en evidencia las contradicciones del progreso, de denunciar la discriminación social y toda clase de injusticias».
Aplausos, Elena Poniatowska se pone de pie. Espera que salgan todos. La saludan. Busca con la mirada a sus tres hijos en el paraninfo. Y al patio sale la abuela a cuyo encuentro van siete de los nueve nietos que la han acompañado desde México.
Una hora y cinco minutos ha durado todo. Ha dejado claro la conjugación de un verbo multiforme.
Yo veo
Tú preguntas
Él escribe
Ella, Elena Poniatowska, cuenta. Cuenta lo que sucede a su alrededor y más allá. Ése es su verbo.
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