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Dos viñetas de Las oscuras manos del olvido. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 10 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- «Hoy los que no condenan esos crímenes son los que gobiernan el ayuntamiento y la diputación de esta ciudad. Así lo quisieron los políticos y algunos jueces. 319 voces silenciadas a cambio de que todo aparente normalidad. Unos abyectos acuerdos para una falsa paz». No es habitual leer frases como ésta en los bocadillos de las viñetas de un cómic. Hasta ahora, ETA había sido un tema casi tabú en este medio. Pero el guionista Felipe Hernández Cava y el dibujante Bartolomé Seguí, ganadores del Premio Nacional de Cómic en 2009 por Las serpientes ciegas, han querido incorporar el terrorismo etarra al campo semántico del tebeo español. Las oscuras manos del olvido (Norma), su cuarto trabajo conjunto, trata el problema y lo hace a bocajarro. Una nota de Darío Prieto para El Mundo:
«Quería que este álbum fuese un homenaje a las víctimas. Y más en un tiempo como el presente, en el que, como creo que se intuye en el libro, parece inevitable que el poder político, sea del signo que sea, acabe traicionándolas», explica Hernández Cava, quien también colabora con EL MUNDO. Amigo personal de varias víctimas -el libro está dedicado a Cristina Cuesta, hija de Enrique Cuesta, asesinado en 1982-, Hernández Cava ha cooperado con diversas organizaciones, como la Asociación de Víctimas del Terrorismo, como guionista de documentales.
Las oscuras manos del olvido sigue los pasos de Antoine, un miembro de la mafia marsellesa que, después de 30 años en la cárcel, recibe el encargo de localizar y matar al etarra que asesinó a un empresario vasco. Una búsqueda que sucede mientras los antiguos terroristas mudan de piel y se asocian con el poder.
Aunque el próximo mes de mayo verá la luz otro cómic sobre ETA (He visto ballenas, de Javier de Isusi), el tema sigue entrañando dificultades. ?«Este es un trabajo que concebimos en 2012 y que tuvimos que posponer hasta 2013, después de una serie de negociaciones con la editorial francesa Dargaud. No por el asunto, al que no le pusieron ninguna pega, sino por la extensión con la que lo queríamos tratar», explica Hernández Cava, para quien resultaba «especialmente interesante» que el libro se publicase «en el país vecino, donde nunca ha habido demasiada información sobre la cara real de ETA».
«Trabajamos con el miedo a que todo lo que está pasando en el País Vasco dejase la obra fuera de juego y desfasada. Pero no: tengo la terrible sensación de que lo que habíamos visto desde el principio tenía cierto carácter profético de lo que iba a terminar sucediendo», apunta el guionista. «Creo que ETA está bajo mínimos, bastante golpeada policialmente, pero no puedo dejar de ver con pesar que la ideología que alimentó ese monstruo no sólo esté viva, sino que goce de muy buena salud».
De ahí la presencia de la peste a lo largo del cómic: «Me parecía un símbolo perfecto para hablar de cómo hay sociedades que enferman por un mal al que sucumben, llámese xenofobia, nacionalismo exacerbado o terrorismo. Y, de paso, para ponerme bajo el paraguas protector de Albert Camus, que es de los pocos filósofos de ese periodo a los que sigo teniendo un gran respeto».
«No quiero ni usar la palabra 'conflicto', porque me parece un término bastardo aplicado a lo que ha pasado en el País Vasco. Así que, frente a cualquier 'problema', lo que procuro, como Camus, es identificar quiénes son las víctimas, lo cual me parece muy fácil. Y me coloco de su lado, sin ningún reparo».
Ellas, dice, son su prioridad en la historia. «Pero también me preocupa, y no mucho menos, el proceder bastante artero del poder hacia las personas». De ahí, una idea que flota a lo largo de todas las viñetas, el «cierre en falso» de este drama. «Cuando uso esta expresión es porque tengo comprobado que a lo largo de la Historia, en la mayoría de las ocasiones, a las víctimas se les conceden subvenciones, homenajes y muchas otras cosas. Todo, salvo lo que más agradecerían: justicia».
Un trabajo que, según él, no hubiese sido posible sin Tomeu Seguí, que «pertenece a una escuela que me gustaría que abundase más: la del dibujante que se pega tanto a la historia que evita cualquier tipo de lucimiento». «Aunque no lo parezca», apunta el guionista sobre el apartado visual, «porque este álbum es a veces demasiado verborreico, estuvimos pensando para él en la estética del cine de Jean-Pierre Melville, y en Lino Ventura como inspiración para el personaje protagonista».
El poder de un lenguaje
Componente del influyente colectivo de autores de cómic El Cubri, Hernández Cava defiende la importancia del cómic como vehículo para la transmisión de ideas igual de profundas que otras artes. «Siempre me he sentido un escritor de tebeos que ha trabajado para un público adulto. Cuando oigo que ahora, gracias a la novela gráfica, este medio puede abordar temas que hasta ahora no se podían tratar, no puedo evitar reírme. Porque desde los tiempos de El Cubri, con Pedro Arjona y Saturio Alonso,ya trabajábamos para adultos».
«Siempre he tenido la sensación de trabajar a contracorriente», abunda el guionista, «haciendo cómics antifranquistas antes de 1975 y, ya en la democracia, encontrándome con muchas dificultades para hablar de temas sobre la memoria y la Guerra Civil española. Más tarde, en la época de Zapatero, llegó el toque de rebato de que había que hablar de la memoria histórica. Así que cuando la gente empezó a obsesionarse con la República y la Guerra Civil, yo tenía la sensación de estar en otro estadio, con independencia de que sea una etapa que me sigue interesando y que me gustaría abordar algún día lejos del maniqueismo con el que las más de las veces se hace».
Aunque no le acabe de convencer la fórmula de otro cronista de la realidad a través de las viñetas, Joe Sacco, el premio Nacional de Cómic coincide con el maltés en que los creadores de cómic no tienen que justificarse por hacer lo que hacen. «No me gusta la etiqueta de 'novela gráfica' para definir a un tebeo, porque pienso que muestra un complejo de inferioridad respecto a la novela», explica Hernández Cava. «Éste es un medio mágico, desde mi punto de vista, por esa separación entre una viñeta y otra, entre una página y otra. Es en esa línea en blanco donde residen las posibilidades de este arte, donde el lector puede participar activamente en la historia».
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