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Xipe Tótec. Thomas Glassford. Edificio del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, México D.F., México, 2010. . (Foto: Cortesía del artista)
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iudad Juárez, Chihuahua. 14 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- Exuberante, polifacética, excesiva… Cuesta encontrar adjetivos suficientes para describir Ciudad de México y también sus habitantes. Veinte millones dan para mucho y más en un momento de pujanza económica e intelectual como ha sido la última década. Lo demuestra Sin límites. Arte contemporáneo en la Ciudad de México 2000-2010, un hermoso libro de medio millar de páginas en DIN A4 y centenares de fotografías, publicado por la editorial barcelonesa RM, que recoge un relato alternativo de la escena artística de esta apabullante metrópolis durante los primeros diez años del siglo XXI. Sus autores, el redactor jefe de la sección de Cultura del diario Excélsior, Edgar Hernández y la comisaria Inbal Miller, desafían la historiografía oficial obviando la herencia muralista y la pintura neo mexicanista, reconocida por las instituciones casi como único medio legitimo, para explorar la escena más contemporánea surgida de la crisis del espacio expositivo, la introducción de las nuevas tecnologías y la atención por las problemáticas económicas, sociales, culturales y por supuesto estéticas y formales de una ciudad de tamañas dimensiones. Una nota de Roberta Bosco para El País:
Sin límites reúne más de 200 obras de 140 artistas no solo mexicanos, pero todos afincados en el Distrito Federal, el tentacular DF, incubadora de talentos, inspirador de proyectos, privilegiado escenario para la representación de la comedia humana y verdadera eminencia gris del libro. «Nos planteamos el trabajo desde la voluntad de expandir los límites del cubo blanco, investigando cómo se ha ido generando y consolidando un discurso crítico y creativo diferente del institucional», indican los autores, que para la portada han contado con un dibujo inédito de Carlos Amorales. Sus criterios básicos a la hora de seleccionar las obras fueron la noción de transgresión y la necesidad de interacción con el público fuera del espacio reglado del museo, además del marco temporal y relación con la ciudad, como entidad viva y autónoma que da sentido al trabajo de los artistas.
La gigantesca muleta de plástico hinchable que Marcela Armas colocó debajo de un puente; el edificio malogrado en el terremoto de 1985, habitado por indigentes, que iluminó Santiago Sierra; las hélices de Iván Abreu, susceptibles a cualquier variación del aire que sale de las estaciones del Metro; la instalación lumínica de Thomas Glassford, una segunda piel que celebra la nueva vida de Tlatelolco como centro cultural; las acciones surrealistas de Francis Alÿs y las proyecciones públicas nómadas de Fernando Llanos, también conocido como Videoman, son algunos ejemplos de las obras que se reseñan en el libro. «Nos enfocamos en reunir proyectos que existieron en una misma ciudad, independientemente de nuestras preferencias y de su fortuna crítica. Por ello se alternan creadores reconocidos internacionalmente y artistas que perdieron peso con los años o no consiguieron salir del ámbito emergente», puntualiza Hernández. El recorrido empieza con el Alzado Vectorial de Rafael Lozano-Hemmer, una instalación interactiva revolucionaria con la que México saludó el cambio de milenio y se concluye con un mural del colectivo marcelaygina, que propone un acercamiento crítico a la obra del gran muralista David Siqueiros, atrapada en una lógica de conservación que busca volverla eterna. «Llegamos a seleccionar 600 obras, todas vinculadas con la ciudad de una forma u otra. Muchas, en tanto que creaciones efímeras ya han desaparecido, de modo que el libro funciona como registro y memoria tanto de lo que vimos como de lo que tan solo oímos», continúan los autores, que estudian utilizar el material recopilado también para organizar exposiciones y crear un sitio web, que funcione como archivo en proceso. A la espera de próximas iniciativas, el libro ofrece un inolvidable paseo, que alterna recuerdo, sorpresa y descubrimiento, por aquel enorme museo sin paredes, público y privado a la vez, que es la Ciudad de México.
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