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El escritor mexicano en su juventud. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- Imposible no coincidir, en el centenario de su nacimiento, en el tan controvertido tema de Octavio Paz. A casi dos décadas de su muerte, el gran escritor sigue desatando, además de, por supuesto, intercambio de ideas (verdadero debate), también reacciones polémicas y sentimientos encendidos.
Es difícil no caer en esta polarización: su presencia, una vez integrada al aparato estatal y económico del país y convertida en un verdadero factor político, llegó a ser omnímoda y tan poderosa, que incluso sus fobias y obsesiones personales se convirtieron en vectores, en inevitables puntos de referencia, determinando así, en buena medida, el rumbo de nuestras instituciones culturales y, peor aún, de nuestra cultura.
Paz, en efecto, cayó en una de las situaciones que más temía y que más había criticado: la «cercanía del príncipe». Habiendo considerado que el gran peligro político de la era moderna eran las ideologías neorreligiosas de izquierda y las dictaduras de izquierda a las que dieron sustento (regímenes desde un inicio contradictorios, ineficientes y económicamente vulnerables) Paz terminó apoyando al orden neoliberal, que aún ahora sigue consolidándose y que, paradójicamente, sí amenaza con llegar a construir la «dictadura perfecta».
Fue por vocación, además, un «hombre de poder» que minimizó en lo posible a cualquiera que fuera capaz de hacerle sombra, o de entorpecer su proyecto de quedar ante la historia literaria como el gran renovador de la lírica en castellano del Siglo XX. La manera en la que se refirió en numerosas ocasiones, por ejemplo, a Gilberto Owen y a Jorge Cuesta es, en este sentido, más que evidente.
Criticó repetitivamente, y con razón, la falta de libertad política, pero principalmente cuando esta aparecía en contextos políticos de izquierda, y sus críticas, por decir algo, a las dictaduras pro-estadounidenses del sureste de Asia (algunas de las más sangrientas del mundo) fueron inexplicablemente mucho menos frecuentes. Su quietismo frente a los fraudes electorales salinistas contribuyeron a elevar a un grupo oligárquico a inéditas posiciones de poder, y posibilitaron la instauración de un bipartidismo de oposiciones leales, cuyas consecuencias todos conocemos en México.
Sin embargo, Octavio Paz nos dejó una obra intelectual y literaria vasta, diversa, muy compleja y no pocas veces deslumbrante. Fue, como intelectual, un hombre-puente, que propició el diálogo entre diversas épocas y civilizaciones y que, entre otras cosas, revalorizó el arte de la traducción hasta colocarlo en un nivel que esta disciplina ha conocido en muy pocas otras épocas de la historia, equiparándola plenamente a la creación individual.
Llevó al ensayo a un grado de maestría que el género pocas veces había alcanzado en castellano, y algunos de los suyos («Magia de la Risa», por ejemplo), son grandes ejemplos de exploración, creatividad y celebración en torno a temas poco comunes y difíciles de ser tratados. Fue también, sin duda, un notable crítico de arte, cuyos deslices ideológicos fácilmente son compensados por la brillantez de las ideas y la perfección del estilo. Textos en prosa tales como «Mi Vida con la Ola» resisten múltiples lecturas, y son al mismo tiempo narrativa, poesía y hasta ensayo.
Como pensador, vinculó amor, erotismo, arte y poder, siguiendo, por supuesto, la gran tradición europea, pero vinculándola con otras tradiciones del mundo y dotándola de nuevos ejes y perspectivas de análisis. Gran poeta y gran conocedor e intérprete de la poesía, sus ensayos sobre el tema contienen aforismos que se cuentan entre la más lúcida e intensa meta-poesía que jamás se haya escrito. Por lo demás, piezas como «Piedra de Sol», «Trabajos del Poeta» y «Carta de Creencia» son ya monumentos centrales en nuestra tradición, y su altura y perfección son un patrimonio colectivo, de significación universal.
¿Qué va a quedar de Paz? Seguramente muchos otros momentos y aspectos de su polifacético trabajo, incluso si otros –también hay que decirlo– han comenzado ya a envejecer. Pero éste es el destino, ya se sabe, de cualquier obra.
Pasiones aparte, se trata ciertamente de uno de nuestros (pocos) grandes escritores. Mal haríamos en desconocerlo. Y si así fuera (en un país en el que casi nadie lee), no será así en otras partes del mundo, en dónde Paz es cada vez más traducido, cada vez más leído y, previsiblemente, cada vez más citado.
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