Rancho Las Voces: Teatro / Entrevista a Olga Harmony
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miércoles, abril 09, 2014

Teatro / Entrevista a Olga Harmony

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«Olga fue referente de la crítica por su formación literaria, su cultura teatral, su buena prosa, su independencia intelectual y su perspicacia para ver lo que está en el fondo de la forma dramática», considera Fernando de Ita. (Foto: Jesús Villaseca)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- «Me corté la coleta y no pienso ir a otra plaza a torear», dice Olga Harmony, dramaturga, narradora, profesora y decana de la crítica teatral en México. Hace unos días anunció su despedida de las páginas de este diario, donde durante casi tres décadas publicó un artículo semanal, esperado, temido y al mismo tiempo apreciado por la comunidad teatral. Una entrevista de Ericka Montaño Garfias para La Jornada:

Enamorada del teatro desde muy joven, fue una lectora voraz, estudió filosofía y sicología, y encontró el teatro. Alguna vez quiso ser actriz, «pero no se me dio», y comenzó con la crítica teatral muy joven, en una revista estudiantil y después en periódicos y televisión. Este es apenas un fragmento de la vida de esta mujer que nació hace 86 años y pasó su infancia en una casa en la colonia Clavería, que ejerció su profesión en un momento en el que no había tantas mujeres escribiendo nada y que se enamoró del teatro viendo y hablando de él.

Esta entrevista comienza con su despedida de La Jornada, diario del que es fundadora. «En unos días, el 23 de abril, cumplo 86 años. Me dije: ‘soy una crítica que ha sido considerada y no quiero cometer errores demasiado graves, porque errores los cometemos todos’. Tengo un ejemplo muy claro de una crítica excelente de otro periódico que tuvo Alzheimer. Yo no tengo Alzheimer, pero cuando ella empezó con estas cositas de borrar recuerdos la gente se burlaba mucho, la agredía. Por eso dije: ‘me voy’».

Sigue yendo al teatro. «No llevo la cuenta de cuántas obras he visto en mi vida. No sé si miles, pero sí bastantes, porque las veo desde joven».

Todo se inició en su infancia. «Fui una lectora voraz. En mi casa se leía mucho. Mi mamá, mi papá y hasta mi abuela, que casi no tuvo estudios muy formales, leían mucho. Mi infancia transcurrió en la casa de mis padres, en la colonia Clavería, una casa de esas con jardín muy grande, una preciosa que siempre he añorado, porque en ese jardín jugábamos mis hermanos y yo».

Fue la tercera de cuatro hermanos y entonces «lo que más me gustaba era leer. Mi mamá me racionaba las lecturas para que hiciera un poco de ejercicio. Hasta que no daba yo unas vueltas al jardín no podía leer un nuevo libro. Pero también jugábamos mucho. Casi siempre se ríen cuando les digo que mi libro favorito era Los tres mosqueteros y Los tres mosqueteros 20 años después. Lloraba cuando se mueren todos mis mosqueteros. Ya en la adolescencia me gustaba Victor Hugo y otros libros que no entendía en su momento o libros que siento que hoy me hartarían».

Llegaron los estudios, primero filosofía, «porque creí que me iba a resolver todos los misterios del qué hago, por qué estamos en el mundo, por qué vivimos. Como era una muchachita muy seria, me hablaban de un autor y no me quedaba con los apuntes, sino que me iba a los orígenes y no entendía nada. ¡Tenía 18 años!», dice entre risas.

Filosofía, sicología y dramaturgia

Dejó filosofía y comenzó a estudiar sicología, pero no terminó por una razón: «Me topé con el teatro».

Define ese encuentro como generacional y personal. «Como que se puso de moda el teatro en los años 50. Hubo autores, compañeros míos, que tuvieron gran relevancia, como Emilio Carballido, Sergio Magaña, Josefina Hernández. Entonces todos hablábamos de teatro. En la Facultad de Filosofía, que estaba en Mascarones, estuvo la primera cafetería universitaria que se conoce; ahí todo el mundo hablaba del teatro».

No sé qué es lo que hacía tan particular al teatro de ese momento, añade. «Fue como un renacimiento, fueron varias cosas. Vino Seki Sano y nos enseñó otra manera de actuar, que quizá no lo podíamos apreciar completamente a los 17 o 18 años, pero que nos hizo ver que había otra cosa.

«Mi generación, o por lo menos yo, estoy muy agradecida con María Teresa Montoya. La gente que habla del montoyismo no se da cuenta de lo generosa que era esta señora, porque los jueves abría la taquilla para que fuéramos los estudiantes. No nos cobraba. Estoy hablando de finales de los años 40 y principios de los 50, que es casi hablar de la Edad Media, porque las chicas íbamos a las filas de abajo y los muchachos arriba. Pero vimos mucho teatro gracias a la Montoya; yo sí le estoy agradecida. Luego, de repente, empezaron a tener significación compañeros nuestros, y aquello era un hervidero de intereses de teatro.

«En ese momento me enamoré del teatro, por eso digo que fue generacional, pero también personal, porque ya antes me había interesando mucho Ibsen; en mis 19 años, de regalo, pedí las obras de Ibsen, entonces ya tenía ese interés. Pero, ¿en qué momento preciso uno decide qué quiere ser? A mi edad uno ve en retrospectiva y adorna las cosas. Pero yo no quiero adornar. No sé. Simplemente no sé en qué momento decidí dedicarme a esto.

«Mis padres nunca me dijeron nada. Me dejaron hacer tontería y media, no terminar una carrera, irme a otra, porque al cabo era yo mujer y me iba a encontrar con un tonto que me mantuviera de por vida y les falló, porque no era tonto, sino muy inteligente, y nunca me mantuvo».

Además de ver y escribir sobre teatro, Olga Harmony creó las obras Teresa entre los cuerdos, Nuevo día, La ley de Creón y Letras vencidas, entre otras, además de un libro de cuentos y una novela.

«Escribí teatro, porque creo que nada más estaba influenciada por esa efervescencia que había. Y claro, sí tenía, y siempre he tenido un pensamiento de izquierda, de manifestar cosas muy libres, bueno no tanto, porque en esa época no podía uno ser muy libre. Incluso mis compañeros que triunfaban hablaban de la familia, porque pesaba mucho en mi generación. Pero sí fue un momento de tránsito, también para los varones. Era como romper amarras».

Era una época en la que no había tantas mujeres escribiendo nada. Y ella lo hizo, ya fuera para periódicos y revistas, u obras de teatro para sus alumnos en la Escuela Nacional Preparatoria.

¿Alguna vez actuó?

No. Yo quería, tenía esa curiosidad, pero no se me dio. Pero tampoco era mi interés primordial en el teatro. Yo quería escribir o dirigir. No me parecía fascinante decir cosas como otro quería que las dijera.

¿Qué pasa con el teatro en México hoy?

Creo que la gente prefiere a los autores extranjeros, no hay un reclamo por el teatro mexicano, se piensa que es de mala calidad. Pero hay talento. No estamos perdidos. Muchos de los chavos quieren triunfar de inmediato. También la gente se interesa un poco por las promociones que se hacen, como en los teatros de Bellas Artes que están en el Centro Cultural del Bosque, donde los jueves hay promociones y sí se llenan.

La crítica

Un día Olga Harmony encontró entre sus papeles una de las primeras críticas teatrales que escribió para una revista estudiantil, pero pasó mucho tiempo sin publicar otras cosas, porque había pocas oportunidades de hacerlo. Trabajó en el Excélsior, a veces en El Nacional y El Heraldo, y después en Unomásuno y en La Jornada. También estuvo en el programa de televisión Cada noche lo inesperado, con Luis Spota.

“Después de la televisión dejé de escribir un tiempo, hasta Unomásuno. No me fui con los que se fueron de este diaro. Me fui antes, siempre antes. De Excelsión me fui antes, del Unomásuno también, porque llegó un nuevo jefe de sección”.

Después, llegó a La Jornada, por invitación de Humberto Musacchio. «En La Jornada estuve desde el principio, soy fundadora. Casi 30 años de escribir en La Jornada, nada más. Sentí que políticamente un diario de izquierda jugaba mucho con mi manera de ser y, vitalmente, esa apertura que tiene La Jornada desde su fundación.

He estado en diarios de derecha; eso es muy divertido, porque tiene uno que ver cómo le hace para enredar y poder decir las cosas. Un poco como los cinco principios de Brecht de decir la verdad. Es divertido, pero también cansado. Es mucho mejor expresarse donde te respetan.

¿Se hizo de enemigos?

Sí, pero fueron deponiendo las armas. Al principio era horrible hablar frente a teatristas, después quedaron estos muchachitos imbéciles que no te leen, pero nunca han recibido una crítica, porque su obra nunca se ha presentado.

¿Qué hace a un buen crítico?

Primero conocer la sustancia del teatro. Tratar, no de ser objetivo, sino imparcial. No creo en la objetividad, pero sí en ser imparcial. Por ejemplo, puedo escribir de alguien que me haya agredido, que ya no me agrede tanto, o puedo escribir bien de alguien que me caiga mal, porque me gustó lo que hizo. Me cuesta mucho escribir de alguien que me ha gustado siempre, que incluso me cae bien, pero que hace una escenificación que no vale. Antes no escribía de eso, y un día dije: ‘Sí voy a escribir esto de fulano, porque ahí pruebo si soy imparcial’. Pero se trató de una persona primorosa que me lo agradeció.

¿No extrañará escribir su artículo?

Ya lo estaría extrañando, pero no. Voy a cumplir 86 años. Hasta ahora no la he regado. No soy perfeccionista. Soy muy vanidosa.


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