Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Alan Weisman
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

viernes, abril 11, 2014

Literatura / Entrevista a Alan Weisman

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El periodista estadounidense publica La cuenta atrás, una propuesta para salvar el planeta (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. X de abril de 2014. (RanchoNEWS).- En 2007 el periodista científico Alan Weisman (Minneapolis, 1947) firmó El mundo sin nosotros, un libro original y extraño que fue traducido a 34 idiomas y se convirtió en un inesperado bestseller internacional. Se trataba de un experimento mental que borraba a los humanos del mapa con el fin de mostrar lo rápido que La Tierra podría sanar y volver a ocupar los nichos exhaustos una vez liberada de las presiones diarias a las que los humanos la someten. Su esperanza, según afirma, contaba con que una vez que los lectores contemplaran la imagen de un planeta saludable recién restaurado, sentirían curiosidad por la manera de reincorporar a los seres humanos al conjunto. Por imaginar un mundo con nosotros. «Pero en armonía, no en combate permanente con el resto de la naturaleza». Una entrevista de Daniel Arjona para El Cultural:

Weisman ha tratado desde entonces de determinar ese «equilibro óptimo». Recorrió el globo durante dos años, visitó veinte países e interpeló a los principales expertos de todas las grandes ramas de la ciencia. Y siempre se topó con el mismo enemigo: la superpoblación, la vieja trampa malthusiana que tan desactivada parecía después de casi dos siglos de constantes refutaciones. Pero también fue poco a poco esbozando una respuesta que es, al tiempo, propuesta, y que halla una apasionada y prolijamente fundamentada argumentación en su nuevo libro, La cuenta atrás (Debate,2014).

Usted plantea una única respuesta, la única vía de escape hacia el futuro: «Hay que reducir la población».

Al tratar de determinar cuál podría ser el equilibrio óptimo, me encontré con un hecho preocupante: cada cuatro días y medio, añadimos un millón de personas al planeta. Eso a mí no me suena muy sostenible. Así que cuando terminé El mundo sin nosotros, intenté otro experimento mental. Le pregunté al distinguido Instituto de Demografía de Viena por las implicaciones sociales que supondría que todos asumiéramos la política de un solo hijo de China. La sorprendente respuesta fue que a finales de este siglo volveríamos a los 1.600 millones de personas, la población de la Tierra a principios del siglo XX, antes de que rápidamente duplicáramos nuestro número, y luego volviéramos a duplicarlo.

El planeta se merece un respiro. Pero nadie quiere un gobierno que nos diga qué hacer en nuestras habitaciones (incluyendo la mayoría de los chinos ). Nuestra naturaleza nos lleva a dejar más copias de nosotros mismos, como cualquier otro organismo. Por instinto nos resistimos a la idea de ser forzados a limitar lo que es natural. Y todos hemos oído hablar de los peores excesos de la política china: los abortos forzados, la esterilización, el infanticidio femenino. La política de un solo hijo, implementada en 1980 en China puede haber logrado 400 millones menos de chinos. Pero se trata de una política draconiana e inaceptable.

¿Cómo reducimos, entonces, la población sin fundar un estado totalitario o provocar un «genocidio»?

Dicho programa debería ser voluntario: la gente decidiría por sí misma tener menos hijos en su propio interés. En el libro describo muchos países con tasas de natalidad antes al alza en los que esto ha sucedido con éxito. Y son culturas muy diferentes. México, Costa Rica , Brasil, Tailandia , Singapur y -para sorpresa de muchos- varios países musulmanes como Bangladesh, Indonesia, Túnez e Irán. En Irán, que visité, gracias a un programa completamente voluntario, el crecimiento de la población se redujo a la tasa de reemplazo -lo que significa que los dos padres tienen un promedio de dos hijos para reemplazarse a sí mismos- un año más rápido que en China.

Irán lo logró de dos maneras: en primer lugar, puso todas las forma de anticoncepción disponibles para todos. En una fatwa, el ayatolá Jamenei declaró que nada en el Corán se opone al control de la natalidad cuando la sabiduría dicta que una pareja tiene el número de niños que se pueden cuidar responsablemente. En segundo lugar, animó a las niñas a permanecer en la escuela, ya que así tienden a posponer su edad fértil hasta que completen su educación. Hoy el 60% de los estudiantes universitarios iraníes son mujeres. La educación femenina es el anticonceptivo más eficaz de todos. Junto a lo que cuesta criar niños hoy, los altos niveles de educación de la mujer son la principal razón de que los países tradicionalmente católicos como España o Italia muestren tasas de natalidad muy por debajo de la tasa de reemplazo. Ese mismo instituto demográfico vienés que mencioné anteriormente ha calculado recientemente que si la educación y la anticoncepción femeninas estuvieran universalmente disponibles, habría mil millones menos de nosotros a mediados de este siglo, lo que nos pondría en el buen camino hacia la sostenibilidad sin ningún gobierno totalitario.

¿Refutaron a Malthus?

Yo pensaba que, de todas las amenazas para el futuro del hombre, la superpoblación ya había pasada de moda... ¿Pero Malthus no ha sido refutado mil veces? 

En realidad, a pesar de que los favorables al crecimiento insisten en que Malthus estaba equivocado, nadie lo ha refutado realmente. Dejando aparte algunas explosiones microbianas, los seres humanos viven hoy el más grande y más anormal crecimiento acelerado de la población en la historia de la biología. Este enorme aumento de la población tiene dos razones. En primer lugar, los avances médicos que arrancaron en 1796 con la vacuna de la viruela. Hasta la llegada de las vacunas, los antisépticos, la higiene en los hospitales o la pasteurización de la leche, la mayoría de los bebés no llegaban a cumplir los cinco años, y la esperanza de vida humana promedio era de 40. Hoy en día, la mayoría de los bebés sobreviven hasta tener hijos propios y las personas viven hasta los 80 o más. En segundo lugar, aprendimos a producir mucho más alimento del que la naturaleza tenía intención de darnos gracias a la invención de los fertilizantes de nitrógeno artificial. Antes de la Primera Guerra Mundial, la cantidad de vida vegetal en el planeta se limitaba a un número relativamente reducido de especies que alojan las bacterias fijadoras de nitrógeno. La invención de los fertilizantes de nitrógeno artificial permitió que nuestra población explotara. Sin ella, el 40% de nosotros no estaría aquí.

En 1798, había menos de mil millones de seres humanos cuando el economista Thomas Robert Malthus predijo que la población, que crece exponencialmente, siempre sobrepasaría la producción de alimentos, que sólo crece aritméticamente. Luego el nitrógeno artificial llevó la población mundial a los 3.500 millones. Se elevó aún más rápido a partir de finales de 1960 con la Revolución Verde, que llevó el trigo, el maíz y distintas variedades de arroz a más del doble del número de granos de cereal por tallo. La Revolución Verde se afirma a menudo para refutar Malthus y a los ecologistas estadounidenses Paul y Anne Ehrlich, quienes escribieron en 1968 el bestseller mundial The Population Bomb. Pero cuando fui a los enclaves mundiales de la Revolución Verde, el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo en México y al Instituto Internacional de Investigación del Arroz en Filipinas, para investigar La cuenta atrás, no conocí a ningún científico de alimentos que estuvieron de acuerdo en que Malthus o los Ehrlich habían sido refutados. En realidad, explicaban, cuando el fundador de la Revolución Verde, Norman Borlaug, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1970, ya advirtió de que «no puede haber un progreso permanente en la batalla contra el hambre hasta que los organismos que luchan por la mayor producción de alimentos y los que luchan por el control de la población se unan en un esfuerzo común». Borlaug, la persona que ha salvado más vidas que cualquier otra en la historia, entendía la paradoja de la alimentación: cuanto más se produce, más personas no se mueren de hambre y viven para dar a luz a más personas que necesitan ser alimentadas.

De la Revolución Verde a los transgénicos

La Revolución Verde evitó la trampa malthusiana. ¿No podrían constituir los transgénicos una segunda revolución verde?

El propio Borlaug lo dijo en repetidas ocasiones: la Revolución Verde no nos salvó de la «trampa malthusiana», simplemente nos dio una generación extra para resolver el crecimiento de la superpoblación. Sumamos ahora 7.200 millones de personas y nos dirigimos hacia los 11.000 millones a finales de siglo. Hay más de mil millones de personas hambrientas en el mundo y el cambio climático amenaza con reducir las cosechas de cereales en un 10% por cada 1 ° C de aumento promedio de la temperatura. Durante la investigación del libro visité la Academia Pontificia de Ciencias de la Santa Sede para preguntar dónde conseguiríamos comida para casi 10.000 millones a mediados de siglo. ¿No sería desastroso seguir talando bosques para la agricultura? La respuesta, me dijeron, se encontraba en los nuevos cultivos transgénicos que están diseñando en los centros de la Revolución Verde de México y Filipinas.

Allí conocí al sucesor de Borlaug en el programa de mejoramiento de trigo, el Dr. Hans-Joachim Braun. Y para él, la superpoblación seguía siendo un problema mayúsculo. «En los próximos cincuenta años», me dijo Braun , «vamos a necesitar producir tanta cantidad de alimentos como se ha consumido en toda la historia humana». Es cierto que los genetistas me mostraron lo que el Vaticano me había contado: experimentos para acelerar la fotosíntesis y mejorar anteriores rendimientos de la Revolución Verde e incluso para obtener granos capaces de fijar su propio nitrógeno y reducir al mínimo las necesidades de fertilizantes artificiales. Pero Braun y todos los demás científicos aseguraban que incluso si ellos lograban esos cultivos transgénicos, no serían comercialmente viables hasta dentro de 25 años. Y para entonces, habrá 2.000 millones más de nosotros.

Los recursos de la Tierra son finitos pero, ¿no es infinita la imaginación humana? El petróleo, la revolución verde, etc., eran inimaginables hace no tantos años. ¿Y si mañana descubrimos algo que lo vuelve a cambiar todo?

La idea de que el ingenio humano puede resolver todos nuestros problemas pasa por alto el hecho de que la tecnología siempre trae consecuencias no deseadas. La Revolución Verde ayudó involuntariamente a cuadruplicar la población. Sus cultivos, desarrollados en los laboratorios, no contaban con los mecanismos de defensa naturales evolucionados durante miles de años, por lo que necesitaban la protección química de plaguicidas y herbicidas. Por poco nos envenenan así: cada vez más, las tasas de autismo, el cáncer,la caída del número de espermatozoides, y los trastornos cognitivos están relacionados con los pesticidas agrícolas, herbicidas y hormonas. Del mismo modo, los fertilizantes de nitrógeno artificial destruyen los suelos, las aguas subterráneas, y crean enormes zonas muertas en el océano en las desembocaduras de los ríos del mundo. Cuando se descomponen, emite óxido nitroso, el gas de efecto invernadero más potente después del CO2 y el metano. La Revolución Industrial, que dio lugar a la invención de maneras asombrosas de utilizar la energía y así impulsó nuestra civilización, ha emitido, por desgracia, tanto gas que atrapa el calor que las dos últimas veces que la concentración atmosférica de CO2 por sí sola era tan alta, hace tres y quince millones de años, los niveles del mar eran 25 a 30 metros más alto .

El economista norteamericano Julian Simon es conocido por predicar que el ingenio humano se aseguraría de que los recursos nunca se acabarían. En 1994 escribió: «Ahora tenemos la tecnología para alimentar, vestir y suministrar energía a una población en constante crecimiento durante los siguientes 7.000 millones de años». Con un crecimiento de la población mundial de un 1,4 por ciento al año, Paul y Anne Ehrlich comprobaron sus matemáticas y respondieron que aquello era poco probable: al ritmo actual, dentro de 6.000 años la masa de la población humana sería igual a la masa del universo. Es imposible que la población siga creciendo en un planeta que no crece. Todas las especies en la historia de la biología que exceden los límites de su base de recursos sufren un desplome. O nos las arreglaremos con gracia y hacemos descender la población a través de la planificación familiar responsable, o la naturaleza lo va a hacer por nosotros, brutalmente .

Los límites del crecimiento

Y sin embargo, como usted mismo menciona, la población mundial parece estabilizarse.

Cuando los números nos dicen que la población sigue creciendo un millón de personas más cada cuatro días y medio, parece incorrecto afirmar que se ha «estabilizado». Hoy más de la mitad de la especie humana vive en ciudades, cuando sólo un tercio en 1950. Ya que los niños de las zonas urbanas no son un activo económico para sus padres como lo son en las granjas, se asumió que la población mundial se estabilizaría en torno a 9.200 millones a mediados de siglo. Estamos creciendo más lentamente pero la División de Población de la ONU revisó sus proyecciones recientemente y vaticinó que nuestros números seguirán creciendo, alcanzando casi 11 mil millones a finales de siglo, con ningún pico seguro a la vista. Y, aunque me encanta mi especie, es demasiado. Con tantos de nosotros exigiendo comida, el 40 % de la parte no congelada de la Tierra se utilizará para alimentar a una sola especie: la nuestra. Esto deja muy poco espacio para otras plantas y criaturas de cuya existencia depende la nuestra, ya que polinizan nuestros cultivos, reparten semillas, se comen las plagas, ayudan a controlar la erosión y la construcción de suelos, entre muchos otros servicios gratuitos que nos brindan. Nuestras demandas de energía están creando estragos en el clima y convierten nuestros mares en ácido. Sin embargo, la anticoncepción es la tecnología que ya tenemos, y es barata: alrededor de 8.000 millones de dólares al año (menos de dinero que el gobierno de EE.UU. estaba gastando por mes en Afganistán e Irak durante la década pasada).

Si la población comienza a descender y a avejentarse, ¿quién pagará la factura de la generación anterior?

Los economistas favorables al crecimiento a menudo advierten que si la población deja de crecer, habrá muy pocos trabajadores jóvenes que coticen para pagar las pensiones de demasiadas personas mayores. Y así varios libros señalan la «decadencia» de la población europea. En realidad, a este tipo de economistas le gustan las grandes poblaciones porque con mucha gente pobre luchando por salarios miserables, la mano de obra es más barata. Olvidan el hecho de que a diferencia de los niños, cuya alimentación, ropa y educación tiene costes hasta que se convierten en adultos, los adultos mayores saludables de hoy siguen siendo económicamente productivos mucho más tiempo. En La cuenta atrás, varios economistas visionarios demuestran cómo nuestra calidad de vida puede prosperar si la población se reduce a un tamaño saludable y sostenible. Sí, hasta que la relación entre jóvenes y viejos vuelve poco a poco al equilibrio, tendremos que ajustar, pero hay muchas cosas en la que tiramos un dinero, como las subvenciones para las industrias de combustibles fósiles, que podría ser mejor gastado en cuidar a los ciudadanos de edad avanzada. Y como la forma más rápida de hacer descender la población es enviar a las niñas a la escuela, imagine cómo todas esas mujeres educadas ayudarán a paliar la escasez de mano de obra durante la transición demográfica de vuelta a la cordura.


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