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Ilustración de Ulises
C
iudad Juárez, Chihuahua. 2 de octubre de 2014. (RanchoNEWS).-La América de Bukowski no es la de aquella lírica convulsa de Henry Miller. La América de Bukowski tampoco es la fascinación del pop de Norman Mailer. La América de Bukowski no es intelectual, ni moral, ni está radicada en ningún paraíso de grandes almacenes. La América de Bukowski viene de la noche y hacia la noche empuja. No tiene espuma de utopías. Es un concentrado de soledades que justifica penetrar en el daño y hurgar en la herida hasta agotar la resistencia. Una nota de Antonio Lucas para El Mundo:
El suyo es un territorio de gasolineras y abandonos, de intensidad suicida y galpones de mala muerte, de muchos condones, de mucho tabaco, de absurdo consumo, de la vida entendida como una verdad muy bien mentida.
Y aun así, Charles Bukowski (Alemania, 1920-EEUU, 1994) no se agota fácilmente. Su prosa y sus poemas tienen algo de laberinto del libertino. La fiebre del allanador de las buenas costumbres, a veces tan despreciables. Su escritura es un sabotaje que tiene el punto de erupción en la poesía, donde no cabe ni el perdón, ni el alivio.
Para conocer a Bukowski hay que entrar en sus versos sin susto. Ahí está la semilla de la realidad ingrata contra la que palmea. Así son los textos de La noche desquiciada de pasos, una amplia antología de inéditos publicada por Visor y de la que es responsable Eduardo Iriarte. Una seleccción que recorre toda su expedición literaria desde los primeros compases de su aventura (cuando buscaba desesperamente una revista cualquiera en la que colar un poema) hasta los años de gloria del autor icónico, con más de 50 libros publicados y aclamado en medio mundo.
Para caminar de un punto a otro no vale la línea recta. Al menos, no con Bukowski. El viaje es de la extrema lucidez a la locura, sin descompresión previa. Y ahí está el riesgo y el acierto. «Este conjunto permite tener una perspectiva global de su trayectoria y constatar que el don de Bukowski estriba en saber acercarse al espacio de la ruptura sin acabar de quebrarse del todo: se lanza hacia el precipicio y sabe frenarse en el último instante para rescatarse», sostiene Iriarte.
Hay aquí poemas de una terquedad prodigiosa. Otros de un romanticismo del revés. Algunos, más de circunstancias. Un puñado, desoladores o de una tristeza irreversible. Y los mejores, serenos como autopsias. En uno de ellos escribe: «Resistir sólo tiene sentido/ si sales ganando». Bukowski encarna como pocos a esos hombres aquejados de una turbia percepción manchada de optimismo.
Hay en su poética una tundra de extrañezas que van hilvanando no sólo las palabras, sino la vida. Una vocación autónoma, un rechazo al colectivo. «Ese es otro de los frentes abiertos en su literatura. Odiaba verse incluido en grupos, en tendencias, en generaciones», explica el traductor de este volumen. «Los 'beat' son sus contemporáneos, pero nunca acepta que lo describan como tal. Aunque los rasgos de su escritura son los del realismo sucio, su querencia hacia ese movimiento termina ahí». Y en ese sentido, aúlla versos feroces: «Sé que el infierno no es más/ que aquello que nosotros nos creamos».
Octavio Paz afirmaba que los versos de un poeta son su biografía. Y en este caso, Bukowski cumple la sospecha. Todos estos que dan cuerpo a La noche desquiciada de pasos son una espeleología por la existencia propia y sus daños. Por los percances y los demonios: la relación con el padre, el mal como destino, la embriaguez furiosa, el temor a ser un muerto en vida, las noches en moteles de una sola noche, los hipódromos y sus corrupciones, los poetas y sus supercherías, las novias como un rompecabezas... «Porque en mis sueños también/ parezco fuera de lugar».
La suya es una voz seca, llagada, ronca. Sobria en extremo. También en sus memorias, cuentos y novelas (Anagrama recupera ahora en la colección Compendium tres de sus títulos míticos: Escritos de un viejo indecente, La máquina de follar y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones). «Cuando se está más allá del dolor es cuando se puede dar todo lo que se lleva dentro sin miedo a perderlo o a perderse», apunta Iriarte. «Sin miedo a la derrota, porque ésta ya se ha sufrido y se ha dejado atrás cuando no quedan respuestas. Tan sólo algunas victorias discretas»". Si acaso, como Bukowski decía: «Un túnel al final de la luz».
Aquel hombre de cara abrupta y nariz de berenjena, bebedor compulsivo, fumador y estepario, no fue exactamente un maldito ni un marginal. Tampoco lo pretendió. Quizá estaba más cerca del místico aquejado de asco. Un saludable hereje de palabra inminente. Y en llamas.
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