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La intérprete sentía gran admiración por Ángela Peralta. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 1 de octubre de 2014. (RanchoNEWS).- La soprano griega Maria Callas (1923-1977), una de las más grandes luminarias de la ópera, y a quien se recuerda en ocasión de los 80 años del Palacio de Bellas Artes, comentó una vez: «Naces artista o no eres artista. Y sigues siendo artista, querido, aunque tu voz sea menos que un fuego pirotécnico. El artista siempre está ahí». Una nota de Xavier Quirarte para Milenio:
Así lo demostró en el Palacio de Mármol, según recuerda la investigadora Carmen Lugo Hubp, coautora de Mujeres en la historia. Historias de mujeres (Salsipuedes Ediciones, 2009), libro escrito en colaboración con Gracia Molina-Enríquez. El episodio forma parte del capítulo «La República restaurada. Mujeres destacadas en el mundo del arte», dedicado a recordar a la cantante Ángela Peralta (1845-1883), conocida como El ruiseñor mexicano, para el que contó con la colaboración de Isabel Haza Peralta, sobrina nieta de la cantante.
Como si se fuera una novela de misterio, Lugo dice en entrevista con MILENIO que Haza Peralta le contó: «Así como usted llegó un sábado a esta casa, en 1950 tocó alguien a la puerta. Salí a abrir y estaba una mujer joven, obesa, con lentes de botella, que me dijo: 'Soy cantante de ópera; voy a debutar en la noche y yo sé que ustedes son los descendientes de la familia de Ángela Peralta, me lo dijeron en Bellas Artes. Quiero estar aquí unos momentos; sigan haciendo su trabajo, no les voy a molestar. Sé que ella no estuvo aquí, pero quiero estar donde hay algo que me conecte con Ángela Peralta».
Al igual que lo hizo con la investigadora en 1985, en 1950 Isabel Haza Peralta le enseñó a la visitante los álbumes fotográficos de El ruiseñor mexicano, así como partituras y recortes de prensa. «La señora se fue a hacer sus labores y la cantante estuvo hojeando los álbumes con mucho interés y mucho respeto. Luego le dijo: 'Uno de mis sueños ha sido interpretar en el cine la vida de su antepasada, aunque sé que mi voz ni de chiste le llega a la potencia con la que ella dominaba todos los espacios del teatro de La Scala de Milán. Sé que su físico era muy distinto, pero yo voy a hacer la película con la vida de Ángela Peralta».
La tía Chata, como llamaban entonces a Isabel Haza Peralta, la despidió como a cualquier persona, sin saber que Maria Meneghini —entonces usaba el apellido de su primer marido— estaba en trance de ser la legendaria Maria Callas. La soprano se fue a su hotel, prosigue el relato de Lugo Hubp, «y parece que se sentía muy mal de salud porque le regalaron una bolsa de mangos, se los comió y le dio una diarrea tremenda. Se sentía muy indispuesta, además de que su peluca se despeinó y su cuerpo hinchado no entraba en el traje».
En estas condiciones, amén de la altura de la Ciudad de México, su actuación desmereció mucho. La gente, explica la investigadora, «la había siseado, lo que para ella fue como un balde de agua fría. Estaba muy deprimida, muy ansiosa, y el maestro Antonio Caraza, amigo de la familia Haza, que era también una especie de terapeuta, la llevó a su estudio».
El maestro le contó la anécdota de cómo la Peralta, al final de una actuación del segundo acto de Aída, como un regalo a su público, daba un Mi bemol altísimo, que no estaba en la partitura de Verdi, pero tenía un efecto enloquecedor. Callas consideró la idea de hacer algo semejante, pero pensaba que sería un desacato. Finalmente se dejó convencer.
Carmen Lugo Hubp refiere que «al final del concertante, en el segundo acto, Maria Callas dio la famosa nota y entonces el Palacio de Bellas Artes se convirtió en un manicomio. El público se levantó de sus asientos, gritaba, abrazaba y besaba al de junto, jaleaba a la diva y al final, como en las buenas tardes de toros, los señores ¡sacaron el pañuelo! A partir de esa noche, los amantes del bel canto pronunciaron el nombre de la Callas con veneración».
Vivir del arte y el amor
En el libro Yo, Maria Callas. La ópera de mi vida, Manuel Adolfo Martínez Pujalte reconstruye las impresiones de la diva durante sus presentaciones en Bellas Artes en 1950. «En la Ciudad de México representamos, entre otras óperas, Aída y Tosca. Por lo que respecta a la primera, nunca olvidaré el furor que me provocó el estúpido comportamiento de mi compañero de reparto, el tenor alemán Kurt Baum, quien, con una actitud peor que la de una mujer celosa, me insultó y se enojó porque al final del conjunto de Aída di un bemol alto. El público se volcó en elogios conmigo y Baum se estremeció de envidia, pero nuestra mutua hostilidad no duró mucho tiempo...».
La soprano cuenta que con Tosca «aunque el público se mostró frío durante el primer acto de la función inaugural y apenas aplaudió, en el segundo me ofrecieron una calurosa ovación. Enloquecieron al escuchar 'Vissi d'arte' aplaudiéndome durante cinco minutos. Al cantar esta célebre aria de la ópera de Puccini me sentía conmovida hasta lo más hondo de mi alma por la belleza de su contenido, una tierna y delicada plegaria de alguien que ha vivido 'del arte y el amor'».
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