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Madame Agnés, de Jean Dunand. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de marzo de 2015. (RanchoNEWS).- Déco es la apócope del francés decoratif. Y el adjetivo por el que, fundamentalmente, el art déco ha sido despreciado por los manuales de historia del arte moderno. La esencia de lo canónico ha venido marcada por el aliento utópico y político del arte por el arte, de los manifiestos vanguardistas de entreguerras que aspiraban a cambiar el mundo y romper con lo establecido. Y ahí no entraba el art déco por ornamental, por pragmático, por cursi, por opulento, por acomodaticio, por burgués, por ser el hijo mimado del capitalismo del gusto, el consumismo. Consagrados historiadores lo despachaban con una palabra: kitsch. Reporta desde Madrid para El País Ferran Bono Ara.
La exposición El gusto moderno. Art déco en París, 1910-1935 propone otra lectura a través de 350 objetos, entre muebles, lámparas, joyas, cuadros, dibujos, telas, fotografías, películas, cerámicas, esculturas, biombos, vestidos, apliques, frascos de perfume, jarrones, libros, revistas o alfombras. Más allá de su obvia belleza —las piezas fueron concebidas para seducir—, la muestra que se inaugura mañana en la Fundación Juan March de Madrid reivindica «el interés y la complejidad cultural y artística y el peculiar carácter moderno» de un estilo integrador que bebió de las fuentes del cubismo —«cubismo domesticado», dice el experto Bevis Hillier—, pero también de otros manantiales que no brotan de la estricta contemporaneidad.
No se trata de una enmienda a la totalidad, pero la tesis que sostiene Manuel Fontán, director de exposiciones de la fundación y comisario de la muestra, junto a María Zozoya, sí que puede levantar susceptibilidades canónicas. Defiende que la inclusión del art déco en la genealogía del arte moderno abre posibilidades de contar su historia. «Contar, por ejemplo, que la lógica básica de lo que se llama art déco anticipó, ya durante los años veinte y treinta del siglo pasado, el destino al que la lógica del arte moderno y contemporáneo —heredero y también antagonista este último de las vanguardias históricas— conduciría a estos desde 1950 y hasta nuestro día», explica Fontán en el catálogo de la exposición, que se clausurará el 28 de junio. «O que el art déco, además del valor de la extrema belleza de muchos de sus exponentes, podría tener el valor de constituir el nombre genérico que damos al arte moderno en la era del capitalismo tardío», añade.
El comisario reflexiona sobre estas ideas, mientras señala una fotografía de Man Ray, que ya cuelga de las paredes, y se pregunta si esta pieza de una mujer acostada que mira a la cámara con una escultura africana en su vientre no es arte por ser un encargo publicitario.
Buena parte de las razones por las que se exilió al déco de la historia del arte moderno y se recluyó en la de las artes decorativas y aplicadas se podrían aplicar también al arte contemporáneo de hoy, convertido «en un bien de consumo del más alto valor, no ya en la historia del arte o de la civilización, sino, sobre todo, en el mercado global del presente», añade el comisario. Y recuerda la definición del pop de uno de sus padres, Richard Hamilton, como un producto de consumo.
Por todo ello, incide Fontán, se ha apostado por exhibir la primera antológica que se le dedica en España al art déco y la primera en celebrarse fuera de un museo generalista o de artes decorativas, precisamente, en la Fundación Juan March, con un programa de exposiciones centrado fundamentalmente en el arte moderno. La inclusión de Tim Benton, especialista en el movimiento moderno y en Le Corbusier, como comisario invitado se inscribe en el mismo propósito.
«Además, nos interesa mostrar cómo evoluciona el estilo, desde la primera sección, que podríamos tal vez decir que es recargada o cursi, a la última, que parece una sala casi del movimiento moderno con esa chaise longue de Le Corbusier», apunta el comisario. O esa sección, de las ocho en que se divide la muestra, que refleja la influencia de lo que entonces se consideraba exótico, África. Justo al lado, se recoge la fascinación de la época por las máquinas, por la velocidad, por los viajes, por los mastodónticos transatlánticos como el Normandie.
La muestra incluye piezas de Picasso, Léger, Delaunay, Coco Chanel, Eileen Grey o Jean Dunand. Están representados 122 creadores, entre pintores, escultores, decoradores, diseñadores, interioristas, arquitectos o modistos. Las piezas proceden de colecciones públicas y privadas de Europa y EE UU y se caracterizan, unas, por ser valiosas y poco conocidas, pero de autores célebres, y otras, también destacables, pero de artistas desconocidos.
«Nos hemos ceñido al origen del art déco en París en 1910 y hasta 1935, porque no podía abarcar más por una cuestión de espacio. Curiosamente el revival del art déco a partir de los años sesenta coincide con la llegada de la posmodernidad», concluye Fontán. Este estilo traspasó fronteras y se extendió por buena parte del mundo hasta 1950, como ponen de manifiesto desde los interiores de la película Metrópolis (1927), del vienés Fritz Lang, hasta el rascacielos Chrysler de Nueva York, pasando por las construcciones mexicanas que menciona Malcom Lowry en su novela Bajo el volcán.
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