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Thunberg y Roslund, por las calles de Estocolmo. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de marzo de 2015. (RanchoNEWS).- Los ladrones de bancos más violentos y audaces que hayan actuado nunca en Estocolmo fueron tres hermanos y un amigo. Y eran buena gente, a su manera. Stefan Thunberg, el pequeño de la casa, el hermano que no quiso estar en la banda, novela su historia junto a Anders Roslund. Reporta desde Madrid para El Mundo Jis Alemany.
Cada vez que cae una novela criminal sueca en nuestras manos, y van unas cuantas, a todos nos encanta pensar eso de, ja, miren, este país de gente rica, culta, alta, ecologista... y ya ven qué pedazo de nazis, sádicos y psicópatas que aloja ahí dentro. Como si hablar bien inglés fuera un agravante para cualquier delito. «Yo, personalmente, estoy encantado si ayudo a destrozar esa imagen que los suecos nos hemos hecho de nosotros mismos. La del país en el que el primer ministro va sin escolta y todo ese rollo ideal. A mí me gusta Suecia, sigue habiendo cosas muy buenas en nuestra cultura. Ahora, por ejemplo, el país europeo que está acogiendo a los refugiados sirios sin poner límites es Suecia, no Alemania ni Francia... Pero no me engaño, mi país es básicamente igual que cualquier otro. Los mismos problemas: desempleo, marginalidad, violencia... »
Anders Roslund es sueco, alto, rubio y encantador, habla bien inglés y acaba de publicar en España Nosotros contra el mundo (Suma de Letras), la historia novelada de los hermanos Thunberg, los ladrones de bancos más audaces y violentos que haya visto su país. La gracia es que al lado de Roslund está sentado Stefan Thunberg, guionista de cine y televisión, también sueco, moreno y un poco menos locuaz, coautor de Nosotros contra el mundo y, atención, atención, hermano de los protagonistas de sus novela. Stefan era el Thunberg formal: el que estudió, el que no cogió una pistola, el que no fue a la cárcel, el que esperaba en el sofá y preguntaba «¿Qué tal el día?». Pues, nada, bien, atracamos un banco y tal, ¿te hace falta pasta?.
«Mis hermanos están bien», explica Thunberg. «Han cumplido sus penas de cárcel y han vuelto a trabajar en la construcción. Los conflictos que pudo despertar este libro entre nosotros ya están superados. Mi madre está encantada, el libro le gusta mucho. Mi padre lo lleva peor. Pero bueno, están todos más o menos bien».
Nosotros contra el mundo tiene dos alicientes. El primero es obvio: las barbaridades que eran capaces de hacer los hermanos Thunberg en los años 90: saquear un depósito de armas del Ejército Sueco, bombardear una estación de trenes de Estocolmo para desviar la atención y robar un banco, dar dos y hasta tres golpes simultáneamente para desquiciar a la Policía... El otro encanto es el retrato de las relaciones personales entre los atracadores y también con su padre. Y aquí aparecen palabras de connotaciones positivas: lealtad, solidaridad, independencia, amor...
«Esta novela la veo, sobre todo, como la historia de unos hermanos que hacen una piña para defenderse del mundo y son felices cuando descubren su poder, pero que después ven como esa unidad se va resquebrajando y su unión se deshace. Ese es el viaje de Nosotros contra el mundo», explica Roslund.
Y, en diálogo constante con ese grupo cerrado de hermanos, aparece el padre, un albañil serbio emigrado a Estocolmo, violento, bebedor y, a su manera, moral. Ivan, el padre de la novela, es una mala bestia que da palizas en los restaurantes a cualquiera que le mira mal, pero también es un hombre que quiere, con todas sus fuerzas, proteger a sus cachorros y, a la vez, enseñarles a que se defiendan solos. Que es un poco lo que nos proponemos todos los padres, ¿no?
«Mi padre es una persona muy especial», explica Thunberg. «Su obsesión era que nadie hiciera nada que perjudicase a la familia: 'Tenemos que defendernos unos a otros', era como un mantra, era su manera de estar en el mundo. Nos educó a sus hijos con el propósito de que estuviéramos tan cerca unos de otros que acabó expulsado del grupo. Y después ocurrió lo que se ve en la novela: se metió a ladrón de bancos para estar con ellos, para volver a estar dentro».
Y Roslund le da la réplica como padre de dos crío: «Yo también tengo el instinto de defender a mis hijos como sea, pero también sé que montar una pelea no sería protegerlos ni hacerles bien. El padre de la novela tiene los instintos correctos pero la herramienta equivocada: la violencia».
Papá tenía mal genio
Ya, bueno: pero el mundo está lleno de personas que han soportado a padres equivocados, violentos y bebedores pero que no por eso se han dedicado a dar tiros por ahí. «Mire, cuando conocí a Stefan y entré en la historia de los Thunberg», explica Roslund, «mi fascinación se dirigía hacia él, hacia Stefan, el hermano que rompió con esa espiral de violencia. Mi primer instinto era escribir sobre Stefan. Después descubrí que esa historia no nos acababa de funcionar como narración, no había suficiente tensión, y lo que decidimos fue repartir sus experiencias y sus opiniones entre sus hermanos y también inventar a un policía que fuera el contrapunto de la banda. El policía de la novela odia la violencia, visita a las víctimas, toma nota de los destrozos... Nos hacía falta eso para evitar, precisamente, un retrato 'buenista' de la violencia. Hubiese sido muy fácil caer en eso porque es verdad que si conoces a los hermanos de Stefan te vas a encontrar con que son todos muy majos y con que te entiendes muy bien con ellos».
Y continúa Thunberg: «Lo de empatizar con unos personajes cuyos actos son terribles era el riesgo que asumíamos. Pero es que si la literatura consiste en transmitir emociones, en lograr que el lector sienta algo, tienes que asumir riesgos y ponerte en el límite de lo moral y lo inmoral. Eso es lo que hemos hecho y siento que hemos caído del lado bueno de la línea, y por eso está bien la novela. Podía habernos salido mal».
En una escena de Nosotros contra el mundo, Ivan, el padre de la camada, enseña a su hijo mayor a pegar: primero la nariz y luego la mandíbula, no con el brazo sino con el cuerpo entero y siempre en movimiento, para que el contrincante no tenga un referente. Y en medio de la sesión, llega el inevitable momento de gravedad: el padre anuncia al hijo que la vida va a ser pelear con un oso y que al oso nunca le podrá vencer pero sí que podrá bailar con él, marearlo y, entonces, meterle un par de buenos puñetazos.
Anarquistas y criminales
¿No tienta hacer una lectura política de esa historia del oso, de toda la novela? Roslund y Thunberg están encantados con la propuesta: «Mi padre siempre decía que él era anarquista. 'Soy anarquista, no estoy en esta sociedad'... Cosas como sacarse un pasaporte le enfadaban muchísimo...», explica Thunberg. Y Roslund revela que el primer manuscrito de Nosotros contra el mundo incluía 100 páginas (hasta llegar a 800) dedicadas a hablar del sistema bancario, de la distribución de la riqueza, de la desigualdad... «Pero eran un poco demasiado».
«La avaricia no está entre las motivaciones de los hermanos», explica Roslund. Roban bancos pero viven como carpinteros, no como personajes de El lobo de Wall Street. «El alimento que tienen es ser mejores que su padre. El hermano mayor quiere sustituir al padre y convertirse en un nuevo líder, más fuerte, más capaz de garantizar la independencia del grupo... El problema es que la relación que tiene con sus golpes es como la de un adicto con la droga. Cada vez necesita más: dar golpes dobles, triples... Nada es suficiente. Y su hermano Felix le dice un día: 'oye, que te estás convirtiendo en Papá, que ya no te importa hacer daño».
Última pregunta, un poco boba: al principio hablábamos de Suecia, la gente buena y la gente mala. Habrá quién se acuerde del noruego Karl Ove Knausgard, atrapado en Estocolmo primero y en Malmoe después, quejoso por lo pijos e insondables que le parecen los amigos suecos de su mujer. «Bueno... Knausgard es buen chaval, a mí me cae bien. Pero es que a veces parece que va de Ingmar Bergman y dan ganas de decirle venga tío, la vida no está tan mal, también están las comedias románticas y novelas de ladrones de bancos».
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