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El escritor japones. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de marzo de 2015. (RanchoNEWS).- Haruki Murakami (Kioto, 1949) es un maestro de la seducción. A veces, su estilo es tan fluido que parece invisible y puede interpretarse como indiferencia hacia la belleza. En otras ocasiones, su prosa es tan filosófica y lírica que se sitúa a medio camino entre Kafka y Kawabata, pero sin despeñarse por la angustia existencial o el fatalismo autodestructivo. Murakami es el anti-Mishima. No añora el camino del samurái, con su culto morboso a la muerte. No lamenta que la cultura occidental haya invadido Japón, apagando la mística del crisantemo y la espada. La costumbre del suicidio perdura, pero ya no es una salida honorable, sino una decisión trágica. No creo que haya pasado jamás por la cabeza de Murakami la idea de abrirse en el vientre con un tato (espada corta), mientras su mejor amigo levanta el filo de la katana (espada larga), esperando la señal para decapitarlo. Todo indica que prefiere pinchar un viejo vinilo y relajarse con una copa. Una nota de Rafael Narbona para El Cultural:
Hombres sin mujeres es una colección de relatos que contiene la fórmula magistral de Murakami: una síntesis del Japón de la posguerra y el carácter neurótico de Occidente, aliñada con grandes dosis de pop, jazz y rock and roll. A diferencia de Mishima, devoto del histrionismo y las pantomimas, Murakami no cultiva ninguna afectación. Es desgarradoramente sincero. Se limita a escribir al ritmo de su respiración, mostrando las turbulencias del sexo, el fracaso del amor, las aristas de la soledad, las fantasías oníricas y los problemas de identidad de una época que no logra crear vínculos entre los individuos.
No sé si Murakami ha reunido deliberadamente siete cuentos. Siete son las virtudes del Bushido: justicia, coraje, benevolencia, cortesía, sinceridad, honor y lealtad. Los personajes de Murakami infringen sistemáticamente esas virtudes. No les preocupa la justicia, sólo vivir tranquilamente. Su coraje es tibio o inexistente. No son especialmente compasivos y su cortesía es simple decoro social. Mienten constantemente, no se suicidarían para lavar su nombre -como exigía el antiguo sentido del honor- y son desleales sin mala conciencia, pues cometen infidelidades por insatisfacción y tedio vital. «La leyenda de los 47 ronin» o «incidente de Ako», que fascinó a Borges y le inspiró uno de sus mejores cuentos ( «El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké», de Historia universal de la infamia, 1935), sigue despertando admiración en Japón. Todos los años se honra su memoria con festivales e incienso, pero ese homenaje al código ético de los samuráis no refleja los hábitos del japonés actual, cuya sensibilidad está más cerca de las comedias de Woody Allen que del Hagakure, el clásico del siglo XVII, con sus reflexiones sobre el honor, el sacrificio y el suicidio ritual o seppuku.
Murakami elige como protagonistas de sus cuentos a los hombres y a las mujeres de su generación, que han crecido con los Beatles, el cine de Hollywood, las marcas deportivas y las series televisivas. Los dos primeros relatos se titulan «Drive My Car» y «Yesterday», un guiño a los cuatro de Liverpool. Ambos recrean historias de amor sin final feliz. No hay drama ni desesperación. Sólo la melancolía del que ha fracasado, sin saber por qué y sin haber luchado demasiado por evitarlo. «Drive My Car» cuenta la historia de un actor secundario que contrata como chófer a una mujer joven. Su visión es defectuosa y, en determinado ángulo, surge un peligroso punto ciego. El actor roza los 50 y ha enviudado. La conductora tiene la edad de ser su hija y escucha sus confesiones. Su esposa le engañaba con otros. No se lo reprocha. Vivieron juntos, pero entre ellos había «un punto ciego fatal» que les impidió conocerse a fondo y compenetrarse en lo afectivo y sexual. «Yesterday» recrea la peripecia de un insólito trío de universitarios que no llegan a consumar la relación. Se quieren, no tienen demasiados prejuicios, pero el miedo a mostrar su interior, les aleja irremisiblemente. «Nadie sabe qué soñaremos mañana», escribe Murakami, insinuando que la vida es un largo rodeo hacia ninguna parte.
«Un órgano independiente» relata la vida del doctor Tokai, un cirujano plástico que desecha el matrimonio y Murakami merece el Nobel. Se dice que es un escritor en declive, pero estos cuentos demuestran lo contrario los hijos. Prefiere tener amantes y no comprometerse. Es atractivo, culto, refinado. No echa nada de menos, pero un día llega sus manos un libro sobre un médico judío deportado a Auschwitz y se pregunta en qué se convierte un ser humano cuando lo pierde todo. ¿Se puede ser un hombre sin amar? ¿Se puede construir una identidad, sin aventurarse a ser padre y esposo?
«Sherezade» refiere los encuentros de dos amantes que ignoran casi todo del otro. El sexo es rutinario, casi mecánico. Aunque se trata de un adulterio, no hay rastro de ese apasionamiento asociado a la transgresión y la clandestinidad. Sólo una lejana historia del pasado de la mujer logrará propiciar un éxtasis efímero. Esa sensación de vacío, rota por una imprevista cresta emocional, reaparece en «Kino». Kino es el dueño de un bar de jazz, que ha sorprendido a su mujer con un amante. Aparentemente, no le afectó demasiado, pero el romance de una noche le revelará la profundidad de su herida. «Samsa enamorado» es un homenaje a La metamorfosis (1915). En este caso, la pareja del extraño insecto sólo puede ser una joven con joroba. La deformidad que nos espanta sólo es el reflejo de nuestras miserias interiores, objetivadas en forma de pesadilla. «Hombres sin mujeres» es el relato que sirve de título al conjunto. De alguna manera, es la clave del libro y expresa el temor más profundo de todos los personajes masculinos: enamorarse de una mujer y perderla definitivamente.
Murakami merece el Nobel. Se dice que es un escritor en declive, pero estos cuentos demuestran lo contrario. Hombres sin mujeres no es una obra menor. Por sus páginas circula la misma inspiración que alumbró Tokio blues (1987). Se repiten los mismos temas, pero con la perspectiva de una dolorosa madurez. Cumplir años no es suficiente. El tiempo no cura ni enseña, sólo profundiza nuestras carencias.
Hombres sin mujeres es un relato incisivo y descarnando de la soledad en los grandes espacios urbanos. Un drama que prosigue incluso cuando los cuerpos se confunden en un espasmo de placer. La melancolía aparece después del orgasmo porque el placer no es un lugar de encuentro, sino un punto de fuga. Saberlo no aplaca nuestro desconsuelo.
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