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«Tengo mi mundo y trato de seguir en él, independientemente de que haya otras maneras de ver y hacer que puedan ser interesantes», señala Graciela Iturbide (DF, 1942), aquí junto a sus miles de negativos, en su casa de la ciudad de México. (Foto: Ap)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de marzo de 2015. (RanchoNEWS).- Bien dicen que uno propone y la vida dispone. Es el caso de la fotógrafa Graciela Iturbide (DF, 1942), quien se inició en ese oficio más por accidente que por deseo o vocación. Sus anhelos juveniles la impulsaban a ser escritora, pero su familia se lo impidió. Reportan desde la ciudad de México para La Jornada Mónica Mateos y Ángel Vargas.
Contrajo matrimonio muy joven y el paso del tiempo no menguó sus ansias de hacer algo más. Transcurría el final de los años 60 del siglo pasado cuando escuchó en la radio un anuncio sobre una carrera de cine.
Llegó así al Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), donde se encontró con Manuel Álvarez Bravo, uno de los pilares de la fotografía en el mundo, y a partir de allí su destino quedó sellado.
Poco más de 45 años después, Graciela Iturbide comparte con su maestro un lugar significativo entre las grandes figuras de la fotografía internacional.
La obra de la fotógrafa ha sido expuesta de forma individual en algunos de los principales recintos de arte del mundo, como los museos Paul Getty, el Pompidou y el de Arte Moderno de San Francisco, así como la Galería Tate Modern.
De allí que no sea de extrañar el premio Cornell Capa que hace unos días le confirió el Centro Internacional de Fotografía (ICP, por sus siglas en inglés), con sede en Nueva York, en reconocimiento a su trayectoria, el cual le será entregado el 30 de abril en la urbe de hierro.
Graciela Iturbide es la primera mexicana en ser galardonada por esa institución, y la segunda connacional, luego de que Manuel Álvarez Bravo (1902-2002) recibió el premio Master of Photography en 1987. El Cornell Capa también ha sido otorgado a Josef Koudelka, Marc Riboud, Mary Ellen Mark y Robert Frank, entre otros.
Ese galardón representa para la artista «un motivo de felicidad, un incentivo para seguir trabajando», según señala, luego de contar que recientemente regresó de hacer una residencia en Japón, adonde es muy probable que viaje pronto para montar una muestra.
Fotógrafa de la calle
En entrevista, Graciela Iturbide acepta que siempre quiso ser escritora pero no pudo. Ese impedimento no ha influido en su concepción de la fotografía ni en su manera de desarrollarla. Es decir, explica, jamás ha tratado en su trabajo de hacer una narrativa de tipo literario, aunque aclara que sí es factible realizar literatura con la cámara.
«¡Claro que se puede! Pero no es algo que me interese. Siempre fotografío lo que me sorprende. Soy, como dicen en Estados Unidos, una fotógrafa de la calle. Tomo lo que veo y me gusta. Si algo me interesa mucho, vuelvo al lugar y lo llevo a la cámara», explica.
Según la artista, la suya sigue siendo una mirada fresca y alerta, apasionada. Está convencida de que estos son impulsos esenciales para que toda persona prosiga con lo que debe o quiere hacer, como es su caso. «Mientras existan en mí la pasión y la sorpresa, seguiré tratando de observar al mundo e interpretarlo».
Aunque no está en contra de la fotografía digital, dar ese paso no es algo que llame su atención, y subraya que para ella la fotografía analógica es «un ritual muy importante», desde usar rollo en la cámara, sacar las imágenes, revelar, poner los contactos en la mesa y elegirlos.
También se declara partidaria de la fotografía en blanco en negro, no sólo porque así aprendió de Álvarez Bravo, sino porque también es la mejor manera que ha encontrado para lograr la abstracción de lo que observa y capta con la mirada.
«Tengo mi mundo y trato de seguir en él, independientemente de que haya otras maneras de ver y hacer que puedan ser interesantes; es mi mundo y mi cámara es el pretexto para conocer los lugares donde estoy y las personas, es el medio que me ayuda a conocer mejor las culturas», finaliza Graciela Iturbide.
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