Rancho Las Voces: Literatura / Argentina: Diez años de la muerte de Juan José Saer
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martes, junio 09, 2015

Literatura / Argentina: Diez años de la muerte de Juan José Saer

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Juan José Saer está en la biblioteca inmaterial de casi todos los autores argentinos. (Foto: Alberto Gentilcore)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de junio de 2015. (RanchoNEWS).- Martín Kohan, Sergio Chejfec, Mariano Dupont y Carlos Ríos confirman que una parte de la literatura argentina continúa girando alrededor del universo «temático» saeriano: los vínculos entre percepción, experiencia, memoria y recuerdo a la hora de interpelar la realidad. Reporta Silvina Friera para Página/12.

La fuerza de lo diferente, la respiración de las frases y el virtuosismo. El deslumbramiento de una puerta que se abre para siempre: la puerta de la escritura. Lo invariable del estado del tiempo dentro y fuera de la novela. La potencia poética de la obra de Juan José Saer (Serodino, 1937-París, 2005), desobediente y pertinaz, resiste cualquier tentativa de condensación. A diez años de su muerte –que se cumplirán el próximo jueves–, Martín Kohan, Sergio Chejfec, Mariano Dupont y Carlos Ríos confirman, cada uno con sus modulaciones y disidencias, que una parte de la literatura argentina continúa girando alrededor del universo «temático» saeriano: los vínculos entre percepción, experiencia, memoria y recuerdo a la hora de interpelar la realidad. Kohan empezó a leer a Saer con Glosa, en el contexto de un seminario que dictó Beatriz Sarlo en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. «Mi idea de la literatura, mi idea de la narración, cambiaron para siempre a partir de esa lectura», cuenta el escritor a Página/12.

Chejfec recuerda que Ariel Barchilón, un amigo de entonces y que fue un verdadero mentor de lecturas, le recomendó Cicatrices. «Pero casi en el mismo momento en un grupo con Sarlo discutimos otro libro de Saer, a lo mejor El limonero real o Unidad de lugar. Para mí, que no venía de un ambiente literario aun cuando creía tener bastantes lecturas, esta aparición simultánea simbolizó un cambio. Sería el inicio de una nueva etapa. Saer no representó la novedad sino que, más profundo aún, me impactó con la fuerza de lo diferente. En Saer pude apreciar la compacidad de una poética orgánica que operaba en todos los niveles textuales.» Dupont reconoce que la respiración y las comas saerianas lo atraparon enseguida. «Hay algo muy literario en Saer que enseguida, sobre todo cuando todavía no tuviste demasiadas lecturas, te deslumbra. Al menos eso fue lo que me pasó a mí. Ya había leído algo de (William) Faulkner y de (Juan Carlos) Onetti, pero muchos años antes, cuando todavía no había empezado a escribir. Saer me abrió la puerta a la escritura, me ayudó a encontrar una primera voz en un momento en que todavía no sabía siquiera qué era una voz. Le debo eso. Lo admiré por muchos años. Después aparecieron otros escritores, el mundo cambió y yo con él, la literatura empezó a ser otra cosa, así que dejé de prenderle velas. Pero sigue siendo uno de los grandes escritores argentinos.» Ríos leyó Cicatrices hace más de veinte años. «Queda presente la escena de lectura en la playa de Santa Teresita. Era leer y mirar el mar, ir del mar a la página, en un estado de fascinación increíble. Recuerdo la potencia del aprendizaje que llega como confirmación y éxtasis. En Tomatis encontré a un personaje demoledor. De esa vez quedan el paso de los días en el verano, el sol arqueando las páginas del libro. Como un aperitivo perturbador, lo invariable del estado del tiempo dentro y fuera de la novela, las escenas de escritura, la desnudez en el patio y la ginebra. Parece poco, menos que un resto, pero ahí arranca el deseo de escribirlo todo, como se pueda», explica Ríos.

«Saer escribía como lector y leía como escritor –plantea Chejfec–. Esa discordancia convierte su obra en única. Se supone que un escritor debe creer absolutamente en lo que escribe; Saer en cambio tenía una conciencia crítica extraña, un poco desengañada: sabía que toda literatura, hasta la más sublime o particular, se transmuta tarde o temprano en convención. Esa creencia operó como una limitación, en el sentido de que generó una actitud bastante escéptica frente a sus resultados pero absolutamente comprometida con sus premisas. Es cruel retacearle a un escritor importante su pizca de primicia, pero no sé si el eje de lo nuevo es el más útil para describir a Saer, salvo que digamos que en todo lo nuevo debe haber una ambivalencia, aunque creo que no es la idea. Más bien, creo que su obra combinatoria moderniza parte de la literatura argentina, lo cual produce otro arraigo. Lo nuevo a secas estuvo representado antes por (Julio) Cortázar y después por (Manuel) Puig.» Dupont señala que en casi todas las novelas y relatos, Saer toma las formas de la gran tradición modernista de principios de siglo –James Joyce, Virginia Woolf, Faulkner, Marcel Proust, Robert Musil– y del nouveau roman, sobre todo Alain Robbe-Grillet, y las cruza con el paisaje. «A su modo, ya lo había hecho su maestro Juanele Ortiz con (Stéphane) Mallarmé y los simbolistas, franceses y belgas, y el paisaje ribereño. Y además está eso de llevar a la prosa los procedimientos, los ritmos y los tiempos que generalmente se le atribuyen a la poesía. Ese es el ‘experimento’ de Saer, que a su vez él reinventa a lo largo de su obra, porque en todos sus libros, si bien hay una continuidad muy evidente, también hay una suerte de apuesta narrativa nueva que busca abrir nuevos canales.»

Ríos advierte que la experimentación, en Saer, implica extenuar los mecanismos narrativos, desplazar el sentido hasta tornarlo ausente y materializar el mundo desde la exacerbación de los detalles. «Si cualquier experimentación exhibe una ruptura, pienso al programa estético de Saer como una experimentación que opera desde adentro y amplifica, de manera continua, su carácter insurgente; así la puesta en marcha de un modo de narrar que encuentra en la unidad de su fraseo la sustancia que desarticule la opacidad del mundo, oponiéndole su forma y permanencia. En este sentido, pienso a Saer como un artista conceptual», propone el autor de Manigua.  «Si es una religión, la literatura es politeísta; pero el problema es que en la literatura argentina todos los dioses son locales», subraya Chejfec. «De cualquier forma que se componga el altar, la presencia de Saer dentro o fuera sería un poco virtual; más que virtual: presunta. Esa presencia un tanto fantasmal o severa obedece a que como escritor, Saer es un dios guardián más que proveedor de dones. Cierra y custodia un ciclo del realismo del siglo XX», analiza el autor de Modo linterna. «El modo en que reformuló las convenciones de género –por ejemplo, en La pesquisa–, o las premisas del realismo en toda su obra, o el estatuto de la narración y su relación con la experiencia para mí lo vuelve un autor ineludible –pondera Kohan–. Aunque, notando algunas aplicaciones mecánicas de los géneros, el uso indiscriminado de la noción de realismo o la facilidad espontaneísta de ciertas narraciones de lo vivido, quizás haya que concluir que es un autor ineludible pero también eludido.»

«El espíritu de Saer habita en el delay de la frase, en los modos de renegociar sentidos de la literatura –opina Ríos–. Me gusta pensar en una incidencia disidente, apoyada en el anonimato de los procedimientos. Cito a Saer: ‘Lo central, en literatura, es la praxis incierta del escritor que no se concede nada ni concede nada tampoco a sus lectores: ni opiniones coincidentes, ni claridad expositiva, ni buena voluntad, ni pedagogía maquillada. No quiere ni seducir ni convencer. Escribe lo que se le canta’. Es un posible punto de partida para trazar una raya y establecer, de modo provisorio, quiénes en los últimos años escriben con Saer, contra él o incluso a pesar de él.» Kohan afirma que  «escribir contra Saer» le parece una «tontería».  «A lo sumo, entiendo que haya quienes quieran trazar sus búsquedas literarias por otro lado. Su incidencia es notoria en buena parte de la literatura de estos años que más me atrae: la de Sergio Chejfec por lo pronto, la de Juan José Becerra, la de Mariano Dupont, la de Sergio Delgado, la de Ramiro Quintana, la de Leonardo Sabbatella.» Aunque está en la biblioteca inmaterial de casi todos los autores argentinos, Chejfec observa que Saer no está en el candelero. «Los que escriben en relación con Saer son más notorios que quienes lo hacen en contra. Su literatura es una verdadera caja de herramientas heterodoxas, que obviamente no convendría usar como único insumo.»

Dupont comenta que el lugar vacante que dejó Borges fue ocupado por Saer y Aira. «Los nuevos narradores que van apareciendo –no todos, por supuesto– escriben un poco a favor de Saer (y en contra de Aira) o en contra de Saer (y a favor de Aira). Algunos, como Chejfec, hace años intentaron resolver esa tensión. Es un poco el Borges-Arlt de los años ‘60: dos poéticas irreconciliables que generaban adhesiones y rechazos, y que (Ricardo) Piglia, (Miguel) Briante, e incluso Saer, intentaron, cada cual a su modo, conciliar en una síntesis, con resultados muy disímiles. Es la eterna antinomia que recorre toda la literatura argentina, ese Boca-River que arranca con Sarmiento-Alberdi (o Sarmiento-Mansilla), pasando por Boedo-Florida, y que siempre vuelve, como una maldición.»


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