Integrante de Pussy Riot sobre la cancha en la final de Rusia 2018. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de agosto de 2018. (RanchoNEWS).-
LA CAVERNA
El 23 de junio, doce integrantes del equipo infantil de futbol Jabalíes y su entrenador fueron a explorar las cuevas del sistema Tham Luang, en la provincia tailandesa de Chiang Rai. Los sorprendió una tormenta. El agua subió violentamente, obligándolos a ir cada vez más profundo, hasta llegar a una cámara remota donde quedaron atrapados: las aguas sólo permitían acceder a través de pasajes inundados y un largo recorrido en extremo peligroso, en total oscuridad. Esta situación capturó el interés del mundo y la presión internacional obligó al gobierno militar (que tomó el poder mediante un golpe de Estado, el 22 de mayo de 2014) a dedicar todos los recursos disponibles para evitar una catástrofe diplomática. Un día después de la desaparición de los niños se formaron brigadas de rescate; pasaron diez días tan sólo para localizarlos y siete más para lograr su salvamento. Parecía imposible que niños que no sabían siquiera nadar pudieran sobrevivir el recorrido, sin embargo algunos de los buzos de cavernas y espeleólogos más experimentados del mundo diseñaron una estrategia para salvarlos, uno por uno. El trayecto bajo el agua y a través de pendientes y terrenos accidentados tomaría entre cuatro y seis horas con enormes riesgos, lo cual se anunciaba agónico para niños que llevaban más de dos semanas sin ver la luz.
El dilema de los integrantes del equipo Jabalíes invitaba a una obligatoria metáfora platónica. La alegoría de la caverna es aquella en que los hombres están encadenados en la oscuridad y su realidad se limita a las sombras de objetos que alguien sostiene frente al fuego a sus espaldas. Las imágenes de los niños atrapados en Tham Luang podían ser imaginadas como la proyección de una realidad hostil, absurda y prácticamente inasible. Ese grupo podía ser visto como un reflejo o una sombra de otros niños abandonados a su suerte en Siria, Yemen o Gaza, pero a diferencia de estos, el mundo se comprometía a salvarlos. Los Jabalíes se convirtieron en ejemplo de la simpatía y compasión selectiva que invariablemente resulta de casos que construyen los medios de comunicación. Sin duda, el rescate era una causa justa, digna de atención urgente, y una historia apasionante, con todos los elementos para cautivar a un público masivo. Pero aparte de una tensión formidable, del inmenso riesgo de una catástrofe y una serie de símbolos universales, esta historia tenía una vasta red de implicaciones que evocaban el estado de descomposición social, moral y ecológica del mundo (las lluvias que la provocaron son parte de un patrón reciente atribuido al calentamiento global).
El texto de Naief Yehya es publicado por el suplemento El Cultural de La Razón
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