Rancho Las Voces: “Lo divino en lo humano” / Homenaje a Federico Ferro Gay
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

domingo, mayo 07, 2006

“Lo divino en lo humano” / Homenaje a Federico Ferro Gay

Susana V. Sánchez

E l martes, 2 de mayo del 2006, murió uno de los hombres más ilustres, no solamente del estado de Chihuahua, sino de todo México, un hombre cuya obra lo convierte en un verdadero ciudadano del mundo y un gigante de la filososfía mundial, murió el querido maestro Federico Ferro Gay.

Es lamentable que tengamos que enterarnos de la partida sin retorno de un queridísimo amigo, un admirado profesor –con quien no tenemos un verdadero contacto más que ocasionalmente– para comprender hasta que punto la prisa de la vida actual no nos deja estar en contacto con las personas más entrañables en nuestras vidas.

La primera vez que lo vi, yo sólo tenía 18 años. Esperaba, sentada en la butaca de una de las aulas, mi primera clase de Introducción a la Filosofía que el profesor Ferro Gay impartía en la Universidad de Chihuahua. Cuando entró ese hombre de enorme estatura y corpulencia, me sentí sobrecogida ante su presencia. Sin embargo, cuando comenzó a impartir su cátedra, su tono de voz gentil y amable; la interesante familiaridad con la que hablaba de los primeros filósofos de la humanidad, como si fuesen sus amigos de toda la vida; su sapiencia extraordinaria; pero sobre todo, la convicción con la que impartía un conocimiento que en ese tiempo era considerado de todo punto inútil –al menos por muchos de los positivistas que pululaban, en el momento, por las universidades e institutos; y, para quienes sólo la ciencia y la tecnología eran dignas de ser tomadas en cuenta y estudiadas con seriedad– me conquistaron de una vez y para siempre para la causa de los estudios filosóficos. Sólo pude asistir por unos cuantos meses a la facultad de filosofía porque muy pronto la vida me llevó por caminos insospechados. Pero en ese corto tiempo, yo esperaba con ansias las clases de ese maestro maravilloso. Un hombre que con unas cuantas preguntas, y claras afirmaciones era capaz de dejar sin habla a algunos energúmenos, que ya entonces enarbolaban la religión como daga furibunda para callar a todo aquel que no pensara como ellos; y con palabras llenas de sabiduría, también ponía a pensar a los extremistas de todo el abanico de la izquierda, de la derecha o de cualquier otra denominación política que en esos, y en todos los tiempos deambulan por las universidades. No obstante, el profesor Ferro Gay no les daba un librazo de sapiensia –como bien pudo haberlo hecho–, ni menos aún los acallaba con un grito represivo; el filósofo simplemente los invitaba al diálogo y los guiaba con su enorme inteligencia al examen lógico de las premisas que ellos proponían. Me impresionaba su capacidad para permanecer incólume ante las pataletas emocionales que algunos de sus alumnos protagonizaban. Era un hombre que tenía perenemente en los labios una invitación a la reflexión y al análisis, pero sobre todas las cosas era un defensor de la tolerancia ante las diferencias. Con unas cuantas de sus clases entendí la función de la filosofía en el pensamiento y el quehacer humano.

Hoy en día, que estamos viviendo una guerra prácticamente por motivos religiosos y de diferencias culturales, muy parecida a las Cruzadas –y digo estamos viviendo porque actualmente cualquier guerra, aun aquellas en las que creamos que no estamos involucrados, se puede convertir en una de exterminio para toda la humanidad– nos hacen falta, más que nunca, los instrumentos eficaces y probadísimos de la filosofía para tratar al menos, de ponerle freno a la maquinaria macabra de la guerra, la barbarie suprema. Hoy, como en ninguna otra época, necesitamos con urgencia a nuestros filósofos, nuestros pensadores, que son la conciencia de toda sociedad que se precie de tener algo de civilización. Para nuestro querido maestro, la violencia y sus posibles soluciones fueron una preocupación constante y así lo atestiguan sus escritos.

En el 2003 la Universidad de Cd. Juárez publicó una, aunque pequeña, sustanciosa antología con algunos de los ensayos del profesor Ferro Gay, Lo divino en lo humano. Entre algunos de ellos, escribe una semblanza sobre Bertrand Rusell, a quien llama el Filósofo de nuestro tiempo y Maestro de Occidente. Empero, estoy convencida de que en la vastedad del pensamiento actual, no hay un solo filósofo de un tiempo dado, ni un solo maestro. Federico Ferro Gay, nuestro filósofo, llena de sobra el modelo del ideal del filósofo universal y maestro de la humanidad, como muy acertadamente él considera a Rusell; ambos son de idéntica talla, seres humanos de excepción. Para nuestro querido maestro no había tema que no pudiera discutirse, desmenuzarse hasta la saciedad con la propiedad y la cordura que nos debemos en esta sociedad llamada civilizada. Alguien que había vivido en su juventud una de las más cruentas guerras que ha padecido la humanidad, estaba más que convencido del valor de la defensa de las ideas frente a la barbarie y la crueldad a través de la reflexión y el diálogo.

No sé qué motivó a este estupendo maestro a venirse a estas lejanísimas tierras, el otro lado del mundo de su natal Italia. Pero a mí, como chihuahuense, que este inmigrante insigne haya escogido no sólo a México, sino al estado de Chihuahua para fincar su hogar, me llena de ternura y de orgullo, porque este pensador magnífico decidió adoptar mi tierra. Con su naturaleza generosa y su grandeza, no solamente nos hizo sus paisanos, sino que vino a enriquecernos y a influirnos para siempre con su mente portentosa. Pocas personas logran tanto en el breve lapso de una vida. Federico FerroGay logró la más benéfica influencia sobre la juventud chihuahuense durante más de 50 años, y así, cultivó un semillero valiosísimo para la cultura de Chihuahua, para México y para toda la humanidad.

¡Querido Maestro, descanse en paz!