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La estructura de la película está concebida a la manera de Rayuela. (Foto: Télam)
C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de junio de 2013. (RanchoNEWS).- Estrenado originalmente en 1994, el film mantiene inalterable su vigencia, que se potencia en el año del cincuentenario de Rayuela. «Elegimos construir un relato a partir de los textos y los testimonios del propio Cortázar», destaca el cineasta. Una nota de Silvina Friera para Página/12:
La vida es un viaje donde no existen los caminos llanos. No hace falta moverse demasiado para comprobar que el viaje se hace en la memoria. Cuando Julio Cortázar trajinaba por las callecitas de París, aprendió que caminar es también perderse en una ciudad. En ese dichoso extravío encontraba signos por todas partes. Un afiche descascarado podía aguijonear la extrañeza. «Hay cosas, hay palabras que continuamente te echan hacia adelante o hacia atrás. Por ejemplo, ese cartel –la publicidad de una película– dice Dillinger –señala el escritor con esa pronunciación del español que consternaría a cualquier foniatra, como él mismo bromeaba–. Para mí es irme inmediatamente 30 o 35 años atrás, en Buenos Aires, cuando en los diarios se hablaba todo el tiempo del verdadero Dillinger, no del actor que lo representa ahora, aquel que era el enemigo público número uno en los Estados Unidos. Eso crea como una especie de coágulo, porque ahora yo sigo caminando, andando, pero creo que durante mucho rato voy a estar viviendo 30 años atrás, lo cual supone todo un juego de recuerdos, de sentimientos.» Este juego continuará. Cada quien lo jugará a su manera. Ahora son los espectadores y los lectores quienes transitarán por la obra de uno de los autores fundamentales de la literatura argentina del siglo XX. A cincuenta años de la primera edición de Rayuela, escuchar al escritor narrando sus peripecias vitales a través de unas cintas que en cada giro parece anular el paso del tiempo, o leyendo el cuento «Torito», es como contemplar un tesoro precioso que estimula el asombro y la emoción.
Las imágenes de archivo estallan como pequeños poemas en las pupilas de los espectadores. La película ensambla la entrañable voz de erres arrastradas con la voz del actor Alfredo Alcón. Hay momentos en los que el oído se «confunde» o se entrega al juego y ya no sabe –o no importa– si habla Cortázar o Alcón. Además de Mozart, Bach y el jazz, en este viaje no podía faltar la música del Tata Cedrón, interpretando los tangos que escribió el autor de Historias de cronopios y de famas. Las escenas ficcionalizadas están protagonizadas por Hugo Carrizo –en el rol de Torito– y Agustín Goldschmidt, que interpreta al Cortázar niño. «Soy de los que lloran en el cine y salen escondiendo la cara, para que no lo vean», cuenta Cortázar en un momento de la película. Ahí está el hombre sentimental que recuerda que su padre se fue de la casa para siempre cuando él tenía seis años. Leía y escribía tanto que un médico afirmó que debían prohibirle los libros por cuatro o cinco meses. Y para completar el cuadro íntimo, confiesa que se enamoraba de sus compañeritas de colegio, esas deliciosas niñas que llevaban trenzas, de un modo fatal que sólo podría conducir a la muerte. Poco a poco va llegando el joven, recién aterrizado en París, despedido por su pésima dicción de la radio francesa donde transmitían en español una pelea de box que resultaba incomprensible para las audiencias latinoamericanas.
«Es increíble cómo pasa el tiempo. La vida es breve», dice Bauer. Cortázar se estrenó en 1994, hace casi veinte años. «Me acuerdo del día del estreno en el cine Lorca. Estaba la hermana de Cortázar, y cuando terminó la película salió llorando y me dijo: ‘Mi hermano está vivo, mi hermano está vivo’... Qué emoción tenía esa mujer», revela el cineasta y presidente del Sistema Nacional de Medios Públicos (SNMP). «En aquel tiempo se cumplían diez años de su muerte; para mí había sido un autor fundamental de mi adolescencia y juventud. Yo llegué a la literatura de su mano y sentía la necesidad de rendirle homenaje o de devolver un poquito de lo que había recibido de él y quise sumergirme en su mundo a través del documental. Junto a Carolina Scaglione, que era y sigue siendo mi compañera, nos pusimos a hacer la investigación, el guión y el rodaje. Estuvimos dos años totalmente sumergidos en el mundo de Cortázar. Esto fue realizado en los tiempos en donde no existía Internet, es decir que las investigaciones que uno hacía eran realmente de archivo –aclara–. Me parece fascinante cuando tenés que aproximarte a un tema que hoy puedas buscar en YouTube y encontrar una vastedad de imágenes y sonidos impresionantes. En cambio acá, en el documental, recorrimos América latina, fuimos a los lugares de Europa donde él había estado. Y buscamos sus huellas, sus rastros, en televisoras, productoras y museos. Y visitamos a aquellos amigos que recibían cintas magnetofónicas de Cortázar, rastreamos esas cintas, las encontramos. Manuel Antín fue muy generoso con las cintas que tenía y la frondosa correspondencia a las que nos permitió tener acceso».
Bauer no reculaba en su empeño por revolver y hurgar todo lo que pudiera rastrear en torno de Cortázar. En el viaje a París se encontró con la viuda del escritor, Aurora Bernárdez, quien le ofreció una valija repleta de fotografías. «Ahí estaba toda la memoria íntima de Julio. Fue muy impresionante ver esas fotos –confiesa el cineasta–. En un momento nos sentíamos como aquellos arqueólogos que están buscando un espécimen y de repente encuentran un huesito en un lugar y un rastro en otro y se preguntan cómo hacer para completar el cuerpo. Decidimos hacer una película que no fuera un documental clásico. Si bien habíamos hecho muchas entrevistas previas, no las utilizamos para evitar cualquier comentario ‘opinando sobre’. Elegimos construir un relato a partir de los textos y los testimonios del propio Cortázar. Cuando estás muy imbuido en una obra literaria, cuando reconstruís el camino biográfico, empezás a ver todo desde esa perspectiva absolutamente cortazariana, con esa profundidad que él tenía».
¿Qué rol cumplen las escenas ficcionalizadas, protagonizadas por los actores?
Cuando estructuramos el documental, salimos a la búsqueda de los ladrillos que nos iban a permitir armar esta rayuela cinematográfica, que tiene una base biográfica, una base de acontecimientos históricos que se van desarrollando en el tiempo de Cortázar y en la obra. Algunas imágenes surgían de las filmaciones de Cortázar que encontrábamos o cuando íbamos por la calle y tratábamos de ver cuál era la mejor mirada para reflejar ciertos textos. Después sentimos que había un área que teníamos que evocar sin hacer una recreación literal de la obra de Cortázar, que nos permitiera que su voz quedara flotando sobre ciertos textos. Debe hacer uno o dos años que no veo la película, pero es una película que siempre estuvo viva, tanto en el momento de su estreno como en todas las efemérides en las que me llaman para hablar. Hay un agradecimiento de quienes ven la película por la presencia de Cortázar. Esta técnica que utilizamos de armar una estructura a la manera de Rayuela, donde hay una base cronológica pero atravesada por el mundo y la obra de Cortázar, sostenida por su propia voz y por la voz del gran Alfredo Alcón que lee a Cortázar –y en un momento ya no sabés si estás escuchando al original Julio Cortázar o la voz de Alcón que lo representa–, me parece que le dio mucha identidad y hace que se siga sosteniendo en el tiempo. Esta película tiene mucha vigencia y siento que tiene que ver con cómo la trabajamos.
Esa vigencia también está puesta en la tensión de Cortázar con el peronismo, ¿no?
Sí, Cortázar era muy antiperonista, aunque su acercamiento con América latina modificó su mirada en general. Antín dice que hay un «Cortázar sin barba» y hay un Cortázar «con barba». Antín siempre dice que es amigo del Cortázar «sin barba». No es que no quiera al Cortázar «con barba», pero lo conoció «sin barba» (risas). Me impresionó siempre el compromiso político de Cortázar; aquel hombre de Buenos Aires que viaja a París con una mirada crítica hacia el peronismo, que llega a Francia y se deslumbra frente a la ciudad y a todo el movimiento literario y artístico, pero que a partir del Mayo Francés empieza a redescubrir la revolución cubana y asume un compromiso con todo lo que significan las luchas por la liberación de América latina. Una vez Aurora (Bernárdez) me retó cuando le pasé los textos que íbamos a utilizar. Ella me dijo: «Son textos que se los va a llevar el viento». Se refería a los textos políticos. Se lo critica a Cortázar, por supuesto, los críticos están para criticar. Yo no tengo dudas de que junto con Borges son los dos grandes escritores argentinos.
A 50 años de la publicación de Rayuela, ¿la novela sigue vigente o cree que está un tanto fechada en el tiempo?
El otro día entré al despacho de un compañero de trabajo y vi que tenía una edición de Rayuela en el escritorio. Y me dio ganas de releerla para ver qué me pasaría ahora. La lectura de hace veinte años, que es la última que hice, fue una lectura desde la necesidad de construcción de la película. Para contestarte con precisión tendría que releer la novela. Creo que es una novela que está escrita en un tiempo, en un momento, y que es un reflejo literario de lo que acontecía en el mundo europeo y latinoamericano. Si querés saber qué pasaba por el espíritu humano de esa generación, tenés que leer Rayuela. Es una novela que quedó contenida en ese tiempo. Pero a mí me sigue dando vueltas la voz de Cortázar leyendo Rayuela y sigo redescubriendo en esa escucha nuevos mundos muy atractivos. ¿Quedó congelada en ese tiempo? Y... puede ser. Pero yo creo que Cortázar es universal y para siempre.
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