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Graffiti del Colectivo Artistas A-nonimos. (Foto: Colectivo Artistas A-nonimos)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- Es francamente desconcertante, por decir lo menos, encontrar tantas y tan repetitivas esculturas del mismo autor desperdigadas por toda la República Mexicana. Unas más decorativas que otras, su hechura ad-hoc del lugar para el agrado de los compradores las hace no pocas veces estar en la raya del humor... si no fueran tan invasivas.
Títulos como Vinculación Universal (¡!), o Ángel Custodio (aunque la gente le diga la Glorieta del Pollo...), en Puebla, sólo dejan entrever las ansias pretenciosas de una trascendencia forzada fincada en el clientelismo, un lubricado y eficaz trabajo de relaciones públicas en el mejor estilo priísta (el de antes, el del estilo...), y una mercadotecnia que envidiarían los más exitosos vendedores de baratijas.
Se trata del escultor Enrique Carbajal, alias «Sebastián», quien por muchos años fue, a no dudarlo, una de las piezas clave de la plástica mexicana que participó en momentos fundamentales y junto a personalidades imprescindibles en la estructuración de una estética que marcaría una época. Díganlo si no el Espacio Escultórico de la UNAM que el pasado mes de abril cumplió sus primeros 34 años de vida.
Multipremiado, multihomenajeado, multientrevistado y multicitado (o todo lo que esto signifique), de unos años a la fecha este otrora ejemplar y admirable productor visual parecería tener como consigna en sus años maduros arremeter contra todo espacio posible y poner en él una escultura suya. Quizá en el fondo no es un tema de arrogancia, sino de un desentendimiento de La Vastedad cuya fuerza estriba justamente en su llaneza y en lo grandioso de sus espacios abiertos.
En mi última visita a la entrañable Ciudad Juárez, me tropecé (literalmente), con una estructura enorme en forma de equis que estaba a punto de ser terminada. Frente a El Paso, Texas, ciudad que seguramente se desconcierta con esta especie de tache multiusos, se levanta lo que será museo de algo, restaurante, mirador, placita y lo que se les ocurra esta semana para justificar los casi 80 millones que han costado las mil 500 toneladas de acero. La población juarense ha inundado los medios locales y redes sociales con su descontento. Destinar ese dinero a una letra del abecedario y no otros rubros es quizá la queja más recurrente.
Me pregunto si la significación e importancia de la pieza puede medirse por su altura. Esta tiene 64 metros. Sólo como dato, recordemos verdaderos hitos escultóricos en el mundo: El Arco del Triunfo en París, 50 mts; Obelisco a Ramsés II, en la Plaza de la Concordia, también en París, 22.8 mts; Estatua de la Libertad, en Nueva York, 43 mts; Cristo del Corcovado, en Río de Janeiro, 38 mts, y La Esfinge de Giza, 20 mts.
Más contemporáneos, la Cloud Gate de Anish Kapoor, en Chicago, tiene 13 mts de altura y la araña patona MAMAN, de Louise Bourgeois, 9 mts. Y este mega tache: 64... ¿Le dará su tamaño por lo menos un pasaporte a los records Guiness? No se lo dio a Pedro Ramírez Vázquez con su Pabellón de México en Sevilla en 1992, con una «X» gigante que contenía videos y cartelitos turísticos...
Bien dice Richard Serra que «La obra surge de la obra»; quizá para «Sebastián» la obra surge del cliente en turno. Y que no está mal, en eso no hay problema, pero las cosas se complican cuando aquello que se ha vendido a un cliente, ya sea el dueño del pueblo, el alcalde o el gobernador, debe por fuerza ser visto y adoptado irremediablemente por una colectividad que paga sin saber qué compra.
Al margen de la significación de la X en México (tan potente en sí misma que hace inútil su magnificación), hay que reconocer que «Sebastián» ha logrado lo que nadie: pervertir la geometría y ponerla al servicio de caprichos clientelares. Y eso no es poca cosa.
Artículo tomado de su columna Ojo breve, publicada en el diario Reforma de la Ciudad de México.
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