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6 de los 8 caballeros de la Orden del Finnegans, posando junto a una estatua de Joyce. (Foto: Víctor Fernández)
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iudad Juárez, Chihuahua. 14 de junio de 2013. (RanchoNEWS).- Lo desorden es el título del segundo libro de la Orden del Finnegans, que presentan este viernes en la Feria del Libro de Madrid, y no existe uno mejor para reflejar el espíritu anárquico de este grupo de caballeros escritores que veneran el Ulises de Joyce entre pinta y pinta de Guinness. Ese artículo indeterminado delante de un sustantivo es una transgresión gramatical que a Eduardo Lago, caballero fundador de la orden, le parece «un verdadero hallazgo». Una nota de Fernando Díaz de Quijano para El Cultural:
La orden fue fundada en 2008 por Lago y su editor, Malcolm Otero Barral, junto a Jordi Soler, Enrique Vila-Matas y Antonio Soler, con el objetivo de celebrar cada 16 de junio, en Dublín, el Bloomsday, el día en que se conmemora las andanzas del protagonista del Ulises, que para Lago, conocido estudioso de la obra, es «el compendio universal de las posibilidades de la literatura en inglés». Más tarde se unieron José Antonio Garriga Vela, Marcos Giralt Torrente y el mexicano Emiliano Monge.
La orden no toma su nombre, como cabría esperar, de la novela Finnegans Wake de Joyce, sino del pub en el que dieron carta de nacimiento a la hermandad, en una localidad cercana a la capital irlandesa. Aunque los miembros del grupo poseen estilos literarios muy diferentes, la orden se caracteriza por transitar la «vía Finnegans» de la literatura, es decir, la vía de la dificultad. La editorial Alfabia publicó en 2010 el libro con el que se presentaron colectivamente en sociedad, un conjunto de textos sin hilo conductor alguno. Este segundo volumen sí lo tiene: la infancia, la de cada uno de ellos, si bien algunos caballeros «la deforman hasta hacerla poco reconocible o directamente se la inventan», explica Ignacio Martínez de Pisón, amigo y autor del prólogo. Es el caso de Vila-Matas, que en palabras de Lago «escamotea sus propios recuerdos», endosándole a un coordinador ficticio unos recuerdos inventados de una etapa de la vida que considera sobrevalorada como materia prima literaria. Un periodo «de pantalón corto, que goza de exagerado prestigio, esos años en los que el tópico más redomado dice que son vitales para nuestra creatividad futura y muy útiles para analizar en los años de madurez nuestros traumas», escribe con ironía, entre el convencimiento y el farol -el fue quien propuso el tema de la infancia a sus correligionarios-, el autor de Aire de Dylan.
En efecto, no hay rastro de nostalgia en la forma en que estos ocho relatos recrean la niñez. «Si esa era la época más feliz, cómo sería el resto», escribe incluso Garriga Vela.
La del mexicano catalán Jordi Soler fue, a juzgar por su texto, «El pájaro», una infancia rodeada de vida, pero también de crudeza, aunque «feliz y cojonuda», asegura. Su memoria se manifiesta en el relato como un torrente de recuerdos veloces que narran un episodio atroz en el mercado de su pueblo natal, en el estado de Veracruz. Las 18 páginas del texto configuran una única frase en la que el único signo de puntuación es la coma. «Quería que el texto fuera un manchón, como lo son las memorias de la infancia. Además, como miembro de una orden que rinde homenaje a Joyce, lo consecuente es que el texto tenga algo de experimental», explica el autor de Diles que son cadáveres.
La infancia del malagueño Antonio Soler, por su parte, estuvo marcada por la perplejidad, la extrañeza ante el mundo que le rodeaba. «De ahí nació mi vocación literaria, de la necesidad de buscar el sentido a la realidad», reflexiona el autor de El sueño del caimán. En su texto habla de los miedos, que son «las primeras pulsiones que experimentamos en la vida», simbolizados por el árbol como presencia constante y amenazante.
La ausencia a la celebración dublinesa del Bloomsday, cosa que sucede cada año con algún miembro, significa la expulsión inmediata de la orden, de modo que casi todos se han expulsado, suspendido o readmitido alguna vez en el club. «Ya parece que tiene más prestigio ser expulsado que pertenecer a la orden», explica Antonio Soler, y Jordi, el último en merecer tal castigo sin consecuencias en la práctica, asegura que en la solapa de su próximo libro hará constar con orgullo su condición de «caballero expulsado de la Orden del Finnegans».
Ante tal panorama y por la dificultad de cuadrar las agendas de estos 8 escritores, buena parte de la orden ha decidido considerar como reunión oficial ésta de la presentación del libro en el pabellón de actividades de la Feria del Libro, aunque el próximo domingo, 16 de junio, algunos de ellos estarán en Dublín cumpliendo con la tradición, leyendo fragmento del Ulises en la Torre Martello y, más tarde, en el pub Gravediggers («Enterradores») del cementerio de Glasnevin brindando con una pinta por todos sus compañeros, presentes, ausentes, expulsados o no. Porque en el fondo, la Orden es una celebración de la literatura, pero sobre todo de la amistad.
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