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Tom Sharpe (izquierda) y Jorge Herralde, en 2009. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de junio de 2013. (RanchoNEWS).- El editor de Anagrama Jorge Herralde escribió el posfacio Aterrizaje español del humor inglés (P.G. Wodehouse, Evelyn Waugh y Tom Sharpe) para la obra El mejor humor inglés (edición no venal). Reproducimos el extracto del texto en que Herralde presenta a los lectores españoles al autor británico fallecido:
Tom Sharpe, el más junior de los tres grandes maestros del humor inglés, ha tenido una trayectoria biográfica complicada. Al revés que Wodehouse y Waugh, procede de la clase baja, «muy baja», subraya, hijo de un padre violento y pro nazi, se exilió a Sudáfrica escapando al clasismo inglés y se encontró con el horror del apartheid. Trabajó como fotógrafo, intentó sin éxito estrenar sus obras de teatro «con mensaje», fue encarcelado y finalmente deportado. De nuevo en Inglaterra, fue profesor durante once años y once meses (exactamente, precisa Sharpe, como de una condena) en el Cambridge College of Arts and Technology, el Tech, en un ambiente, dice, de «notable rudeza», que describe tan certeramente en Wilt, hasta que, a los 41 años, descubre inesperadamente que es «un payaso» al ponerse a escribir Reunión tumultuosa, la primera de sus dos novelas inspiradas en sus experiencias sudafricanas. A partir de ahí, siguen doce novelas más que lo convierten en uno de los autores ingleses con mayor éxito.
Como tantos lectores, me convertí en adicto a Tom Sharpe con Wilt, la primera novela suya que leí; la publiqué en 1983 y seguí editando sus otros libros. Wilt tuvo de inmediato un enorme éxito, tanto en castellano como en catalán, posiblemente las dos lenguas en las que las traducciones de Sharpe han funcionado mejor. Un éxito sostenido a lo largo de los años, un fenómeno parecido a La conjura de los necios de John Kennedy Toole, otro longseller inacabable. Un éxito, el de Wilt, que ni siquiera su mediocre adaptación cinematográfica pudo aminorar. Pese a su escaso entusiasmo, Tom, que no asistió al estreno londinense, sí vino al de Barcelona para complacer a sus editores, en uno de sus muchos ejemplos de afecto. Wilt es un personaje memorable. Dice Tom Sharpe que «no es un héroe ni un antihéroe, es tan sólo alguien que trata de salir airoso de una situación espantosa». Bueno, en realidad de innumerables situaciones espantosas, tanto en dicha novela como en sus secuelas, Las tribulaciones de Wilt y ¡Ánimo Wilt! Y los lectores se identifican con él, en especial durante los interrogatorios con el inspector Flint, un prototipo del policía cuadrado, a quien Wilt vuelve loco. Pocas veces la literatura cómica ha sido tan desternillante.
En su muy recomendable libro de conversaciones con Sharpe, el periodista Llàtzer Moix describe la irónica situación perfectamente: «Wilt es como un ratón jugando con un gato, Flint, que no puede cazarlo». El libro del doctor Moix, como lo llama Sharpe, se titula, por cierto, Wilt soy yo, recogiendo una afirmación rotunda de Sharpe, aunque luego la matiza: «No es eso exactamente. Wilt se comporta con la policía o con los alumnos como yo hice en situaciones similares».
Wilt es mi novela favorita de Sharpe junto con las dos novelas sudafricanas, Reunión tumultuosa y Exhibición impúdica, dos sátiras enormes del apartheid. «Lo mío es la farsa, el gran guiñol», afirma Sharpe, y queda bien patente en sus dos primeras novelas. La elección de un humor salvaje, sin didactismos ni moralinas, resulta tremendamente eficaz y revelador. En la revista de humor La Codorniz había una sección que se llamaba: «Tiemble después de haber reído», un lema perfecto para este caso. Tom Sharpe cuenta: «Un alemán me dijo, en cierta ocasión, que mientras leía Reunión tumultuosa se rió y rió hasta que, cerca del final, dejó de reír de repente y exclamó: «¡Dios mío, todo esto es cierto!” »
«Mis libros son farsas», dice Sharpe. «A veces contienen mucha muerte y mucho dolor. En esto parecen cómics en prosa. Pienso que he visto muchos muertos de verdad.» Y evoca los «cadáveres a porrillo» que vio como fotógrafo en Sudáfrica. Y nos brinda, en el libro de Moix, una muestra del humor negro que prefiere. Un pelotón de reclutas extenuados en un laberinto de trincheras, durante la Primera Guerra Mundial; le piden al sargento: «¿Podemos descansar un momento, sargento? Y éste contesta: ¿Descansar? ¿Para qué? Dentro de media hora estaréis muertos».
Otra muestra, referida a sus largos años de enseñanza en el Tech: «El sistema educativo falla porque hay una crisis de autoridad. Yo tengo una mirada fría y despiadada, de gran utilidad para aterrorizar a esos cabroncetes», o sea a los jóvenes obligados a asistir a unas clases que no les interesaban en absoluto.
Otra de sus bestias negras es la evolución del negocio editorial, los grandes grupos a quienes les importan un comino los libros, y por elevación el imperialismo norteamericano y su arrogancia.
En sus novelas hay poco amor, «el amor y la farsa no hacen buenas migas», dice, pero abunda el sexo y el sexo fetichista aunque presentado de modo ridículo. El sexo en general le parece absurdo a Sharpe y el fetichista todavía más. Y él personalmente, si hemos de creerle, se presenta como bastante «abstemio» en este registro.
Tom Sharpe, que desde 1971 a 1984 publicó once novelas de carrerilla, sufrió luego un profundo bloqueo, sólo roto en el 95 con otra novela, Lo peor de cada casa, a la que siguió Becas flacas, sólo dos novelas en casi veinte años, aunque ha seguido escribiendo y tirando a la papelera.
En un viaje promocional a España, en 1987, tuvo una entrevista por televisión, con una periodista con vistosas encías e información aleatoria, durante la cual se sintió muy mal. Al día siguiente llegó a la editorial aún indispuesto, pero muy profesionalmente empezó a atender a un periodista. Sin embargo su esposa, Nancy, estaba muy alarmada, por lo que alertamos a la clínica Corachán, donde el doctor Trías de Bes le diagnosticó que había tenido una angina de pecho, le recomendó inmediata prudencia y el obediente Sharpe le regaló su cajita de rapé, el único tabaco que consumía. Se cortó la coleta.
Tom relata a menudo que, al encontrarse tan mal durante la grabación, pensó que cuando sus hijas se enfadaran con sus parejas, siempre podrían recomponer la situación diciendo: «Vamos a ver ese vídeo tan divertido de papá muriéndose». Ahora, desde hace tiempo y durante gran parte del año, Tom Sharpe vive y bebe y fuma puros en Llafranc (o sea que, como tantos toreros, se cortó la coleta pero menos), un pueblecito de la Costa Brava catalana, batallando con su bloqueo y mascullando contra los cambios drásticos en la edición que le han dejado sin interlocutores, pero, dejando aparte algunos achaques de salud, parece razonablemente feliz.
Por cierto que Tom Sharpe visitó a Wodehouse en su hogar norteamericano de Remserberg, pero con su característica y auténtica modestia se presentó como el fotógrafo que había sido, le dio vergüenza presentarse como novelista ante el Maestro. Éste, por su parte, pese a hallarse en las antípodas del humor salvaje de Sharpe, reconoció y apreció su genio cómico, y comentó en su día muy elogiosamente Zafarrancho en Cambridge.
En cuanto a Waugh, a quien Sharpe no llegó a conocer personalmente, pese a la pésima opinión que tenía de él personalmente ( «una mierda», en definición concisa de Sharpe), sin embargo le encantaban sus libros, era su héroe cuando empezó a escribir: «su prosa es muy buena, muy elegante y acerada, crea adicción». Cuenta Sharpe que leyó Decadencia y caída, cuando tenía once años, y aunque apenas lo entendió «sin embargo el libro me atrapó. Luego volví a leerlo un millar de veces. Bueno, exagero. Pero no menos de cincuenta». Y, comparándose con él, Sharpe afirma que «Waugh escribe con la misma precisión y finesse con la que los cirujanos manejan un bisturí, mientras que yo escribo con un hacha». Algún observador ha utilizado otras metáforas: el florete para Waugh y la sierra eléctrica, tipo Matanza de Texas, para Sharpe.
En resumen, así como Wodehouse era un conservador apacible y civilizado y Waugh se convirtió en un archirreaccionario atrabiliario, Sharpe aspira a ser un «tipo decente» (expresión que para él representa el máximo elogio), un ciudadano preocupado por las injusticias del mundo contemporáneo. Tres grandes maestros del humor inglés, pues, con modulaciones diversas: desde la ironía gentil y como involuntaria de Wodehouse a la sátira afiladísima de Waugh y al sarcasmo feroz y brutal de Sharpe. Denominador común: su eficacia total, como tantísimos lectores han podido comprobar.
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