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El artista y activista chino. (Foto: Andy Rain)
C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de septiembre de 2015. (RanchoNEWS).- De puntillas, como un curioso observador más, Ai Weiwei se paseó sigilosamente a primera hora de la mañana entre sus Árboles nudosos, encendió la luz del vertiginoso Candelabro de Bicicletas, tembló con las 90 toneladas de barras de acero que emulan las fosas tectónicas del terremoto de Sichuan, y finalmente revivió la pesadilla de su propio cautiverio, con dos guardias montando guardia hasta la taza del váter. Reporta desde Londres Carlos Fresneda para El Mundo.
Weiwei quiso pasar desapercibido en el patio de la Real Academia de Artes de Londres, pese a la persecución a la que le sometieron las cámaras, ante las que improvisó algunas de sus aguerridas poses, pidiendo pacíficamente guerra e interpretando su papel del artista «maldito» de China. Weiwei prefirió no decir nada y dejar que sus obras hablaran por él. Ya lo dijo el viernes, en su primera comparecencia ante la prensa tras su primer viaje al extranjero en cinco años: «La censura ha estado y estará siempre presente en China»...
La censura cae del cielo, acecha en cada esquina, flota en el aire. La censura es como un cangrejo ('he xie' en chino) que se engancha y no te suelta, ni siquiera en internet, donde el crustáceo simboliza la «mordaza», por mucho que el régimen se empeñe es disfrazarla de «armonía», en un «doble lenguaje» orwelliano que Weiwei maneja contra la corriente.
He Xie se titula precisamente la inquietante instalación de tres mil cangrejos de porcelana, pintados de rojos y de negro, amontonados ante la pared blanca, anhelando un espacio de autonomía y libertad que aún está lejos, muy lejos.Weiwei no sabe exactamente por qué le devolvieron el pasaporte, a tiempo para el estreno de su exposición en Londres (más complicado fue conseguir el visado británico, donde le obligaban a detallar sus antecedentes «penales»). El artista chino no cree que Pekín haya aflojado la soga: «Cada caso es particular, yo sólo puedo hablar por mí... Eso sí, antes de salir me aseguré de que me van dejar volver».
Y todo eso a pesar de disparar a su manera contra el régimen con S.A.C.R.E.D, la recreación de su 81 días de confinamiento. Presentada en la Bienal de Venecia, la obra cobra sin embargo una relevancia especial en presencia del artista, recreado en seis dioramas que pueden seguirse como un «via crucis». El papel del espectador consiste en espiar desde los ventanucos y contemplar sin palabras la secuencia del artista en su celda: mirando el techo por la noche, comiendo unos mendrugos o cagando ante la presencia constante de dos soldados inseparables.
«Decidí reducir las figuras para dar la idea de que se trata más de un juego que de la realidad», confiesa Weiwei a Tim Marlow, el director artístico de la Royal Academy, en fuciones de anfitrión de honor del artista chino. «No puedo decir que mi reacción inmediata a lo que ocurrió fuera la rabia. Pienso que en el arte tienes el deber de transformar tus sentimientos primarios en algo que resulte en un claro lenguaje, para que la gente pueda entender claramente tu historia». Weiwei, eterno deudor de Duchamp, a caballo entre el arte conceptual y el minimalismo, huye del calificativo de «artista político», pero asegura que no puede evitar que sus obras de «politicen» por sí mismas...
«Tengo que asumir mi realidad: crecí en esta sociedad. Mi padre y su generación fueron víctimas de la censura política. Y hoy por hoy sigo sufriendo restricciones por esta situación. Como artista, sé que encontraré la manera en mi lenguaje para tratar con el problema. Puede que ese sea mi problema, pero es también el problema de una nación. Así que si vamos a examinar mi arte y mis opiniones políticas, creo que las dos son inseparables».
El vínculo intimísimo del artista con su país, al que regresó en 1993 tras su larga estancia americana, se reforzó de una manera trágica e imprevista en el terremoto de Sichuan en el 2008. Estupefacto ante la magnitud del desastre, Weiwei se quedó sin palabras mientras intentaba colaborar con la ayuda humanitaria. La frialdad con la que el régimen quiso hacer invisibles a las víctimas fue el acicate final para Straight, una instalación que toca la fibra humana y asusta por su gigantismo.
Weiwei eligió las barras de refuerzo de acero, retorcidas por el seísmo, como símbolo de la destrucción y la reconstrucción. Un equipo de más de cien personas ayudó a recuperar entre los escombros hasta 90 toneladas de metal retorcido. Las barras fueron enderezadas hasta recuperar su forma original y recrear, una vez amontonadas, las fracturas y fricciones de las fallas geológicas.
Los nombres de los 5.000 estudiantes muertos en el terremoto se suceden en las paredes blancas, como una presencia etérea que merece ser recordada. Conseguir sus nombres fue una tarea titánica, frente a la resistencia de las autoridades locales. Weiwei ilustró esa búsqueda en una sucesión de fotos y en un documental que intensifican el dramatismo de la poderosa instalación.
«Subversión del poder del Estado»... Esa fue la acusación que recibió Weiwei cuando fue detenido hace cuatro años si previo aviso, después de haber sido amenazado y hostigado de todas las formas posibles. «La acusación iba principalmente dirigida contra mi persona, no contra mi obra. Lo que molestaba no era tanto lo que hacía como la repercusión que lograba fuera y mis contactos con artistas y periodistas. Aunque no hace mucho, en China, alguien me dijo: 'Tu arte es tu vida'. No sé si considerarlo como un reconocimiento».
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