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James Mason y Sue Lyon, en un fotograma de Lolita, de Stanley Kubrick, con guion de Nabokov, autor de la novela. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de septiembre de 2015. (RanchoNEWS).- «Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul» (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía). Son las palabras mágicas con que Vladímir Nabokov abre el mundo de Lolita, una de las novelas más perturbadoras y cautivadoras de la literatura, y un clásico universal. Uno cuya belleza aumenta con el tiempo. Como aumentan las dudas de si hoy, sesenta años después de su primera edición, sería publicada en un mundo que parece retroceder en ciertos aspectos. Pero, ¿qué se habría perdido la literatura de no haber existido Lolita? Una nota de Winston Manrique Sabogal para El País.
Su publicación hoy sería difícil según algunos escritores, pensadores y críticos. Incluso su condición de clásico tambalearía, explica el poeta Juan Antonio González Iglesias, «porque los enemigos de la libertad son muchos, y con un gran poder. En la larga lucha entre la libertad y el puritanismo, Lolita está del lado de la libertad». Una obra, según el filósofo Manuel Cruz, que «muestra que la apariencia de libertad y de tolerancia sexual y amorosa en general en la que vivimos no viene a ser otra cosa, a fin de cuentas, que la sustitución de los viejos tabúes visibles por otros nuevos, invisibles por representar la obviedad emergente». Nabokov, asegura la escritora Marta Sanz, «invitó a reflexionar sobre el significado de lo obsceno y sobre nuestra propia hipocresía».
Más allá del deseo, más acá del amor, rodeado de obsesión y dolor, el protagonista de la novela, un escritor llamado Humbert Humbert, hace público su «pecado» de amar y desear a una adolescente con el arte de la literatura hasta crear, según escribió Mario Vargas Llosa en 1987, una de «las más sutiles y complejas creaciones literarias de nuestro tiempo».
Rechazada por cuatro editoriales, solo The Olympia Press, un pequeño sello editorial parisino especializado en obras eróticas, se atrevió a publicarla el 15 de septiembre de 1955, tres años después apareció en Estados Unidos. Lolita nació casi maldita, el propio Nabokov (1899-1977) un día echó el original al fuego y su esposa Vera lo rescató; luego, tras llegar a las librerías generó una estela de escándalo y acusaciones por desafiar tabúes y poner a la sociedad ante el espejo de deseos oscuros. Su popularidad aumentó cuando Stanley Kubrick le hizo justicia en el cine, en 1962, con guion del propio escritor ruso.
«Lo-lee-ta: the tip of de tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee.Ta» (Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta).
A partir de este magistral y musical comienzo, la historia de Humbert Humbert se desliza por varios estadios de lectura donde destaca el virtuosismo del lenguaje y su arquitectura. Nabokov, asegura Marta Sanz, «lanzó una pregunta sobre si resulta más obsceno, incluso más inmoral, la atracción hacia una nínfula o el asesinato. Sobre si resulta más inmoral cometer estas acciones o mostrarlas regodeándose en ellas. Sobre si lo obsceno es la vulgaridad de una sociedad que cree que el Reader Digest es cultura o la sofisticación intelectual (¿maligna?) de un Humbert Humbert que en el fondo se mueve por el impulso lascivo de sus ojos de mono. Nabokov tal vez enlaza con esa sensibilidad estética tan contemporánea que mantiene que la provocación puede constituir una acción moral sin caer en el moralismo. Todo eso se sugiere a través de una palabra sensual en la que importan las uñas pintadas de los pies de la nínfula tanto como el sonido de su nombre: Lo-li-ta. Nabokov sabe que es imposible decir lo mismo de otra manera y que la textura de su lenguaje es tan atractiva, provocadora y morbosa como lo que nos está contando. De hecho, es lo que nos está contando: la fusión de la ética y la estética en función del principio libertino del placer».
Pero Lolita desató un escándalo moral, cuando justo lo que Nabokov buscaba era alejarse de la moral, afirma Javier Aparicio Maydeu, crítico literario y especialista en el autor ruso. La novela es mucho más que esos adjetivos envenenados al convertirse en un eslabón en la sensibilidad del siglo XX. Es sobre todo, agrega Aparicio Maydeu, «el triunfo de la novela que no persigue ya la militancia moral que sostuvo la novela naturalista del XIX (de la que parece burlarse). Lolita parece extirparle la ética a la novela y, sin lugar a dudas, conquista para la novela moderna la ambigüedad (del narrador) y el protagonismo del lenguaje por encima de la trama en sí».
«Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba de pie, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita».
A partir de ahí se acuñó ese nombre para referirse a aquellas preadolescentes tan seductoras como inocentes de su propio milagro de atracción sobre algunos hombres. Vladímir Nabokov no estuvo del todo contento con la popularidad y algunas interpretaciones de su obra. En una entrevista en la televisión francesa a Bernard Pivot dijo: «Fuera de la mirada maniaca del señor Humbert no hay nínfula. Lolita, la nínfula, sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Este es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa».
La lucha de esta historia en la novela es entre la obsesión presente del protagonista y un recuerdo y sueño frustrado que se niega a morir; y, en la vida real, entre la libertad y el puritanismo, entre la ética y la estética. «No es únicamente un placer intelectual para cada lector», asegura el poeta Juan Antonio González Iglesias. Ese mundo que Nabokov crea, agrega el poeta, «ensancha los límites de nuestro mundo. Lolita es una novela de estirpe poética, tiene la belleza, la sensibilidad y la perfección, pero también la tensión ética y política de un acontecimiento que es de todos. En la larga lucha entre la libertad y el puritanismo, Lolita está del lado de la libertad. Su impacto universal es hacia el futuro, aunque también repercute en el pasado. Permite releer la experiencia humana de otra manera». No duda González Iglesias en considerarla un clásico con fuerza para modificar el mundo. A lo cual contribuyó, añade, la vocación formal de Nabokov, y también el hecho de que él lo escribiera fuera de su país y fuera de su lengua natal: «Expone un arquetipo y por eso pertenece a la historia de la literatura. A la universal, no a la norteamericana ni a la rusa, ni debe centrarse sólo en lo superficial de la cuestión erótica. Afortunadamente, Lolita es ya un clásico. Me pregunto si llegaría a serlo en caso de publicarse ahora».
Entonces, tal vez la respiración de algunos volvería a alterarse. Cuando la verdad, explica el filósofo Manuel Cruz, es que «la gran virtud del libro es haber puesto en evidencia, más allá de los recovecos del deseo, el modo oscuro e invisible en que nuestras sociedades responden a él. El catálogo de figuras de los distintos poderes que (cada uno a su manera) atemorizan al protagonista, los fantasmas que lo amenazan con convertirlo ante sí mismo y ante los demás en la materialización de las diferentes figuras de la maldad (delincuente, pervertido, loco...) muestra que la apariencia de libertad y de tolerancia sexual y amorosa en general en la que vivimos no viene a ser otra cosa, a fin de cuentas, que la sustitución de los viejos tabúes visibles por otros nuevos, invisibles por representar la obviedad emergente. ¿O es que alguien se atrevería a escribir hoy un libro en el que el autor hiciera suya la mirada amorosa de Dante hacia Beatriz? ».
Tesoros perdidos o secretos. Un grito que se niega a ser silenciado. El resultado, según el escritor Colm Tóibín, «es como si Nabokov insertara una música artística y exquisita en la vida estadounidense. Encontró un tono astuto, cómico, lleno de belleza y deseo para ponerlo en el país que estaba menos dispuesto a resistir todo eso. El hecho de que Lolita fuera estadounidense y la novela se desarrollara en los suburbios y carreteras abiertas de ese país creó la gracia del estilo, la risa oscura en las sentencias y la hizo más seductora».
Lolita es una matrioska en la realidad y en la ficción. En manos de los lectores surgen múltiples lecturas, pero siempre belleza. Debajo de la novela, en su origen, está El hechicero, un relato que Nabokov escribió en 1939 y que mantuvo entre sombras hasta un par de años después de la publicación de Lolita. A su vez, esa nínfula de la ficción tiene una precursora, el fantasma que persigue Humbert Humbert llamado Annabel Leigh, aquel amor adolescente, correspondido pero frustrado en el límite de la realización. Y Annabel, a su vez, viene de un tiempo muy lejano. Nace en 1849 de la mano del último poema completo que escribió Edgar Allan Poe: Annabel Lee:
«Fue hace muchos y muchos años,
en un reino junto al mar,
habitó una señorita a quien puedes conocer
por el nombre de Annabel Lee;
y esta señorita no vivía con otro pensamiento
que amar y ser amada por mí.
(…)
Porque la luna no luce sin traérme sueños
de la hermosa Annabel Lee;
ni brilla una estrella sin que vea los ojos brillantes
de la hermosa Annabel Lee;
y así paso la noche acostado al lado
de mi querida, mi querida, mi vida, mi novia,
en su sepulcro junto al mar—
en su tumba a orillas del mar».
Y a orillas del mar fue la última vez que Humbert Humbert vio a su primer amor, Annabel Leigh, que luego se convertiría en un deseo malsano. Aquella historia de amor y pasión de Poe con su música de elegante tristeza y orfandad, Vladímir Nabokov la hace resonar en su protagonista que sueña con su nínfula y su amor marchitado antes de florecer, y sobre todo, desea ser deseado. «Simplemente me gusta componer acertijos con soluciones elegantes», dijo su autor. Y dejó clara su concepción de la literatura: «una obra de ficción solo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético».
Y es así como en la confesión de su escritor Humbert Humbert, se lee: «A decir verdad, es muy posible que la atracción que ejerce sobre mí la inmadurez resida no tanto en la limpidez de la belleza infantil, inmaculada, prohibida, cuanto en la seguridad de una situación en que perfecciones infinitas colman el abismo entre lo poco concedido y lo mucho prometido... ».
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