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El director exhibe en la Mostra su nueva película, La calle de la amargura. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de septiembre de 2015. (RanchoNEWS).- Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1943) cumple medio siglo haciendo cine. Comenzó su larga carrera a los 21 años, cuando Alfredo, su padre, le produjo Tiempo de morir, un western escrito por Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Su trayectoria fue reconocida ayer en la Mostra de Venecia, donde también se exhibió fuera de competición su nueva película, La calle de la amargura, basada en un sórdido asesinato cometido en 2009. El director de casi 30 largometrajes ha logrado convertir su apellido en un sinónimo de cine en México. Su hijo Gabriel ha debutado este año tras la cámara con 600 millas, premiada como la mejor ópera prima en Berlín. Luis Pablo Beauregard lo entrevista para El País.
Alfonso Cuarón dijo en Venecia que se considera parte de la vieja ola del cine mexicano. ¿Dónde lo deja eso a usted?
Soy la viejísima ola. He sido lo suficientemente contumaz para salir adelante en esta industria tan compleja, atroz y divertida. Soy de los ancianos del cine.
¿Se ve como maestro de esa generación?
No, para nada. Soy un aprendiz. No lo digo en broma. Todo el tiempo trato de documentar mi deber y ver cómo se hacen las cosas nuevas. No ceso de maravillarme con lo que aprendo.
¿Qué piensa de los Óscares que ganaron Iñárritu y Cuarón?
Se dice que el cine mexicano ya ganó Óscares. No, para nada. No descalifico el talento de los que han ganado. Es un asunto de deslindar fronteras. No hacen cine mexicano. Cuando Iñárritu, Del Toro o Cuarón regresen a México a hacer cine harán cine mexicano sin ningún problema. Las películas son de donde se filman y de la lengua en que se hablan.
Cumple 50 años en el cine. Le he escuchado decir que la experiencia está sobrevalorada.
Es una forma del anquilosamiento. Es la demostración de ciertas astucias que has desarrollado a lo largo de los años, y que no siempre son benéficas para el trabajo. Es saber cómo se hace y no querer hacerlo de forma distinta. Siempre trato de hacer mi experiencia a un lado en cada película que hago. ¿Cómo llegar a ciertas cosas? No lo sé. Siempre es un camino espinoso, ondulante, complejo y lleno de obstáculos. Eso es lo divertido.
¿Ha relajado su forma de trabajar?
Ahora sé exigir de otro modo, con menos palabras y con menos gestos adustos. De ser un joven impetuoso al que le tengo una cierta conmiseración a un viejo cineasta uno se serena, pero no del todo.
Su primera película fue escrita por García Márquez y Carlos Fuentes. ¿Cómo fue trabajar con ellos?
A ellos les gustaba mucho el cine. García Márquez en algún momento de su vida pretendía ser cineasta. Afortunadamente, para sus lectores, se frustró ese proyecto. Al ser hijo de productor, vi que los guionistas trabajaban a destajo. No quise trabajar con un guionista lleno de mañanas y soluciones previsibles. Preferí trabajar con escritores. En mi inexperiencia absoluta en ese momento, yo los instaba a que escribieran lo que ellos quisieran, pero los llevaba de la mano al decirles qué es lo que necesitaba que se viera en pantalla. Era fascinante porque era otra forma de enfrentar el cine.
También trabajó con José Emilio Pacheco, que le ayudó a escribir el guión de El castillo de la pureza.
El evento, un hombre que encerró a su familia por 15 años, dio dos obras literarias. Sergio Magaña tuvo una obra de teatro lindísima que se llamaba Los motivos del Lobo. Luis Spota escribió su novela La carcajada del gato, que estaba muy bien. Nosotros nos basamos en hechos reales. Fuimos a la hemeroteca a ver cómo había consignado la prensa el evento.
En La calle de la amargura vuelve a la nota roja.
Nunca la he dejado. Siempre me ha gustado. He leído muchísimos libros sobre casos policiacos. Los casos criminales están muy bien estructurados porque está el comienzo del evento, el desarrollo del evento y el final del evento.
¿Qué le llamó la atención del asesinato de dos luchadores enanos?
El mundo de la lucha libre siempre me ha fascinado, me parece apasionante. Cuando era chiquitín mis papás me llevaban a verla. Y de pronto ver esta nota que era tan singular, tan extraña y delirante me pareció notable. Uno lee en México esas notas sin cesar. ¿Cuál es la que te mueve las tripas? Hay que estar muy atento a eso. Pero no se trata de ilustrar el acontecimiento, sino de crear un mundo al margen de lo que los periódicos dicen. La realidad suele ser cambiante, voluble, frágil e inaprensible. En cambio, la verosimilitud aspira a la eternidad. Yo aspiro a eso.
Rodó la película en la zona roja del Centro de la ciudad ¿Después de 50 años de trayectoria le sigue gustando rodar en medio del caos?
Después de 50 años me sigue gustando filmar… Es lo único que sé hacer, que me importa y que me da sentido.
El Gobierno mexicano ha ayudado a lanzar FilminLatino, que pone parte de su obra en línea. ¿Ya se acostumbró a ver sus películas en ordenador?
Ni siquiera me he acostumbrado a verlas en una pantalla de cine. Mis primeros trabajos los vi hace cincuenta años en moviolas, que tenían las pantallas muy pequeñitas.
Profundo carmesí es la película más vista en toda la plataforma.
Me da un gusto enorme. Las costumbres de los espectadores han cambiado radicalmente. Yo he visto a gente viendo películas en el teléfono, cosa que me escandaliza. No lo recomiendo, de ninguna manera.
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