.
«Es perturbador que los músicos argentinos que más admiro, que son Troilo y Spinetta, eran de River», dice Kohan, hincha de Boca. (Foto: Bernardino Avila)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de septiembre de 2015. (RanchoNEWS).- La entrañable escena de un relato de Cuerpo a tierra (Eterna Cadencia) despliega la fascinación mítica por Aníbal Troilo. «El mundo entero se daba vuelta hacia él. De todos lados le llegaban palmadas y apretones; incluso manos estiradas que ni alcanzaban a tocarlo. El Gordo avanzaba despaciosamente a través de esas capas sucesivas de entusiasmo y de fervor, como si estuviese saliendo del mar hacia una playa, y no entrando, como de hecho entraba, desde la calle al cabaret. Se fue abriendo paso por medio del afecto, a brazada limpia, entre el rumor de los que reverenciaban su llegada y en apuradas lo llamaban Maestro. Eso sí: todos conocían la regla, y la acataban, de que una vez que el Gordo llegara a la mesa no había que molestarlo más», se lee en el relato titulado «Inspiración», igual que el tango de Peregrino Paulos hijo. Después de casi dos décadas, Martín Kohan vuelve a publicar un libro de cuentos y será el encargado de inaugurar la séptima edición del Festival Internacional de Literatura Filba.
«Soñé con Troilo», confiesa el escritor a Página/12. «Yo estaba en un lugar que era al mismo tiempo público y privado, como si uno dijera: ‘Cantás en la ducha, pero se oye’. Troilo me escuchaba y me decía: ‘¡Qué bien que cantás!’. Y me decía que le iba a decir a Ernesto Baffa. Yo no podía creer que Troilo me hubiera elegido para cantar con un bandoneonista. Y lo primero que pensé es: ¡le voy a avisar a mi papá! ¡Lo que es para mi papá que Troilo me haya dicho que canto bien! Y pensaba que mi papá está muerto, pero Troilo también... O sea que si Troilo me habló, también le puedo decir a mi papá, como si tuviera conciencia de que estamos en otro plano y los muertos están ahí... ». Cuerpo a tierra incluye diez cuentos, tres se editan por primera vez: La verdad, Feldman y El final del amor. Hay tres relatos que fueron publicados en el suplemento VeranoI12 de este diario: El amor (febrero 2011), El error (febrero 2014) y Cuerpo a tierra (febrero 2015). Los cuatro restantes –El matadero, Inspiración, Este sol es pura agua y El tiro de gracia– fueron publicados en distintas revistas y suplementos culturales. Kohan no publicaba un libro de relatos desde 1998, cuando salió Una pena extraordinaria.
El amor entre dos gauchos llamados Fierro y Cruz. Un camionero intuye que «existe cierta sabiduría, especialmente en áreas rurales, que recomienda la espera como un don o una virtud». Un hombre abandonado encuentra en el Río de la Plata «un cúmulo de malentendidos, una suma de equivocaciones, un error perpetuo expresado sobre el agua». Hay más en los recovecos de estos cuentos magníficos, una perplejidad que aguijonea, una tensión insoportable, como concentrada en un puño cuyo contenido se adivina, pero no se puede ver. Un escritor de conferencia en Bogotá fracasa en la conquista de una mujer. Un soldado tiene en la palma de la mano un grumo de metal y una decisión que deberá o no tomar. El impacto que genera en un hombre descubrir que un amigo muerto en un accidente le tomó fotos desnuda a su ex mujer, con la que estuvo casado casi diez años. Un dentista tiene una especie de doble vida con su violonchelo. Las paradojas de los principios y finales del amor... Temas que no son ajenos a las obsesiones del escritor. La entrevista es de Silvina Friera para Página/12.
Excepto uno o dos cuentos, donde hay algún personaje escritor, ¿por qué Cuerpo a tierra orbita en torno de un mundo «más popular», como el relato del camionero que lleva las vacas al matadero o los gauchos del cuento El amor?
No me resulta muy atractiva la figura del escritor. Creo que la única vez que hice centro en la figura del escritor fue para la autoparodia total en Cuentas pendientes. El escritor es el antihéroe; la condición del escritor me parece el lugar del desubicado, del descolocado, del incompetente, del desajustado que va a parar a la escritura para descansar de todo eso. Literatura de literatura, literatura de escritores, la fascinación por el personaje escritor, no la tengo en lo más mínimo.
En algunos casos los personajes de estos cuentos son perdedores, como el escritor del relato que transcurre en Bogotá, que fracasa en conquistar a una mujer, o Feldman, un dentista desajustado que pone su vida en el violonchelo, ¿no?
Sí, son perdedores, tipos que están mal encaminados. En el caso de Feldman, me fascinan las figuras que tienen dos vidas porque yo no logro armar una. Me acuerdo de que una vez me enteré de que un compañero de la facultad, un profesor, había sido marino mercante; son tipos que conocen otro mundo entero y yo no puedo con un mundo (risas). En Feldman, la marca de su derrota es que él tiene un mundo más interesante y uno menos. Y con el más interesante pierde. Tiene un mundo fascinante, intrigante, misterioso, donde hay algo, y otro que es trivial. Y solo gana con el trivial; con el extraordinario pierde.
¿Por qué pierde con el mundo extraordinario, que es el mundo del artista, del violonchelo?
Me parece que hay algo que no fue premeditado, pero por algo vuelve y reaparece de cuento en cuento, que es pensar que esa condición excepcional le trae más problemas que otra cosa. Habitualmente se usan adjetivos elogiosamente como «es especial, es original, es distinto». Todo eso puede ser un factor de desgracia, por fuera del prestigio aparente que puede tener, porque llevado por fuera del violonchelo, por fuera de la escritura, la rareza no es linda de llevar. Es fácil construir mitologías de la rareza; vivirla no es tan cómodo, no es tan confortable. Me interesaba trabajar esa zona donde los tipos quedan fuera de lugar. El fuera de lugar es fácil de prestigiar retrospectivamente. Pero bajo el formato cuento, que es tocar un momento, una situación, un presente, me interesaba interrogarlo como desgracia. Entonces, cuando entran esos materiales del artista, del que sabe música, del que es un intelectual, no les agrega nada por fuera de eso que saben hacer. No es un cuento sobre la música ni sobre un conferencista. Es lo desajustado del mundo del que sabe hablar cuando no está teniendo que hablar. Lo desajustado del mundo del que sabe tocar música cuando no está tocando música. Quedás a contramano del universo. La idea es retratar eso desde el desacomodamiento, no desde el prestigio.
¿Por qué las mujeres aparecen como un factor de incomodidad en esos mundos de hombres que «preferirían no hacerlo», citando a Bartleby?
En el cuento El matadero, el camionero rechaza y echa a la mujer. Este tipo de construcción narrativa me hace acordar a La Lujanera en el Hombre de la esquina rosada de Jorge Luis Borges. Lo nombro no porque sea una referencia de escritura, sino porque es una referencia de lectura, y además lo estuve enseñando hace poco. Pasan diversas peripecias entre hombres, pero la marca de resolución es la mujer: La Lujanera, ¿con quién se va?, ¿a quién desprecia?, ¿con quién termina la noche?... miradas de hombres, desafíos de hombres, cobardías de hombres, pero la que va marcando la resolución en cada momento es la mujer. En Feldman es la mujer la que le dice: «Acá no, acá sí». En el cuento de Bogotá, ella plantea: «No soy esta que pensás, soy esta otra». Después están los cuentos sin mujer, como el de Troilo. La mujer de Troilo no está, pero define todo porque se dice «si Zita estuviera acá». Su ausencia decide porque hay cosas que pasan porque ella no está. Ese es el poder que tienen los personajes femeninos: que definen todo casi sin hacer nada.
La espera es otro de los temas que atraviesa los cuentos, ¿no?
Sí, totalmente. Me gusta la tensión de la espera porque es compatible con el modo en que escribo, que es con poca peripecia. Y en los cuentos mucho más porque es una estructura narrativa que admite el compactarse. En Ciencias morales la mayor parte del tiempo está la preceptora esperando en el baño a los que se suponen que fuman. Me gusta narrar la suspensión de la espera como si fuese un acontecimiento. Hay un manejo de la economía narrativa que es que de pronto el acontecimiento más intenso del relato ocurre afuera de escena, como en Inspiración, que tiene un poco la estructuración de Hombre de la esquina rosada. El hecho definitorio ocurre afuera y no lo vemos del todo bien.
El mundo del tango ha sido un lugar de encuentro y desencuentros con su padre. «De chico me decía: ‘Ya te va a gustar el tango’. Y es verdad. Mi papá me llevó a ver a Osvaldo Pugliese; el pelotudo que yo era fue a las puteadas. Ahora, a los 48 años, digo: ‘¡Qué suerte que escuché a Pugliese!’. Hay una marca un poco perturbadora para mí y es que los músicos argentinos que más admiro, que son Troilo y Luis Alberto Spinetta, eran de River. Yo tengo un problema con ‘El anillo del capitán Beto’ muy grande», admite Kohan, reconocido hincha de Boca. «Mi fascinación por Troilo fue a parar a un cuento, aunque mi deseo era escribir una novela que nunca se me ocurrió. Me habría encantado encontrar algo. Como escribo con poca peripecia, un hecho o dos me habrían alcanzado. ‘Inspiración’ es lo más cerca que pude estar de la cosa aurática que tiene Troilo para mí como ningún otro músico». El escritor agrega que siempre está dispuesto a escribir a contramano para desmitificar. «Si escribí sobre San Martín en los ensayos o en la ficción, fue para desmitificar. Incluso escribí en contra de mitos propios, como el Colegio Nacional de Buenos Aires como ‘colegio de la patria’. Pero con Troilo cedí de un modo absolutamente feliz. La entrada de Troilo tiene algo de sacro; la pensé como una cosa de veneración, de aura. En el fondo, no me resigno a que no se me ocurra algo para escribir una novela con Troilo. En algún momento aparecerá... probablemente no se me terminó de ocurrir porque no sé escribir a favor».
El cuento pudo escribirlo...
Sí, pero es el más viejo y el más distinto. Lo escribí en 2002. Me acuerdo de que estaba en Francia. Y me acuerdo bien la situación porque fue un pequeño papelón de los que suelo cometer. Estaba en París, en la casa de un profesor. Y le dije «me voy a caminar»...
Seguro que quería salir a buscar un bar.
Sí, pero no lo confesé (risas). En el trayecto al metro, se me ocurrió el cuento. Entonces entré a un bar en una esquina y el profesor al que le había dicho «me voy ya» salió una hora y media después y me vio sentado en el bar donde escribí Inspiración (risas).
El hecho de preferir narrar la espera y que el acontecimiento quede afuera tiene una tradición en la literatura argentina. ¿Quiénes serían sus parientes próximos en el arte de narrar esperas?
Juan José Saer es suspensión y esa suspensión le da una potencia extraordinaria a los núcleos de acontecimientos, como en Glosa. Pensando en las caminatas, también está Sergio Chejfec, aunque la deriva del pensar que se activa en la caminata en Chejfec es distinta. La suspensión es deriva porque no caminan de un punto a otro. Las 21 cuadras de Glosa es deriva; los personajes o narradores de Chejfec se largan a caminar como en Mis dos mundos. Son relatos de la suspensión porque todo acontecimiento posible está evocado o diferido. Todos los que estamos interesados en la suspensión orbitamos en torno a Samuel Beckett. En Ricardo Piglia también hay espera, pero tiene la idea de que el relato aparece en el lugar del acontecimiento y no para reponer el acontecimiento. Y otra vez Hombre de la esquina rosada es perfecto en eso, porque lo que hay para narrar, que es quién mató a Francisco Real, es lo único que no se narra. En ese acontecimiento suspendido u omitido cabe una literatura entera. Pero hay que ver si a uno le sale, ¿no? Yo también cuando pateo tiros libres, la rompo (risas). La mitología de escritor no me seduce, no le veo atractivo, no la cultivo ni la ejerzo por el hecho de que escribo y publico libros. Prefiero ser arquero de Boca porque (Hugo Orlando) Gatti fue mi primera fascinación. Yo le copiaba todo: las bermudas, las vinchas –en esa época tenía pelo–, y atajaba a la manera de Gatti.
Pero es bajito para arquero...
¡Dígamelo a mí! Está tocando mi primera tragedia personal a los 12 años, cuando supe que no iba a crecer (risas). No digo que quería ser arquero seriamente, pero tenía la fantasía que tiene cualquier chico.
El arquero es el lugar más desgraciado del fútbol, ¿no? El arquero siempre tiene la culpa.
¿Y el escritor no es el lugar más desgraciado del mundo? ¡Sí!
Un escritor puede publicar un libro flojo y no pasa nada grave. En cambio, si hay una goleada 5 a 0, los goles se los comió el arquero.
Sí... pero se ve que hay algo ahí que me atrae. El arquero tiene tres atajadas gloriosas y se come un gol y cagó el partido. El arquero está obligado a esperar que la pelota venga; es un puesto y una condición que me atrae mucho porque es el lugar del solitario. Al escritor también lo pienso como un solitario y no reconozco ni veo funcionar en mí la comunidad de escritores. Me gusta mucho leer, escribir y dar clases, pero no me interesa la mitología del mundo literario.
REGRESAR A LA REVISTA