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Imagen derivada de Fruit bats. (Foto: shellac / CC BY)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de enero de 2016. (RanchoNEWS).-
¿Sabía que «murciégalo» era el nombre original del murciélago? ¿Sabía que «obús», «pistola» y «robot» son de las pocas palabras que hemos adoptado del checo? ¿Sabía que el término
«obelisco» procede del griego y hace referencia a los espetones donde ensartaban las viandas antes de cocinarlas? ¿Sabía que el parchís es originario de la India y que su nombre significa «veinticinco» porque era la máxima puntuación que podía obtenerse en cada tirada? Podríamos seguir así hasta completar las 300 historias de palabras que acaba de publicar la editorial Espasa. El volumen pertenece a esa clase de libros de curiosidades lingüísticas que afloran cerca de la Navidad, ya que es un regalo ameno para cualquier persona interesada en la evolución de nuestra lengua. El lexicógrafo Fernando de la Orden se ha encargado de la documentación y de la redacción, Manuel Durán, de la selección de ilustraciones, y el académico y catedrático de filología latina Juan Gil ha dirigido el proyecto. Una nota de Fernando Díaz de Quijano para El Cultural.
Hace poco Espasa publicó otro libro, La maravillosa historia del español, de Francisco Moreno Fernández, que relata la historia del castellano desde su nacimiento hasta nuestros días. 300 historias de palabras es el complemento ideal para ilustrar esa evolución a base de ejemplos. «La selección de las palabras ha sido aleatoria, intentando que estuvieran representadas muy diversas facetas de nuestro mundo cotidiano: de la vestimenta a la política, pasando por los juegos y la cultura», explica Juan Gil, que acaba de ser nombrado vicesecretario de la RAE. Además, el libro recoge prácticamente todos los caminos posibles por los que una palabra acaba vertiéndose al español desde otras lenguas: la mayoría del griego, del latín y del árabe; muchas del francés, sobre todo desde el siglo XIX, y del inglés, más influyente en el siglo XX, así como de las lenguas amerindias que tomaron contacto con el español a partir del descubrimiento de América. También aparecen neologismos inventados por la ciencia usando a menudo lenguas clásicas para designar nuevos descubrimientos, como es el caso de «alergia», que proviene del alemán Allergie, y este del griego állos, «otro», y érgon, «trabajo». «Literalmente, por tanto, 'otro trabajo', el que desarrolla de forma equivocada el cuerpo cuando reacciona ante sustancias en principio inocuas», explican los autores del libro.
Si además de deleitarse buceando en el origen de las palabras, es usted aficionado a inventarlas, le animará saber que «cualquiera puede crear un nuevo vocablo y lograr que sea adoptado por los hablantes». Uno de los casos más recientes y exitosos es el del neologismo «mileurista», inventado hace diez años «por una ciudadana de a pie» y acogido inmediatamente por los medios de comunicación y el conjunto de la sociedad, aunque no recogida en el diccionario. La palabra, en opinión del académico, cumplía a la perfección con todos los requisitos necesarios para el éxito: es ingeniosa, eufónica (es decir, suena bien) y designaba una nueva realidad que aún no tenía nombre. Aunque «cuando se inventó hacía referencia al extremo más bajo de la cadena económica y hoy, desgraciadamente, la situación ha empeorado», apunta Gil.
En cambio, hay otras palabras que han tratado de imponerse «desde las alturas» pero el pueblo, la Academia o ambos las han rechazado. Es el caso, explica el académico, de «jóvena» (que en su día defendió la exmujer de Felipe González, Carmen Romero) o «miembra» (utilizado por la exministra de Igualdad Bibiana Aído). Ambos términos fueron «injustamente criticados en su momento» y «no son de peor factura que infanta o señora, hoy admitidos por todos», opina Gil.
Dice el académico que aún hay bastante palabras cuyo origen se desconoce y suponen un reto muy interesante para los expertos. «El etimólogo hace un esfuerzo de imaginación sorprendente. Joan Corominas, en su gran diccionario etimológico, tiene páginas que son verdadera poesía. Intenta penetrar en el lenguaje de una manera que a veces le obliga a hacer reconstrucciones imposibles». En la tarea de iluminar los caminos por los que las palabras llegan a nosotros, los filólogos cuentan con una herramienta fundamental: los corpus lingüísticos, recopilaciones de ejemplos de palabras que aparecen en todo tipo de documentos a lo largo de la historia. La Academia, en sus 300 años de vida, ha ido construyendo un fichero que actualmente consta de diez millones de papeletas, actualmente digitalizado y disponible para su consulta. Hoy se complementa con otros bancos de datos: el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), con ejemplos de textos creados en todos los países de habla hispana entre 1975 y 2004; el Corpus Diacrónico del Español (CORDE), para toda la historia anterior; el Corpus del Español del siglo XXI (CORPES XXI), con 25 millones de formas por cada uno de los años comprendidos entre 2001 y 2012; y el Corpus del Nuevo diccionario histórico (CDH), con 355 millones de registros.
Albóndigas, testículos
Hemos seleccionado una docena de palabras cuyo devenir etimológico, explicado con más detalle en el libro, resumimos a continuación.
Albóndiga: procede del árabe bunduqah y este, a su vez, del griego pontikón, que es como se denominaba a la avellana. Esta curiosa relación parece indicar que antiguamente las albóndigas tenían un tamaño similar al de este fruto seco.
Adefesio: viene de las cartas de San Pablo a los efesios (en latín, ad Ephesios). Originalmente, la locución ad Efesios significaba «inútilmente», en alusión a las penalidades que pasó el santo durante su predicación en Éfeso. Luego, el sustantivo «adefesio» se empleó en el sentido de «despropósito, disparate o extravagancia». Mucho más tarde, en el siglo XVIII, llegó el sentido que hoy tiene la palabra, «persona o cosa ridícula o de gran fealdad».
Bujarrón: esta palabra, que significa «sodomita», procede, a través del francés, del latín Bulgarus, y era usada como insulto por los cruzados contra los búlgaros, considerados herejes por pertenecer a la Iglesia ortodoxa. Se les atribuían muchos pecados y, en la mentalidad de la época, el peor de todos era el de la sodomía.
Café: procede del árabe qahwah (término con el que también se nombraba el vino), que pasó al turco como kahve y al italiano como caffe, antes de dar el salto al español.
Calma: viene del griego kaûma, «calor, bochorno». En castellano empezó a usarse como voz náutica, en referencia a la falta de viento en el mar, que suele darse en las épocas de más calor.
Candidato: en la antigua Roma, los pretendientes de un cargo público vestían una toga blanca. De esta costumbre viene candidatus, que significa «blanqueado, vestido de blanco».
Gueto: en muchas ciudades, durante la Edad Media, se obligó a los judíos a agruparse en barrios. En Venecia se creó en 1516 «una auténtica ciudad segregada en el interior de la población». Se la llamó ghetto, que en veneciano significa «fundición», ya que se creó en el antiguo barrio de los fundidores. Otra teoría dice que es un derivado de borghetto, diminutivo de «burgo, villa».
Guiri: viene del vasco guiristino, adaptación de cristino. Así denominaron los carlistas, mayoritarios en el País Vasco y Navarra, a sus adversarios, los partidarios de la regente María Cristina durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840) y, más tarde, a todos los liberales, considerados gente ajena, extranjera.
Jamón: el producto más genuinamente español toma su nombre del francés jambon, derivado de jambe, «pierna». Se adoptó en el siglo XVI. Hasta entonces se le llamó pernil, como se sigue haciendo en catalán.
Maquis: procede del italiano macchia, «campo cubierto de maleza». En Córcega, los bandidos se escondían en este tipo de terreno. El término derivó después al francés maquis, nombre que recibió la resistencia francesa durante la ocupación nazi. En ella participaron muchos españoles, que lo adoptaron después para denominar a la guerrilla de resistencia antifranquista.
Sopapo: es una palabra totalmente española, un compuesto formado por so, «debajo», y papo, «papada», puesto que inicialmente el sopapo era solo el golpe dado con la mano debajo de la papada.
Testículo: este cultismo registrado en español desde la primera mitad del siglo XVI procede de testiculus, diminutivo latín de testis, que significa «testigo». La razón de esta conexión es que los testículos se consideraban un testigo de la virilidad.
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