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John Banville. (Ilustración: Jorge Arévalo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de enero de 2016. (RanchoNEWS).-Un hombre, más bien de vuelta de todo, emprende una relación adúltera con una amiga. Los descubren y él huye, primero con ella y después solo, aunque en realidad todo es una farsa; el tipo sólo se marcha hacia algún lugar en el que está seguro de que lo puedan encontrar. Y así ocurre: dan con él y le riñen y le vuelven a hacer un hueco casa, un poco ridículamente. Entonces, la mente del hombre entra en un largo monólogo en el límite del delirio y la lucidez, como si el narrador fuera un buceador que se sumerge en el mar.
En eso consiste La guitarra azul del irlandés John Banville (Alfaguara, ya en las librerías); en eso consisten casi todas sus novelas. Banville reconoce que lo suyo es escribir variaciones infinitas sobre un mismo tema. ¿Qué tema? Hay un párrafo en la página 73 que lo podría explicar todo: «Cómo divaga mi mente intentando huir de sí para toparse de nuevo y con gran sobresalto consigo misma que viene a su encuentro desde la dirección contraria. Un círculo cerrado -¿acaso es posible otro?-, ahí es dónde vivo».
El escritor cita en el lado norte de Ha'penny Bridge, en Dublín. A seis pasos tiene su estudio y, al lado, un restaurante italiano muy pequeño. Come allí cuatro veces a la semana. Le ponen vino blanco al principio y tinto después sin que tenga que ordenarlo. En medio, habla de Jorge Herralde y de María Fasce, sus editores españoles, y también de Rodrigo Fresán («¿Qué le parecen sus libros? Sólo han traducido al inglés Jardines de Kensington... »). Después pregunta por la reina Letizia, que le gustó mucho cuando los premios Príncipe de Asturias, y por los escritores irlandeses que son conocidos en España. «Me encanta este restaurante. Todavía me asombra esta sensación de intimidad y, a la vez, de alegría». ¿No le gustan las tabernas irlandesas? «Me horrorizan». La entrevista es de Luis Alemany para El Mundo.
¿Puedo leerle unas líneas de La guitarra azul traducidas al español? «Cómo divaga mi mente intentando huir de sí misma para toparse de nuevo consigo misma...». ¿Qué? ¿Cómo le suena?
No entiendo nada pero no me importa porque el sonido me es reconocible. La melodía... Nuria [Barrios] es la traductora de ésta también, ¿verdad? Sé que es muy buena aunque nunca podré comprobarlo porque no sé español. Da igual, esas cosas se notan en el trato... Tengo una traductora en otro idioma a la que, por lo que me han dicho, le ha dado por mejorarme... Bueno, no me hace mucha gracia, aunque la traductora sí que me parece una mujer muy interesante.
Hablando de melodías. En sus libros siempre aparecen imágenes tomadas del arte pero no hay mucha música. Salen Tiépolo y El Greco pero no sale Bach ni la música popular irlandesa...
Amo el arte y amo la música. Pero la música es como una alquimía que me es incomprensible. Puedo entender a Tiepolo o al Greco y por eso los empleo, pero no puedo hacerme una idea de lo que es Bach, por mucho que lo ame y que viva con él.
¿Qué musica le gusta?
No he conectado nunca la música pop. Pensaba «algo debe de haber que a mí se me escapa». Hasta que un amigo me dijo: «No hay nada, John, no significa nada, es todo un grito de amor o de rabia y ya está». Y me quedé con cara de «Vaya, me he equivocado desde el principio». Me gusta Mahler, la Segunda Sinfonía es una de las grandes obras de arte del siglo XX. Me gustan Stravinsky y Schoenberg...
¿Ha escrito mucha poesía?
Me quedo con lo que decía John McGahern, que era un novelista amigo mío: «Está la prosa, está el verso y después está la poesía, que puede encontrarse en el verso y en la prosa». La poesía la veo como una intensificación del lenguaje, un tomar la textura de la vida. Cualquiera puede escribir sobre las cosas; lo importante es capturar la cosas en sí mismas.
Oliver, el personaje de La guitarra azul, es un artista al que se le acaba el arte. ¿Intuye que le va a pasar algo así alguna vez?
No, todavía tengo algo qué decir y supongo que me gusta. Cumplí 70 años el otro, no es que fuera muy divertido. Me desperté, tenía 70 y no podía entenderlo. No puede ser, si yo tengo 37... Pero aún tengo trabajo. Mire, no soy un artista emocional. Escribo fríamente, espero escribir fríamente. Lejos de la pasión, creo que ésa es la mejor manera de hacer las cosas. Si fuera uno de esos escritores que ponen lo más profundo de su alma en lo que escriben, si fuese uno de esos novelistas rusos atormentados... puede que entonces ocurriera eso que dice, que la musa me abandonara. Pero es que la musa nunca tuvo mucho que ver conmigo.
En la novela, Oliver dice que marcharse a vivir a Francia, al sur, lo mató como artista. Y me acordé de un colega suyo que es cubano, Leonardo Padura, que dice que no se va de Cuba porque los escritores cubanos se van al exilio y se quedan sin nada que contar...
Sé que Cuba es un lugar maravilloso, pero también me han recomendado encarecidamente que, por favor, no sienta siquiera la tentación de viajar a Cuba porque la experiencia es horrorosa.
No sé. Un amigo cubano me cuenta que el problema es que, después de 50 años en dictadura, mucha gente se ha vuelto mezquina.
Un poco como en Venecia, ¿no? que nadie piensan más que en cómo llevarse el dinero de los turistas. En Irlanda nos pasó algo así en los años 50 y 60. Vinieron los turistas americanos e inventamos el falso folclore irlandés, la falsa música irlandesa, los falsos pubs irlandeses...
Bueno, a lo que iba: ¿Cree que le costaría más escribir lejos de Irlanda?
De Irlanda me gusta el clima. La gente se queja pero es un clima estupendo. El mejor del mundo. Ni mucho frío ni mucho calor. Llueve. Hay cambios de luz todo el tiempo... Es muy bonito. También algunos personajes que te encuentras por aquí son propicios para escribir. Gente un poco asustada del gran mundo, como dice Oliver en esta novela...
¿Cómo se lleva con esa idea de «Irlanda, el país de los escritores»?
Hemos tenido extraordinarios escritores para el país pequeño que somos. Pero eso no significa que la gente viva para la literatura. Verá, viene usted aquí, a Dublín, a hacerme una entrevista y me asombro. Me asombra que en España aún haya periodismo cultural. Nosotros ya no tenemos. Cuando éramos pobres existía esa idea de Irlanda y la literatura: éramos tan pobres que sólo teníamos la cultura. Luego nos convertimos en un país rico y dejamos de necesitar la literatura. Y después vino la crisis y volvimos a ser pobres pero ya no hubo vuelta atrás. Es un poco frustrante vivir aquí. Voy a Amsterdam, a París y pienso: esto es otro mundo, todo es tan distinto... En Irlanda sólo somos un país de campesinos venidos a más... Pero bueno, hay una idea que me gusta: la obsesión de los irlandeses con la musicalidad de la literatura responde a que perdimos nuestra lengua durante el siglo XIX y tuvimos que aceptar el inglés. Por eso nunca acabamos de estar cómodos expresándonos en inglés. En realidad sigue siendo un idioma extranjero para nosotros. Y eso le da una resonancia distinta a lo que escribimos.
¿En serio? ¿Se siente usted lingüísticamente más pobre que un colega suyo inglés?
Sí, infinitamente más pobre. Y le diré una cosa: los irlandeses nos hemos dedicado a la literatura como una manera de vengarnos de los ingleses por someternos. Les hemos querido vencer en su terreno. «Mirad lo que hemos hecho con vuestro idioma». Por ejemplo, hemos sido los mejores en sacar partido a la ambigüedad de las palabras del inglés. Los ingleses no se manejan bien en esas zonas de equívocos.
En las novelas de Benjamin Black sale Dublín con mucha precisión. Los nombres de las calles, los hospitales, los parques... En cambio, los libros de John Banville evitan nombrar Irlanda. De hecho, podrían ocurrir en Inglaterra, en Escocia, en Canadá...
En el caso de Dublín, hay un problema concreto: Joyce ya hizo el mapa completo de la ciudad. A cualquier escritor que hable de las calles de Dublín le van a decir lo mismo: «Qué joyceano». El tipo agotó la ciudad. La verdad es que no quiero ser visto como un escritor realista. No sé cómo quiero ser visto, pero como un escritor realista, no. Tampoco tengo mucho sentido de ser un escritor irlandés. En esta isla siempre hay un presión por ser muy, muy irlandés y yo no consigo estar a la altura. Más bien me veo como un escritor europeo.
No quiere ser un escritor realista... Entonces, cuando ve el éxito de Knausgaard o de Saint Aubyn, de esas casi memorias hiperrealistas, ¿no piensa «Qué fácil tiene que ser esto»?
Pienso en una fantasía con la que juego desde hace tiempo: escribir una autobiografía en la que todo esté equivocado: el año de nacimiento, el número de hermanos, el nombre del colegio... Que todo sea no exactamente falso, pero sí equivocado.
Bueno, en sus novelas ocurre que siempre hay una hija única y un padre que anda perdido, también en La guitarra azul. Pero luego resulta que tiene usted cuatro hijos.
Lo de las hijas únicas... Nunca lo había pensado pero es cierto. Quizá sea que... Mire, mi agente me dice que estoy enamorado de Phoebe, la hija que sale en las novelas de Benjamin Black. Y yo le digo que no, que cómo voy a estar enamorado de ella si Phoebe soy yo. A lo mejor ocurre que esas niñas perdidas simbolizan todo lo que he sido y ya no puedo ser, mi alma perdida.
¿Y los padres?
También, también... Un problema de este trabajo es que nos convierte en malos padres, padres ausentes y consumidos por su obsesiones. Vivimos a costa de la gente que nos quiere. No es una buena vida, la verdad. Hace poco un amigo me llevó a una clase de escritura creativa para que hablara con los alumnos. Les dije: «Os doy un solo consejo. Dejadlo. Sólo os espera una vida de soledad y pobreza. Os juzgarán, se burlarán de vosotros, haréis daño a vuestras familias, los avergonzaréis... ».
A usted le ha ido bien, ha sobrevivido en este mundo.
Porque nunca he estado de moda.
Cuando El mar sí estuvo de moda.
No. Tuve siete minutos y medio de fama.
Sus hijos, ¿leen sus libros?
Estoy seguro de que el mayor no, y de que la más pequeña sí, creo que con bastante escándalo. Tienen la mala suerte de que Banville es un apellido muy poco frecuente. Me dicen ¿por qué no pudimos llamarnos Smith?
Un colega suyo me dijo una vez que es mejor escritor cuando está soltero que cuando se empareja.
Mi ídolo es Henry James, que muy probablemente fuera secretamente homosexual y que disfrutó de toda la libertad personal con la que se pueda soñar. Pero, al mismo tiempo, sé que mi familia es la alegría de mi vida y que sin ella, todo sería muy incierto. La paradoja es que no sé expresar la gratitud que siento por ellos.
Escribir estos libros tan obsesivos ¿no le ha ayudado a estar menos loco?
Es que... es que a veces me da la sensación de que no existo fuera de mis libros. Me hicieron un documental en televisión que incluía una entrevista. Lo primero que me preguntaban era: ¿Quién es John Banville? Y no supe qué decir. Ya ni siquiera sé si existe ese John Banville fuera de los libros. Cuando escribo, me sumerjo en profundidades tan oscuras, el trabajo me requiere tanta concentración, que el resto del día se convierte en algo más bien insignificante. Esto es un poco como la sensación del orgasmo, la sensación de dejar de ser uno.
¿Eso no le pasa con los libros de Benjamin Black?
No, para nada. Los libros de Benjamin Black son como ejercicios intelectuales que tengo que resolver.
¿Le interesa el psicoanálisis?
Nunca lo he intentado. Me daría miedo tener que contarme cosas sobre mí mismo que no quiero saber. Ya bastante buceo en los libros que escribo.
Entonces, escribir es como...
No, no, jajajá, no me lleve por ahí. Al contrario, yo escribo para escapar de mí mismo no para adentrarme más.
Muchos personajes suyos tienen una relación desdeñosa con sus ventitantos, sus treintaytantos.
Los 60 han estado bien. Yo, con 25 era un idiota, un tipo infantil, como todos los chicos. A los hombres nos cuesta crecer, no somos como las mujeres que a los 11 ya lo han entendido todo. Nosotros nos pasamos la vida mirándonos como adultos y pensando: «¿Pero qué ha pasado? ¿Dónde está Mamá?».
En la novela, hay un momento en el que se dice que la feminidad es una especie de diosecillo juguetón que se posa sobre los mortales y luego les abandona.
Mi relación con la belleza femenina es muy antigua, está muy pasada de moda. Las mujeres son tan diferentes, tan bonitas, hay algo tan misterioso en ellas. Lo bueno es que ahora que tengo 70 y puedo decir estas cosas sin que nadie me tenga miedo.
Sus novelas también están llenas de dioses mitológicos
Es que el monoteísmo fue un desastre para el hombre. Debía de ser tan bonito eso de tener un dios para cada cosa, cachitos de divinidad que saliesen a nuestro encuentro por todas partes. En cambio, la idea de tener a un tío mirándonos, enfadado, diciéndonos: «Eh, queredme, si no va a ser terrible. Lo veo todo, os mandaré al infierno... ».
El Cielo también da un poco de miedo.
Sí. por completo, de niño, la idea del cielo me daba terror. Nos decían: estaréis todos juntos para siempre. Todos: los niños del colegio que me zurraban, un tío mío al que odiaba... Y para siempre.
¿Recuerda cómo perdió la fe?
No. Pero recuerdo que perder la fe era como romper como la familia. Mi madre me decía: si mueres en pecado, Dios me pedirá explicaciones por ti: ¿cómo has dejado que tu hijo se perdiera...? Imagine. La iglesia ha hecho eso muy bien, hizo que relacionáramos a nuestras madres con la virtud...
Usted, que siempre hace variaciones de la misma novela, ¿se imagina una obra en la que la voz narradora perteneciera a una mujer? ¿O a un persona que no estuviera en la literatura o en el arte?
Ser una mujer sería una dificultad técnica, un reto tipo John Updike. Bueno, la verdad es que estaría bien ser una mujer durante unas horas. Sería maravilloso.
La última es una curiosidad boba. En sus libros nadie entra en internet ni llama por el móvil. Podrían ocurrir en los años 50 o 40.
Eso lo aprendí de Beckett, no hay que perder el tiempo en esas cosas, ni en las bicicletas ni en los coches... Una vez hablé con un tipo de Palo Alto. Me dijo que lo que está pasando con internet ya pasó con la electricidad hace un siglo. Bueno, pues ¿se imaginan una novela de hace un siglo que estuviera dándole vueltas todo el tiempo a que si la bombilla esto que si el interruptor aquello...? Sería una pérdida de tiempo.
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