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domingo, enero 10, 2016

Música / España: Norman Granz, el empresario de jazz que luchó contra el racismo

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Ella Fitzgerald (centro) y su hermana, frente a Norman Granz, en Bristol (1955). (Foto: GETTY )

C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de enero de 2016. (RanchoNEWS).- La aparición en España de Jazz at the Philharmonic. Seattle 1956 (Karonte) devuelve a la actualidad a Norman Granz, figura capital en la proyección del jazz y de algunos de sus mejores músicos desde los años 40 del pasado siglo. El doble álbum, perteneciente a una dilatada serie promovida por el empresario y productor estadounidense, recoge dos horas y media de música. Ella Fitzgerald, Oscar Peterson, Stan Getz, Dizzy Gillespie, Gene Krupa y Ray Brown son algunos de los protagonistas reunidos bajo el principio fundacional de Granz: llevar el jazz a los grandes escenarios derribando cualquier prejuicio racial. Escribe Javier Martínez para El Mundo.

Nacido en Los Ángeles el 6 de agosto de 1918, hijo de inmigrantes judíos procedentes de Ucrania, transformó radicalmente la concepción y la promoción de una música sobre la que aún pesaban severas discriminaciones. «Creía que el jazz podía servir como un arma social frente a la segregación», comentó, sin dejar de confesar la inquietud que como empresario tenía por ganar dinero. Pero no era éste el móvil prioritario en su ingente actividad, que le llevó a fundar varios sellos discográficos, entre ellos el celebérrimo Verve.

 «Necesitamos más gente como Norman Granz en el jazz de hoy. Mantuvo los más altos niveles musicales y puso siempre el arte por encima del dinero», comenta a este periódico Ted Gioa, autor, entre otras obras, de El canon del jazz (Turner), y acreditado historiador del género. De sus palabras se colige una evidente nostalgia por personajes de semejante calado, que se involucraban en el negocio no solamente movidos por un lícito interés profesional, sino decididos a cambiar las cosas, a dignificar las vidas de músicos con serias dificultades para exhibir su talento más allá de los pequeños clubes.

«Hizo una cuestión de honor asegurarse de que todos los artistas viajaran juntos, en primera clase si era posible, y que tuvieran idéntico acceso a las mismas condiciones de confort», nos apunta Ben Sidran, músico, productor y responsable de libros como Black talk (Da Capo), resultado de su ambiciosa tarea en el estudio del jazz desde sus orígenes.

Granz era un revolucionario, que no dudó en enfrentarse a la durísima resistencia impuesta por la tradición local. Los conciertos de Jazz at the Philharmonic, que recorrieron distintos puntos de Estados Unidos entre 1944 y 1959, se convirtieron pronto en todo un acontecimiento social en la comunidad negra, que veía hasta entonces con frustración las dificultades de los artistas de su raza. El comprometido mentor pone su elegante voz en la presentación de los distintos sets del concierto de Seattle, una genuina plasmación de estallido epidérmico de bop y swing sin blindaje alguno.

Los JATP tours, como también son conocidos, tienen su origen en un show benéfico celebrado en Los Ángeles el 2 de julio de 1944. Antes de poner en marcha lo que puede considerarse como el embrión de las grandes giras, Granz había organizado algunas veladas en clubes de esta ciudad. En 1945 llegó el primero de los conciertos de Jazz At the Philharmonic y dos años después, otra formidable reunión de estrellas se dejaba ver por primera vez en el Carnegie Hall.

 «Era tan efectivo como el mejor promotor de jazz. Siempre se movió bien en la vertiente publicitaria. Trabajó los periódicos negros como ningún otro. De él aprendieron después los productores de pop y rock», valoraba Bob Porter, uno de sus ilustres colegas.

Fue John Hammond, otra figura medular en la historia del jazz, con bastantes puntos confluyentes con Granz, quien descubrió y proyectó a Billie Holiday. Ya en su etapa otoñal, castigada por sus distintas adicciones, por el alto peaje de haber nacido negra y pobre, Lady day, beligerante desde sus comienzos contra los terribles embates del racismo, firmó por Verve y encontró otro período de esplendor gracias a la generosa mano de Granz, junto a cuya pléyade de estrellas actuó en uno de los eventos del Carnegie Hall.

Siempre Ella

Pero sería Ella Fitzgerald, que cierra el disco de Seattle con cinco interpretaciones magistrales junto al trío de Oscar Peterson, quien mantuviera una relación más estrecha con él. Guiada por Norman Granz, su brillante carrera tomó una nueva dimensión. Si bien desde que empezó a cantar en la orquesta de Chick Webb, en los años 20, su trayectoria mantenía un constante ascenso, fue a principios de los 50, después de llegar a un acuerdo con Granz para que se convirtiera en su mánager, cuando logró consolidarse en los escenarios de mayor rango y grabó algunos de sus mejores trabajos. De la asociación nacieron los diferentes volúmenes dedicados a grandes compositores de la música americana, como Cole Porter o Irving Berlin.

«Hacía crecer a todos los artistas», comenta Iñaki Añua a pocos días de viajar a Nueva York para terminar de cerrar el cartel de la 40º edición del Festival de Jazz de Vitoria. El director del certamen, que conoció personalmente a Granz en Londres, tuvo la primera conversación con él en 1981. «Fue para contratar a Oscar Peterson, el primer grande que vino al festival, en su quinta edición. Yo era un simple aficionado. Cada vez que hablabas con Norman te ilustraba de cómo se debía organizar un festival de jazz».

Peterson, destacado en Jazz at the Philharmonic. Seattle 1956, al frente del trío que formó con Herb Ellis y Ray Brown, fue otro de sus descubrimientos. «Norman Granz tomó un taxi en Toronto, en 1942, camino del aeropuerto, de regreso a su casa en Los Ángeles. Preguntó al conductor quién era el pianista que sonaba en ese momento en la radio, en una actuación en directo. 'No lo sé', respondió éste, pero sí dónde se encuentra la sede de la emisora. 'Lléveme allí', dijo Norman. Así conoció a Oscar Peterson, que ya siempre grabaría con él, en sus diferentes compañías discográficas», prosigue Añua en su entusiasmado relato a través del teléfono.

En 1973, 13 años después de vender Verve, Granz fundó el sello Pablo, cuyo logo lleva la firma de su amigo Pablo Picasso. Tenía una soberbia colección de originales del pintor, con quien mantuvo una relación larga y fecunda. Después de un concierto de Ella Fitzgerald en Niza, acudió junto a la cantante a la casa de Picasso en la Costa Azul. Del encuentro nació un retrato dedicado en francés por el genio malagueño: «Pour Ella Fitzgerald. Son ami».

La biografía de Granz es un ejemplo de compromiso y lealtad, de delicado equilibrio entre el rigor profesional y el cuidado de los extraordinarios músicos que se pusieron en sus manos. El mismo hombre que acudía a los servicios de un detective para garantizar la presencia de Charlie Parker en el escenario derrochaba atención y generosidad para que el saxofonista, sacudido por su vena autodestructiva, pudiera visitar a su familia en Kansas.

«Los artistas sabían que miraba por sus intereses, y ese nivel de confianza puede percibirse en la música. Mira la industria hoy. Los sellos prescinden de un músico y firman a otro sin importarles nada si piensan que con ello obtendrán mayores beneficios económicos. Granz permaneció junto a sus artistas durante décadas, sin importarle los cambios de gustos o de modas. Su asociación con Ella Fitzgerald, Oscar Peterson y muchos otros se prolongó a lo largo del tiempo. Y gracias a ese sentido de la perspectiva, la música que grabó aún suena bien en el siglo XXI», comenta Ted Gioa.

Los conciertos de Jazz at the Philharmonic, que en 1954 llegaron a congregar a un total de 500.000 personas, se prolongaron de manera irregular hasta 1983, extendiéndose a Europa y Japón. Norman Granz murió en Lausana el 22 de noviembre de 2001. «El compromiso por los derechos civiles fue profundo desde el comienzo de su carrera, en 1942. Estaba en contacto con la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color] desde mediada esa década. Pronto adoptó estrategias de confrontación directa que no se generalizaron entre otros activistas hasta la mitad de los 50», recuerda Tad Hershon, autor de Norman Granz: The man who used jazz for justice (University of California Press).


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