C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de abril de 2017. (RanchoNEWS).-Cada una de sus novelas es una bomba de relojería. Tenemos que hablar de Kevin lo fue contra la maternidad, y la última, Los Mandible. Una familia: 2029-2047, lo es contra la economía, o, mejor, contra el mundo de hoy. Un mundo endeudado que podría convertirnos a todos en vagabundos de la noche a la mañana. También es su primera distopía, tan aterradoramente feroz como desopilantemente divertida. Laura Fernández la entrevista para El Cultural.
Lionel Shriver nació en Carolina del Norte pero lleva muchos años viviendo en Londres. Lionel antes no se llamaba Lionel -se llamaba Margarine- pero no le gustaba su nombre -de hecho, cuando dice Margarine lo dice como si estuviera burlándose de sí misma-, así que se lo cambió. Se puso un nombre de hombre con 15 años. Por entonces ya había empezado a escribir. «Siempre he sabido que sería escritora. No sé, quise escribir desde que empecé a leer compulsivamente», asegura. Y eso fue en algún momento anterior a su octavo cumpleaños. Recuerda que a los ocho años escribió una especie de nouvelle. «En realidad era un relato muy largo. Tenía 30 páginas. Pero, claro, mi letra entonces era enorme. Hacía letras de una pulgada», dice, y hace un gesto con los dedos tratando de imitar el tamaño de su letra de niña. El cuento, recuerda, se titulaba Underwater War, y no tenía mucho sentido. «No tenía ningún sentido, sólo eran criaturas subacuáticas luchando quién sabe por qué». Tuvo que leerlo en clase. «La gente se aburría. Mi di cuenta entonces de que no puedes ser un buen escritor si aburres a la gente», dice. Por eso adora a T.C. Boyle, porque sus historias son montañas rusas de ironía feroz, sátiras tan prodigiosamente crueles como desopilantemente divertidas. «No sé qué tiene todo el mundo con Jonathan Franzen. T.C. Boyle es mucho mejor que él, ¿por qué nadie está hablando de él?», se pregunta.
Lionel Shriver publicó su primera novela en 1986. En 1986 tenía 29 años. Pero su nombre no daría la vuelta al mundo hasta dos décadas después, en el año 2005. En el año 2005 Lionel consiguió poner al jurado del prestigioso Premio Orange en pie con una novela que era una bomba de relojería. La novela se llamaba Tenemos que hablar de Kevin. En Tenemos que hablar de Kevin, Shriver explicaba, a partir de cartas, cartas que la protagonista, una madre abatida, enviaba a su marido cómo había sido todo antes de Kevin, su hijo Kevin, y cómo había sido después. Aquella madre abatida había sido una mujer emprendedora. Había viajado por todo el mundo. Había tenido incluso una empresa dedicada a los viajes por todo el mundo. Y luego había sido madre y había odiado ser madre y ese odio había engendrado otro odio, un odio inesperado e incontrolable, y su vida se había convertido en un infierno. Tenemos que hablar de Kevin era una bomba de relojería, sí. Una novela que exploraba la maternidad y sus consecuencias como nunca antes se había hecho. Porque las novelas de Lionel Shriver son mapas de un futuro que pudo ser y no fue. O que podrá ser y de momento aún no es. Y la descripción, que da ella misma, encaja como un guante en Los Mandible. Una familia: 2029-2047 (Anagrama), su última novela, una distopía económica en la que una disfuncional familia tiene que tratar de sobrevivir a unos Estados Unidos en los que el dólar es historia.
Sí, en Los Mandible la economía norteamericana se ha hundido por completo y el presidente, un presidente latino, Alvarado, ha decidido pulsar el botón de reinicio y mandar a mejor vida el dólar y toda la deuda acumulada, y con ello, ha enviado a la nada más absoluta los ahorros de todos aquellos que cometieron el error de ahorrar. El panorama es desolador, porque ir al supermercado es ir a un campo de batalla en el que puedes llegar a pagar 30 dólares por una col. Pero es que la situación empeora, y en el caso de los Mandible eso quiere decir que 1) Todos van a quedarse sin la herencia que esperaban, sin la fortuna que el Gran Gran Hombre (por cierto, agente literario) había hecho, y por lo tanto ya nunca van a ser cómo eran viviendo con dinero, dinero para viajar pero dinero también dinero para poder darse una ducha sin preocuparse por el rato que el agua esté corriendo, y 2) Van a tener que vivir todos juntos: el nonagenario Gran Gran Hombre, su mujer senil -que ni siquiera es la madre de sus hijos, si no la secretaria por la que dejó a la madre de sus hijos-, sus hijos, que ya tienen más de setenta años, sus nietos y las parejas de sus nietos, y los hijos de estos. En total 16 personas, 17 si sumamos al inquilino que hace dos años que no paga el alquiler pero que sigue viviendo en casa porque nadie es capaz de echarlo. Sí, esta vez la bomba va dirigida a la situación económica que vivimos exagerada hasta un límite que, por momentos, es más que reconocible.
En un momento dado, uno de los personajes se sorprende de que hubiera una época en la que en las novelas sólo se hablara de sentimientos, y no se supiese la situación económica en la que vivían los personajes, ¿cree que esa época se ha acabado?
No. Lo que pasa es que considero indecente que una novela que se tiene por realista te esté hablando de un maestro que vive en un barrio que en el mundo real no podría pagarse con su sueño ni en un millón de años. Diría que eso es una pequeña crítica a todos esos escritores que se pretenden realistas, pero no lo están siendo económicamente.
Hay una exageración evidente en Los Mandible, pero en muchos sentidos, la realidad de Florence, la hermana más pobre de la familia cuando arranca la historia, ya es reconocible.
Sí. Los gobiernos y los bancos están jugando con nuestra capacidad de supervivencia. Y en ese sentido el libro expresa una ansiedad real. No podemos ahorrar para nuestra jubilación, que en mi caso está a la vuelta de la esquina, porque no sabemos si el dinero que tenemos valdrá algo dentro de dos días. Vivimos en una época en la que los gobiernos y los bancos se quedan con buena parte de lo que podrían ser nuestros ahorros. Y, por otro lado, la deuda no deja de crecer. Estamos tan endeudados, a nivel público y privado, que jamás podremos devolver todo lo que debemos, por lo que estamos hablando de un dinero que no es real, que no existe ni va a existir.
Es por eso por lo que habla en la novela de que la economía es nuestra nueva religión, que se cree en el dinero hoy como antes se creía en Dios.
Sí, pero es que para que una moneda funcione, la gente tiene que creer en ella. Es un constructo social. Si tienes una barra de pan y yo te doy tres euros por ella, no me la darás si crees que con esos tres euros no podrás comprar nada. Te quedarás con la barra. El hecho de que una moneda funcione es un milagro. Y tal y como están las cosas, a veces me pregunto si no debería empezar a plantar algo en mi pequeño jardín. Para tener cosas reales con las que pagar otras cosas que quiera.
En la novela la literatura está presente: hay una escritora que fue famosa y va a todas partes con sus manuscritos, aunque no sirvan de nada, y un agente literario que acumulaba libros que ahora sirven para hacer fuego con el que cocinar, ¿serán los libros accesorios algún día?
En el mundo que describo ya nadie lee. Pero todo el mundo escribe. Y ya nadie te paga por lo que escribes. En el fondo estoy hablando de mis miedos. Del miedo que tengo a no poder darme una ducha de agua caliente tarde o temprano, de no poder comprar pescado fresco o de no poder disfrutar de una buena taza de café. Creo que son miedos reales, cosas que podrían pasarnos. He intentado exorcizarlos todos en esta novela, he tratado de imaginarme el infierno que sería tener que vivir sin nada.
Por otro lado, cuando se acaban nuestras necesidades y nos quedan sólo los instintos, las necesidades primarias, también desaparece la neurosis.
Sí, la sociedad es cada vez más compleja y más neurótica. Pero es evidente que cuando no tienes qué comer, si consigues un trozo de pan, no vas a vomitarlo porque lo que quieres es estar delgada. La supervivencia es eso. Y no vamos a ser pesimistas, porque eso también nos haría más fuertes, menos autocompasivos.
Willing, el más joven de todos en la familia, parece ser el único que se adapta a ese nuevo mundo. Aprende a vivir con lo básico, y se niega a que le quiten aquello que más valora: su libertad.
Sí, cuando digo que Willing sigue cruzando los semáforos en rojo, es porque para mí hacer algo que no deberías hacer sigue definiendo el concepto de libertad. Willing quiere vivir en un mundo en el que aún puedes escaquearte de algo, porque saltarte las reglas es lo que te hace sentir vivo. Willing es un poco como yo, que por principios siempre hago un poco de trampa cuando declaro mis impuestos.
Es usted especialmente dura con el tema de los impuestos, y el intervencionismo del Estado, llegando a considerar que acosa al ciudadano.
Sí, y verdaderamente es lo que creo. Nos acosa porque hemos permitido que nos acose. No me gusta la idea de que el gobierno sepa en qué gasto mi dinero, y mucho menos que saque tajada de cada movimiento que se produce en mi cuenta corriente. Lo considero una forma de tiranía. En Francia, uno de los candidatos ha llegado a afirmar que el ciudadano debería contribuir con el 100% de su salario a las arcas públicas, y me da miedo pensar que vivo en un mundo en el que alguien puede decir algo así y que no pase nada. Cuando era niña, en los años 50, en Estados Unidos temíamos al comunismo, pero es que ahora mismo, si te paras a pensar, ya estamos trabajando seis meses al año para el Estado.
¿No es pues nada partidaria de contribuir con sus impuestos a una especie de Estado del Bienestar?
Rechazo ese modelo. Prefiero tener el control total sobre mi vida. En Estados Unidos hemos evolucionado hacia algo que va en contra de lo que estaba en la base de los mismos Estados Unidos, y ya es cualquier cosa menos una tierra de libertad. Y con esto no quiero decir que sea fan de Donald Trump. Me parece un incompetente. Nadie debería estar a favor de un tipo así. Pero sí he de confesar que tengo algo de esperanza en que baje los impuestos.
¿Apoyó el Brexit?
Sí. Europa es otra capa gubernamental, es más control y creo que se está volviendo disfuncional económicamente. No entiendo a quién beneficia que un país como Albania pueda entrar en la Unión Europea, además de a los albaneses. La idea era buena al principio, pero se ha desvirtuado con el tiempo.
En la novela se pinta unos Estados Unidos a los que nadie quiere entrar sino todo lo contrario, unos de los que los norteamericanos quieren escapar y no pueden, y hay un guiño al muro de México.
Sí, es curioso, pero como emigrante, no lo tuve tan fácil para instalarme en Europa. Me pidieron un montón de cosas. Muchísimo dinero, para empezar. Sin embargo, la sensación es que en Estados Unidos, como es la tierra de la libertad, donde todos los sueños de todo el mundo van a hacerse realidad, tenemos que dejar entrar a todo aquel que quiera. Y lo curioso es que las leyes mexicanas son mucho más estrictas que las norteamericanas respecto a quién puede o no vivir en México. Es pura hipocresía.
Lo curioso de los Mandible es que se rinden con facilidad, apenas se quejan cuando lo pierden todo, ¿por qué?
Los Mandible son buenos demócratas, personas amables que no creen en la violencia, y no quieren recurrir a ella en ningún caso. El único que tiene claro que van a tener que hacerlo si quieren sobrevivir es Willing, que es el único que se ha adaptado al nuevo mundo. Pero por otro lado no tienen otra opción. No eres tú quién decide si el dinero que tienes ahora en el banco va a valer algo mañana.
Y después de esto, ¿qué? ¿Está escribiendo ya algo?
Sí. Estoy acabando una colección de relatos. En realidad son novelas cortas. Creo que va a llevar por título Propiedad. Todos son cuentos sobre el sector inmobiliario. Supongo que me estoy convirtiendo en una materialista sin esperanza.
REGRESAR A LA REVISTA