Las fotografías de Juan Rulfo inauguran los actos de su centenario. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de abril de 2017. (RanchoNEWS).-Durante mucho tiempo el trabajo fotográfico de Juan Rulfo ha sido interpretado como una correlación de su obra literaria. Sus estampas del México rural vendrían a funcionar como una fuente para las descripciones geográficas –«este duro pellejo de vaca que se llama llano»– donde aterrizan sus narraciones. Aprovechando el centenario (1917-1986), los eruditos rulfianos han llegado ahora a un nuevo consenso. Víctor Jiménez, el director de la Fundación Juan Rulfo, es muy tajante: «Él mismo dijo que cuando hacía fotos estaba conjugando la realidad, mientras que al escribir creaba ficciones. Por si había alguna duda, ya está zanjado». Hay un Rulfo narrador y hay otro Rulfo fotógrafo. Reporta desde Puebla David Marcial Pérez para El País.
Esta especificidad fotográfica del autor de Pedro Páramo es el punto de partida para la exposición El fotógrafo Juan Rulfo, inaugurada este jueves en el Museo Amparo de Puebla, y que sirve de pistoletazo de salida para los actos del centenario. La muestra –la primera gran retrospectiva que de manera más completa y sistemática se ha sumergido en el archivo visual del escritor de la mano de la agencia Canopia y la propia fundación– incluye 150 fotografías, las revistas donde publicó muchas de ellas, catálogos de otras exposiciones, sus incursiones en el cine y hasta recortes de fotografías de autores a los que admiraba, como Alfred Stieglitz o Paul Strand.
«Hay una distinción incluso cronológica. Rulfo empieza a tomar fotos en los años 30. Mientras que no es hasta el 45 cuando se publica su primer relato», explica el académico Jorge Zepeda. El célebre pero errático currículo literario de Rulfo comienza con La vida no es muy seria en sus cosas, un cuento poco conocido que no entró en la selección del Llano en llamas y que ha sido recuperado ahora por la edición conmemorativa de toda su obra publicada, a cargo de la editorial RM.
Autodidacta y armado de una cámara Rolleiflex, las primeras fotos de Rulfo –paisajes de su Jalisco natal– aparecen en el año 38 bajo distintas firmas: Pérez Vizcaíno, Juan Pérez Vizcaíno, Juan Pérez Rulfo. Hijo de una familia de terratenientes venidos a menos tras la Revolución, su nombre completo es: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.
«Ya fuera de Jalisco, en las cartas que le escribía a su novia le llega a decir que le gustaría poder vivir de la fotografía», añade el director de la Fundación. Con apenas 20 años Rulfo se muda a Ciudad de México. Trabaja de oficinista y durante tres años se dedica a viajar por todo el país. Paisaje, arquitectura y vida rural son los tres ejes de su obra visual. Su trabajo fue expuesto en vida en dos ocasiones: una en Guadalajara en 1960; otra, una exposición-homenaje a su trayectoria en el recinto de la alta cultura mexicana, el Palacio de Bellas Artes, en 1980.
El curador de la muestra y experto rulfiano, el británico Andrew Dempsey, subraya el valor de su trabajo por encima del mero registro documental: «Sus imágenes crecen y crecen. Son muy ambiciosas y tienen una clara intención artística». Para apuntalar el argumento, una cita de Susan Sontag: «Juan Rulfo es el mejor fotógrafo que he conocido en Latinoamérica».
REGRESAR A LA REVISTA