Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Rodrigo Fresán
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

sábado, abril 22, 2017

Literatura / Entrevista a Rodrigo Fresán

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Imagen: Pablo Piovano
«La literatura pasa primero por la práctica y la práctica genera teoría», asegura Rodrigo Fresán. (Foto: Pablo Piovano)

C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de abril de 2017. (RanchoNEWS).-El novelista vuelve a deslumbrar con la segunda parte de la trilogía que inició con La parte inventada y que cerrará con La parte recordada. Libros que, según él, tratan sobre el tema «más transgresor y perturbador» que hay en este momento, que es leer y escribir. Silvina Friera lo entrevista para Página/12.

«Y hacer memoria es un poco soñar con los ojos abiertos, ¿no? Por eso, cuando uno se va quedando sin sueños lo primero que pierde es la memoria (...) Si no sueñas con cosas fuera de este mundo acabas olvidando todas las cosas de este mundo. Del mismo modo en que si no sueñas con los muertos, esos muertos no pueden ascender a la categoría de fantasmas, no pueden retornar ya nunca como sueños despiertos». Rodrigo Fresán, ese narrador desmesurado, tóxico y genial, lo hizo una vez más: vuelve a deslumbrar con La parte soñada (Literatura Random House), una novela en tres movimientos –sueño, ensueño, sinsueño–, «un libro con todos los tiempos al mismo tiempo que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda». El texto de 587 páginas destila una inquietante tristeza frente al horizonte de la muerte. Antes de despedirse, se anuncia que habrá un tercer libro más –La parte recordada, que se integrará a la corriente torrencial que inició con La parte inventada– porque inventar, soñar y recordar son como «las tres cara de la memoria».

Fresán, que vive en Barcelona desde 1999, cuenta a Página/12 que cuando le preguntan de qué tratan esos libros suele contestar que del tema «más transgresor y perturbador» que hay en este momento, que es leer y escribir. «Los referentes y los héroes célebres que tiene el libro, que pueden ser (Vladimir) Nabokov, Emily Brontë y Bob Dylan en este, o (Francis Scott) Fitzgerald en el anterior, son escritores que trabajaron muy bien la reescritura de sí mismos para convertirse en personajes de sí mismos; algo muy tentador y riesgoso que a veces no sale mal literariamente, pero sale muy mal existencialmente, como en el caso de (Jack) Kerouac, (Ernest) Hemingway o Fitzgerald, que terminaron casi aniquilados por sus propios mitos. Nabokov y Brontë son dos extremos absolutos de una misma conducta: una es completamente salvaje, intuitiva y loca, y el otro es como una especie de científico total, muy cerebral. Eran dos genios, cada uno a su manera».

En La parte soñada se plantea que el exescritor de algún modo no lo fue nunca, porque cuando se deja de escribir se pierde condición y raza. ¿Por qué es un tema que lo obsesiona tanto el hecho de dejar de escribir?

Supongo que tiene que ver con el caso de Salinger, que pasó mucho más años de exescritor, aunque él decía que estaba escribiendo, pero todavía no ha aparecido ninguna evidencia y yo empiezo a dudar de que vaya a aparecer. Siempre es una fantasía dejar de escribir. Cuando uno decide ser escritor –y yo lo decidí muy joven, lo decidí incluso antes de saber leer y escribir–, que es una decisión bastante demencial, se pregunta qué pasa si dejo de ser escritor o me retiro, como dijo Philip Roth, acompañado de la idea de la edad y del cansancio. Es una curiosidad muy grande que tengo cómo será no ser escritor, porque nunca no lo fui. No soy consciente de un pasado anterior en el que haya querido ser Batman, el crack de la selección o quizá presidente. En mi infancia todavía había una fantasía presidencial en algunos niños raros o muy buenos alumnos. Es una duda, una curiosidad, un día poder levantarme y salir a la calle, y ya no ser escritor.

¿La idea del exescritor podría estar vinculada con lo que Enrique Vila-Matas planteó como el síndrome de Bartleby?

No exactamente. Me parece que todos los escritores de Bartleby están potenciados por su celebridad y por su fama, aunque sea oscura. El exescritor de mi libro no está contento con lo que le sucede, no es feliz. Sólo quisiera volver a escribir. Hay una paradoja tanto en La parte inventada, La parte soñada como en La parte recordada, que es la que estoy escribiendo ahora –el ciclo completo tendrá unas 2000 páginas–, y es que nunca se escribió tanto sobre no escribir o la imposibilidad de escribir. En muchas disciplinas artísticas y científicas primero se formula la teoría y luego se la lleva a la práctica. Creo que la literatura pasa primero por la práctica y la práctica genera teoría. Me parece una paradoja interesante que se escriba tanto sobre la imposibilidad de escribir.

En un momento en que se escribe más que nunca...

Y se lee más que nunca. Mi infancia estuvo marcada por la advertencia de que la televisión hacía mal a la lectura. Ahora la lectura le hace mal a la lectura, porque se lee todo el tiempo, pero se está malgastando la lectura viendo fotos de gatitos o de lo que comió al mediodía la mejor amiga. Me da tristeza que la gente lea muchísimo y llegue cansadísima a la noche y diga: «Ufff cómo leí hoy», pero no porque estuvo intentando leer Moby Dick o el Ulises de Joyce o En busca del tiempo perdido, sino porque va perdiendo el tiempo, que no es lo mismo que en busca del tiempo perdido.

¿Por qué la realidad está sobrevalorada?

La realidad está sobrevalorada en tanto material literario. Para mí, está sobrevalorada en tanto escritor, no como lector. Como lector, puedo disfrutar de muchas novelas realistas, pero a la hora de sentarme a escribir no me interesa mucho. En los grandes hitos o monumentos de la novela realista, como Madame Bovary o Ana Karenina, la realidad no se organiza tan prolijamente y tan dramáticamente bien. Un escritor mucho más realista es William Burroughs en cuanto a saltos, elipsis y libres asociaciones que todo Tolstói. Me gusta mucho eso que decía Nabokov, que todos hemos pactado una realidad común para no volvernos locos.

¿Qué es una novela realista hoy?

Es muy difícil saberlo, porque buena parte de nuestras vidas suceden en un dominio virtual online, que no deja de ser la realidad, pero no es la realidad tal como la entendíamos hasta ahora. Curiosamente, la vida online ahora está más cerca del sueño que de estar despierto, porque la gente inventa, miente, cambia; es como la socialización absoluta de fantasías muy privadas que antes las compartías con tu psicoanalista o con la persona que dormía al lado tuyo.

Hay una pregunta que se formula en La parte soñada: ¿en qué tiempos viven los sueños? Recogiendo este interrogante, ¿en qué tiempo vive la novela?

Creo que en todos los tiempos al mismo tiempo. Cuando escribí La parte inventada, no pensé que iba a ser una trilogía, no estaba en mis planes. Después me di cuenta de que no podía alejarme de la voz narradora, que me gustaba mucho ese efecto que conseguí de que una novela escrita en tercera persona parezca que está escrita en primera persona todo el tiempo. Y me dije que iba a escribir un segundo libro, que generó inmediatamente la idea de un tercero. Me gustaba la idea de una trilogía no al uso con un principio, un transcurso y un final, que siguiera un recorrido tipo El señor de los anillos. Digo que no son precuelas ni secuelas, sino que son «durantecuelas» que transcurren en un mismo plano.

Las historias que se cuentan en la primera y la segunda novela, ¿van a tener un cierre en La parte recordada?

Sí, me he impuesto que se sepa qué pasó con el hijo de Penélope, que se sepa de una buena vez quién es la chica que se cae en la piscina, que la vengo arrastrando desde La velocidad de las cosas. Es el momento de contármelo a mí, yo quiero saberlo. En octubre se va a reeditar Historia argentina y había pensado escribir un texto nuevo que enlazara ese libro con estos. Lo hice, pero me di cuenta de que desequilibraba por completo Historia argentina, y ese texto va a pasar a La parte recordada. Pero en La parte soñada está Historia argentina en el libro Industria Nacional y hay como una especie de jueguito nabokoviano ahí. Hay un libro de Nabokov, que todo el mundo coincide que es el peor, que es el último, ¡Mira los arlequines!, donde reescribe toda su vida y cambia todos los títulos de sus libros, y yo hago un poco ese juego. Pero vuelvo aclarar, una vez más, que el exescritor no soy yo.

¿Por qué se confunde al narrador de una novela con el escritor?

No tengo padres desaparecidos ni una hermana loca que es una mega estrella universal de la literatura; son más las diferencias que las similitudes. Pero las taras, las fobias y las simpatías están bastante. Una vez alguien me dijo una cosa que me dejó temblando: «Casi nunca leo libros». Le pregunté por qué no leía y le dije que se estaba perdiendo algo muy interesante. Y me contestó: «No leo porque no me gusta que me mientan». Me quedé como helado. Primero pensé que era un pensamiento estúpido, pero después me di cuenta de que a los lectores nos gusta que nos mientan, ¿no? Tal vez es la forma más noble e inofensiva de la mentira, aunque también mucha gente se ha vuelto loca por los libros. La gente piensa que leer tiene que dejarle algo, que tiene que aprender algo de la realidad y que una historia puramente imaginada es como una pérdida de tiempo. Pero para mí es todo lo contrario: es una puerta de escape.

En un momento de la novela se dice que se lee «para saberse vivo, para vivir». ¿Por qué se lee?

En términos prácticos, creo que se lee porque es muy divertido, es una de las actividades más económicas, al alcance de todos. Si tuviste un poquito de suerte en la vida y empezás a leer desde los 5 años, podés ir volviéndote más sofisticado como lector, pero podés continuar leyendo asilvestradamente hasta que te mueras y está todo bien. Uno lee para poder vivir otras cosas, esa es la función social de la lectura. Ya tengo 53 años y no creo que me vaya a enrolar en un buque ballenero con un capitán loco para perseguir una ballena, pero sin embargo puedo hacerlo, si tengo ganas. Ya lo hice varias veces y puedo volver a hacerlo otra vez más. Uno lee para perderse y para encontrarse.

«Una vez Penélope había leído que la diferencia entre ficción y realidad era que una novela explicaba que ‘ella hizo esto porque’ mientras que la vida se limitaba a decir que ‘ella lo hizo’; que los libros son el sitio donde todo queda claro mientras que en la vida poco y nada acaba resultando comprensible», se lee en La parte soñada. Quizá el problema de esta frase es creer que el libro es algo cerrado y comprensible, cuando en verdad se parece más a la vida, ¿no?

Sí, estoy de acuerdo, pero entiendo cómo Penélope llegó a convertirse en eso. No todo lo que piensa Penélope lo pienso yo, porque tendría problemas muy graves (risas). Me gustaría ser multimillonario como Penélope con mis libros, todo lo demás es bastante complicadito, porque hay un hecho monstruoso que no quiero revelar; pero lo que hacen ellos dos de chicos es una cosa bastante bestial. Ese tipo de pensamientos puede ayudar a mucha gente en problemas, que se convence de que las respuestas que no te da la vida tal vez están en un libro. En el caso de Penélope, encontró ese libro, que es como el Corán o la guía telefónica. Puedo entender que Cumbres borrascosas sea un libro así para alguien; es un libro muy extraño y muy curioso.

De hecho, se lo define en la novela como un libro anticuado y vanguardista al mismo tiempo.

Sí, las obras maestras son anticuadas y vanguardistas. El otro día estaba leyendo lo que dijo Jean Cocteau sobre En busca del tiempo perdido: «No se parece a nada que haya leído y me recuerda a todo lo que más me gusta que leí». Si uno consigue ese efecto, no necesita nada más; es el efecto de todos los grandes clásicos.

«Ahora el libro es casi lo que menos importa... Ahora escribir parece ser apenas el prólogo y quieren que seas como un político o un predicador y que opines sobre todo», se afirma en la novela. ¿Por qué se le demanda al escritor una función que no le corresponde, la de opinar de todo?

Hay que opinar de todo, y viajar y exponerse. En términos ideales, sería genial que hubiera ferias y festivales de lectores, donde se juntaran los lectores y se vendieran libros. Hago una humilde proposición para que se funde el primer festival de lectores y que los lectores viajen por el mundo y se conozcan con otros. Me gusta pensar que la mejor versión de mí mismo es mi obra, mi libro. Que viaje el libro. No me gusta salir de casa, no me gusta viajar. Siempre digo la misma frase: cada vez me gusta más escribir y cada vez menos ser escritor. Cuando sale un libro, tengo que viajar y apoyarlo un poco. Hay muchos que se aprovechan de esa idea de que el escritor solo quiere salir de su casa y que está con la valija hecha para conocer gente y bailar. He visto cosas en festivales, como dice el replicante de Blade Runner, que tú no podrías imaginar (risas). Si te gusta leer y escribir, tiene que gustarte estar solo y en silencio. Curiosamente, los ambientes dedicados a la literatura suelen ser bastante ruidosos. No quiero quedar como un misántropo loco...

¿Por qué está el fantasma de la muerte acechando en La parte soñada?

Yo nací clínicamente muerto, por eso muchos de mis libros empiezan por el final. La muerte se convierte en otra cosa a partir del momento en que tenés un hijo, porque tu ausencia lo puede llegar a marcar de una manera muy bestial. Juan Ignacio Boido me decía que le parece que son libros que están impregnados de una gran tristeza. Lo curioso es que los escribí muy feliz. No puedo contar el final de La parte recordada, pero la idea de la muerte va a estar mucho más presente. No hay maniobra de final más eficaz que la muerte.


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