Los dos hijos del hombre nocturno, parco, silencioso, «melómano empedernido», dejaron atrás la polémica que se suscitó entre la Fundación Juan Rulfo y la UNAM. (Foto: Héctor López)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de abril de 2017. (RanchoNEWS).- La familia fue creciendo con déficit de sueño. El padre vivía prácticamente de noche, la luz de su cuarto se apagaba por la mañana, dormía dos o tres horas y salía a trabajar. Sus hijos Pablo y Juan Carlos incluso intentaban evadir las pláticas nocturnas de su padre: «Yo trataba de no hacerle mucha conversación, porque se extendía mucho, es una pena que no pudiera quedarse uno toda la noche platicando con él», recuerda el mayor de los vástagos. Luis Carlos Sánchez reporta para Excélsior.
«Había un déficit muy grande en las horas de sueño, vivimos un déficit de toda la vida. Nos llamábamos joven y viejo: él me decía viejo y yo le decía joven. La plática era de todo tipo: qué había comprado, qué discos, sobre todo discos, qué disco había cambalacheado por otro, qué versión era mejor que esta otra y qué opinaba yo», recuerda Pablo.
Los dos hijos de ese hombre nocturno, silencioso, parco a la hora de comer, melómano empedernido y reacio a hablar sobre sí mismo, dejaron atrás la polémica que en días pasados suscitó la inconformidad de la Fundación Juan Rulfo con la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM respecto a su participación en la Fiesta del Libro y la Rosa. Los Rulfo llegaron para hablar en público como nunca antes de su padre: sobre la intimidad de la casa familiar, de los recuerdos de cada uno en la infancia y de los proyectos que están en marcha en relación con el autor de El llano en llamas.
«¿Le gustaba la sopa de fideo?», preguntó Benito Taibo a los hermanos para intentar sacar más sobre la vida cotidiana del escritor, en un intento por desentrañar hasta lo más mínimo sobre un hombre admirado por casi todos y ahora convertido en el protagonista de la fiesta editorial a cien años de su natalicio. «Era muy parco al comer, comía poco, desayunaba ligero, comía ligero, viajaba ligero y vivía ligeramente, con mucha ligereza, con mucha sobriedad, con una constante de simpleza y de sencillez, era un ser sumamente discreto, sumamente delicado al hablar, al aseverar, con muchos silencios», dijo Juan Carlos Rulfo.
Pues a pesar de que Rulfo gustaba de charlar en las noches con sus hijos, había otro lenguaje sobrentendido: el del silencio, aquel presente en toda su obra, principalmente en Pedro Páramo. «Vivíamos entonados en el silencio y hablábamos en silencio y nos comunicábamos en silencio, quizá fuera muy común en cierta generación de que la vista marcaba un ritmo y decía cosas, él estaba muy pendiente de cómo se miraba y de qué manera se miraba para entender qué es lo había que hacer y cómo actuar, era muy importante mantener ese respeto, esa discreción en la casa; él vivía así y se nos hizo una costumbre...».
Las palabras parcas, las páginas escuetas y la idea hacia afuera de que no hablaba, pero más bien no gustaba de hablar con aquellos que le alababan y se asumían como parte de un grupo intelectual, de escritores. Con otros sí hablaba, y por horas. «Era muy reservado, pero más bien detestaba que le preguntaran sobre él, más bien quería preguntarle a los otros sobre ellos. Podría abstenerse de encontrarse con ciertas personas, pero podía sentarse a hablar por completo con un señor que estaba en la esquina, por horas. Yo recuerdo un albañil. Nosotros decíamos: ‘bueno, pues quién es ese señor’, tenía ese gran nivel de curiosidad, de observación».
Juan Carlos y Pablo heredaron el silencio; el primero dice que por ser hijo de Juan Rulfo «se vive plenamente, orgullosamente, humildemente, la conciencia de la cercanía con un creador de esas dimensiones te da una relación con la vida muy fuerte y de una forma muy responsable; lo que uno intenta es hacerle honor a ese regalo, tratando de ir con respeto, con honestidad, con sencillez y con mucho orgullo por tener este regalo de esta cercanía y de poder comprender a un creador por dentro y por fuera».
Además del gusto por la música (prácticamente toda) y la pasión por su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista, donde escribió más de 250 textos, Juan Pablo dejo claro que La Cordillera, esa sonada novela que supuestamente preparaba su padre, su existió pero él mismo se encargó de destruirla: «Era un hombre de mucho decantamiento; escribía mucho, pero decantaba y quizá no le dio tiempo, se decepcionó, no lo sabemos. Cuando muere, su secretaria nos comentó que sí existió, que incluso ella le ayudó a pasarlo a máquina y en un momento él le pidió que la destruyera en su presencia. Le dijo: 'destrúyala enfrente de mí', y hoja por hoja la fue rompiendo».
Juan Carlos, de profesión cineasta, prepara una serie de siete capítulos: 100 años de Juan Rulfo. El estreno, espera, se hará el 16 de mayo en el Hospicio Cabañas de Guadalajara. En él busca relatar los diferentes capítulos que sobre su padre siguen dispersos: el del autor de El llano en llamas; de Pedro Páramo; sobre la fotografía, el cine, la antropología. Su manera de verlo en el mundo y su centenario.
«No respetaron» los términos
La Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México, que dirige el escritor Jorge Volpi, «no respetó» los términos en los que se planteó el homenaje para el autor de Pedro Páramo como parte de las actividades de la Fiesta del Libro y la Rosa, que se celebra hasta hoy domingo en el Centro Cultural Universitario, afirmó Juan Carlos Rulfo, hijo del escritor.
«Se hizo una junta en donde se estaban planeando qué cosas se podrían hacer y, a la hora de la hora, no se hicieron como se planearon. Entonces es ahí donde dice Víctor (Jiménez): ‘Oye ¿por qué me dijiste que iba a pasar esto y no pasó? No ocurrió lo que se planteó. No hay un descontento, es un ‘hagan lo que quieran’, la Fundación se sale’».
Durante el anuncio del encuentro librero que celebra el Día Mundial del Libro, la UNAM dio a conocer una serie de homenajes que incluían una conferencia de Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, y la presentación del libro Había mucha neblina o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza. Esta última actividad provocó la inconformidad de Jiménez, quien canceló su participación y prohibió a la máxima casa de estudios utilizar la imagen y el nombre del escritor jalisciense.
«Son libres de hacer lo que quieran, pero la fundación no le entra porque ese no fue el acuerdo; no fue tanto por Cristina, sino porque habíamos quedado en una cosa y no estaban haciendo eso. No vale la pena hacer más ruido, simplemente no se hizo lo que estaba planeado», señaló Juan Carlos, quien tampoco atinó a señalar las actividades concertadas.
Para su hermano Juan Pablo, la polémica suscitada fue un problema «mediático» que se desvió de lo importante. Ambos, sin embargo, aceptaron no haber leído el libro de Rivera Garza que Jiménez calificó de «difamatorio» y que fue el origen de su enojo.
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