Acín, Unik, Lotar y Buñuel en un momento del filme. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de abril de 2019. (RanchoNEWS).-El 22 de diciembre de 1932 a Ramón Acín le tocó la lotería. Treinta mil duros, 150.000 pesetas, un buen pellizco para la época. El feliz acontecimiento, sin embargo, no iba a deparar muchas alegrías en el hogar del escultor y poeta anarquista. Unos meses antes, en una tarde de intoxicación etílica por las tabernas de Huesca, le había prometido a su amigo Luis Buñuel que si le tocaba la lotería invertiría el dinero en el documental que quería filmar sobre Las Hurdes. Y Acín no era un hombre que faltara a su palabra (para disgusto de su mujer, Conchita Monrás, que seguro que hubiese preferido invertir el dinero en otras cosas). De esta manera, se convirtió en el productor accidental de una película que alcanzaría resonancias míticas en la cinematografía española, prohibida por el gobierno de la Segunda República por el daño que podía causarle a la imagen de España.
Antes de ese diciembre, Buñuel, con 32 años, había rodado en París dos filmes surrealistas en colaboración con Salvador Dalí, Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), que habían seducido a la intelectualidad, escandalizado a la burguesía y ahuyentado a cualquier potencial inversor de futuras películas. Malviviendo en la capital francesa es como nos encontramos al cineasta al principio de Buñuel en el laberinto de las tortugas, película de animación que llega a las salas este viernes. «En ese momento, Buñuel era un joven artista que estaba buscando su propio camino, su propio lenguaje como cineasta», explica Salvador Simó (Badalona, 1968), director del filme. «Con buenas intenciones y quizá algo de ingenuidad, pretendía cambiar con su documental la situación de Las Hurdes. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario: fue la propia región de Las Hurdes la que le cambió a él. A fin de cuentas, podríamos decir que Los olvidados (1950), su primera gran película como director, es consecuencia directa de Las Hurdes. Tierra sin pan (1933)».
Una nota de Javier Yuste para El Cultural
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