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La artista venezolana. (Foto: El Nacional)
C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de octubre de 2012. (RanchoNEWS).- Una vida dedicada al arte. Una casa museable que es la propia vida. Traslación entre el cuerpo pensante y la materia física, entre el lugar habitado y los territorios del arte, entre los aposentos de la idea y las ondulaciones del elemento vivo. La casa de Antonieta Sosa es su taller simplemente porque la casa es su núcleo de investigación, escribe Lorena González de El Nacional de Caracas
«Un día iba en un autobús hacia el centro de Los Ángeles y pensé: si tengo que pasar cuatro años aquí donde extraño a todo el mundo, debería hacer algo que me movilice. Vi que en la universidad había un departamento de Arte y me apunté. En aquella época no existía esa carrera en Venezuela. Siempre he adorado la academia y el estudio formal. Con mi amigo José Balza iba desde la Escuela de Psicología de la UCV a estudiar en el jardín del Museo de Bellas Artes», recuerda Sosa.
La casa guarda todos los recuerdos de la experiencia artística de Sosa. En varias zonas están las primeras obras bidimensionales donde los elementos geométricos se despliegan sobre sí mismos para proyectarse hacia profundidades impensables. El paso de la pared a lo tridimensional es un delicado descenso que escurrió las movedizas apariencias hacia blancos apacibles de desajustados volúmenes; armónicas imposibilidades del espacio que redimensionaron las potencias del cubo, la esfera, el paralelepípedo, las sillas...
«El artista aparte de ser un investigador es un significador; carga de sentido los objetos que son parte de su obra. No puede ser lo mismo una silla para una persona que nunca ha trabajado con eso, que para mí, donde el estudio ha convertido a la silla en un ente de reflexión. Desde que salto de la pared al entorno, todo empieza a centrarse en el cuerpo, en la escala humana: el tobogán, los escalones, la plataforma. De allí provienen los objetos blancos que expuse en el Ateneo de Caracas en el año 69. Luego, la silla. Ellas aparecieron de una manera muy rara. Mi esposo y yo éramos amigos de Cruxent y él venía a la casa a conversar. Una noche me dijo que tenía una mesa de dibujo de la que quería salir y se la compré. Era de madera y estaba muy manchadita. La adquirí y la mandé a pulir. Un día me siento a bocetear y me empiezan a salir unas sillas rarísimas. Viendo los dibujos se me instaló la pulsión de llevarlas al mundo real y comencé a maquetearlas con madera balsa, con arcilla... Fue con esa mesa de Cruxent como ellas aparecieron».
Mientras conversamos brotan en nosotras las acciones de los tres tiempos de estas sillas (el vertical hacia arriba como germen de un pensamiento conectado con el afuera, el horizontal del reposo y el centro, el vertical que desciende, pie en tierra, intuición en el contacto). La imagen nos encuentra sentadas una frente a la otra.
Palabras y sonidos, el tiempo y el tránsito, la angustia del desplazamiento: el ritmo vidamuerte de Sosa sobre las sillas, entre las sillas, alrededor de la silla, fracturada en la estructura, viviendo en ella. Casi todas están en la sala de su apartamento de San Bernardino. En la cocina sobrevive el camino de las hormigas que exhibió en el Museo. Allí permanecen sus leves itinerarios, la imprevista desaparición.
«Ahora me doy cuenta de tantas cosas. Cas(a)nto fue inaugurada en el año 1998 y duró seis meses. Pero tardé cuatro años preparando esa exposición a la que me invitó María Elena Ramos cuando fue directora del MBA. En aquel tiempo participé en colectivas y en seminarios como el de Arte y locura donde tengo un texto y el de La belleza que nunca se publicó».
Cas(a)nto fue uno de los proyectos más ambiciosos de Sosa y tal vez una de las instalaciones de mayor contemporaneidad que se hayan producido en la historia museística de nuestro país. El anto, medida de su cuerpo (163 cm) sirvió como traza irreverente frente a las hegemonías de los parámetros universales de control.
Esta referencia fue el punto de partida para enlazar videos, objetos, fotografías, dibujos, disposiciones y polémicas que se albergaron en aquella casa desplegada sobre la sala de exposiciones: situación especular donde se levantaron las medidas exactas y la distribución completa de su apartamento; lugar donde ahora conversamos y cuya resemantización expositiva le haría merecedora del Premio Nacional de Artes Plásticas en el año 2000.
«Cuando María Elena me propuso la individual yo tenía dos ideas, una surgió una mañana cuando estaba barriendo. Allí encontré la obra que iba a hacer en el museo con ese polvo que recogía todos los días. Hablamos y le dije: una de mis ideas es que yo me muera y ustedes hagan una curaduría con lo que existe siendo yo un fantasma. La otra idea que tengo es trasladar toda mi casa al armazón museográfico».
Yo nunca vi Cas(a)nto pero siempre tuve la fantasía de que viviste en el museo.
Pero ¡claro! Te voy a decir que era muy impresionante porque a veces iba en el carro y pensaba en cosas que tenía que buscar y no sabía si estaban en el museo o aquí. Mi hogar quedó desconcertado porque toda mi energía estaba puesta en la otra parte, y se trastocó dos veces: la primera para montar la exposición y la otra cuando me devuelven las obras, algunas no cabían por la puerta y las que tuve que regalar.
Un recorrido complejo ese ir y venir de ti misma, como las dos Antonietas de la pieza El salón de té...
Sí, en mí siempre hay un juego entre orden y caos. Tengo mucho esa polaridad que se ve sublimada en el trabajo con las sillas pero también exhibe su otro lado en acciones de demolición, como aquel performance de 1968 en el que destruí la plataforma que había expuesto en sala. Era mi primera pieza tridimensional con la que retaba la percepción corporal del visitante. Un año después la puse frente a las instituciones y acabé con ella, fue un escándalo.
Pero luego insertas la poética entera de tu casa en el museo...
Fue un camino muy curioso que sucedió al azar. Primero muestro los objetos en el Ateneo de Caracas, luego destruyo la plataforma frente a los museos. Después Pedro Terán que era un artista muy activo, me acercó a la GAN. Allí hago Conversación con agua tibia en el 80 pero en los pasillos. Después me voy como metiendo y sucedieron muchas cosas: la casa de bloques en el 81 y el performance de los vidrios en Acciones frentes a la plaza. A principios de los noventa estuve en la colectiva Uno, dos, tres, cuatro, curada por Rina Carvajal, con una obra que financió el MBA donde intento demostrar que no existe una diferencia entre lo bidimensional y lo tridimensional. Se trata de un continuum. Es una obra muy compleja porque también llega a la invisibilidad, todo es cada vez más delgado hasta desaparecer. Al final de esa secuencia los pies del anto están mirando al frente; cuando quedo en esta posición es cuando salgo del mundo de las ideas y empiezo a ver el afuera, abro los ojos, veo mi casa, mis hormigas, la calle...
Recuerdo esta pieza. Una estructura en varios niveles que como progresión matemática revela un cúmulo de infinitas proporciones horizontales y verticales hasta culminar en la pequeña vara laqueada de 163 cm sobre una base que conserva la impronta de sus pies en sangre.
¿Cuántos performances has hecho?
No lo recuerdo. Sucede que también le he dedicado un alto porcentaje de mi vida a la pedagogía. En la Uneartes antiguo Instituto Amando Reverón , yo daba una materia que quiero mucho que se llama Lenguaje Plástico. Por allí pasaron numerosos alumnos que ahora son muy buenos artistas. El centro de la escuela era formar un creador integral.
Comprendí que no podía seguir trabajando por separado espacio, forma y materia como en los libritos de bachillerato.
Así que empiezo a propiciarlo autobiográfico en un abanico de posibilidades infinitas, desde los clásicos, pasando por lo más moderno hasta llegar a lo contemporáneo. Ya no podemos seguir diciendo soy pintor o escultor. Mi amigo Marco Antonio Ettedgui decía que era un «comunicador», Víctor Lucena se denominaba como «operador plástico».
Es muy importante esta problematización del sujeto artista.
¿No te hacen falta las clases?
No, no me hacen falta. Eso sí, todas las noche sueño que estoy dando clases. O sueño con unos artistas que nunca he visto y que hacen obras increíbles. El otro día soñé con uno que nos hacía improvisar.
Yo hacía maravillas con una silla. Lo anoté en mi diario. Llevo un diario de vida, uno de trabajo y otro de sueños; además de las carpetas, porque cada curso que abría generaba de inmediato una carpeta de documentación e investigación, igual con los proyectos, por eso al estudio no le cabe nada más.
Siento la necesidad de ayudarla a arreglar ese espacio.
¿Cuántas notas importantes habrá en aquellas carpetas? ¿Cuánto material de valor para la pedagogía del arte, para el arte conceptual y el performance en Venezuela estará represado allí? Le asomo la posibilidad...
Eventualmente debería arreglarlo pero tuve la necesidad por una vez en mi vida de no tener compromisos. Es la primera vez en mi historia que tengo esa sensación. No te creas que es rico, a veces es una emoción cargada de culpas, porque te juzgas cada movimiento que concibes...Yo creo que estuve mucho tiempo haciendo demasiadas cosas. Ahora, sólo quiero estar tranquila.
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