C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de marzo de 2017. (RanchoNEWS).- Una buena parte del mérito de que Vida y aventuras de Jack Engle pertenece al formidable hallazgo de Zachary Turpin, un estudiante de doctorado de la Universidad de Houston, que fue atando cabos a partir de un boceto literario de Walt Whitman (1819-1892) en el que aparecían escritos los nombres de algunos personajes de la novela (Jack Engle, Smytthe, Wigglesworth...). El hilo lo llevó hasta un anuncio del Sunday Dispatch un semanario neoyorquino del siglo pasado cuyo legado ha sobrevivido en la base de datos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. «El manuscrito tenía el aroma inconfundible de un borrador literario, pero cuando encontré la primera página de la novela impresa en un ejemplar de 1852... Simplemente no podía creerlo», cuenta Zachary a Benjamín G. Rosado y Luis Alemany de El Mundo que reportan desde Madrid. «En ese momento nadie más que yo en todo el mundo sabía de la existencia de este relato».
Si Hojas de hierba fue la inesperada consagración de Whitman como poeta, en Vida y aventuras de Jack Engle descubre a un novelista de la épica norteamericana y, a la vez, a un taimado periodista. «De no haber sido publicada por entregas en un periódico de Nueva York es muy probable que jamás hubiéramos sabido de su existencia», asevera Zachary. «No creo que se pueda hablar de amnesia histórica ni tampoco de desinterés académico. El problema era sencillamente tecnológico. Los rastreadores de Whitman no disponían de las herramientas de búsqueda actuales. Gracias a la digitalización de los archivos, el proceso es tan sencillo como ir probando palabras hasta que, ¡bingo! encuentras una joya perdida de la literatura».
Para Zachary, que ya el pasado mes de abril anunció el descubrimiento de Manly health and training (una especie de libro de autoayuda que Whitman habría publicado en 1858 en The New York Atlas), existe un fuerte vínculo entre Vida y aventuras de Jack Engle y Hojas de hierba. «Fueron escritas casi simultáneamente y en ambos textos Whitman nos habla de la vida en la ciudad, la naturaleza, la camaradería, el amor fraternal, la diversidad... Es más, en el capítulo XIX de la novela, el narrador se detiene en un cementerio de Manhattan para meditar sobre la muerte mientras la hierba y los árboles se balancean». Whitman escribe sobre «árboles alimentados por la decadencia de los cuerpos de los hombres». ¿Suena de algo? A Hojas de hierba, por supuesto.
Aunque Whitman renegó de sus primeros trabajos literarios, especialmente de los folletines periodísticos, Zachary no siente que haya contravenido la voluntad del escritor al publicar esta novela. Para empezar, porque la novela no es una la obra de un adolescente primerizo.Whitman tenía 32 años cuando el Sunday Dispatch publicó el relato. «Más allá de su pudor literario, Whitman ansiaba el reconocimiento y la difusión de su obra. Hoy todo el mundo habla de Jack Engle y creo que Whitman estaría contento de ser un fenómeno literario en el siglo XXI», dice su descubridor.
La obra, además, arroja luz sobre el caleidoscópico y enrevesado retrato de Whitman. «Por ejemplo», explica Zachary, «las vívidas y luminosas descripciones de la belleza de Tom Peterson, el mejor amigo de Jack, frente a las rudimentarias alusiones a la belleza de las mujeres de la novela nos ayudan a entender mejor la sexualidad del autor».
Vida y aventuras de Jack Engle no es, como se ha sugerido, la despedida de Whitman del relato de ficción antes de ingresar en el parnaso americano. Más bien al contrario. «Basándome en la cantidad de ficción a la que Whitman alude en sus manuscritos, sospecho que escribió más novelas y cuentos. No hay que olvidar que hasta 1860, el año en que Hojas de hierba empezó a vender ejemplares, Whitman escribía por pura necesidad, para pagar las facturas». Uno de aquellos relatos, anterior a Jack Engle, llevaba por título The Sleeptalker (1850) y podría reaparecer muy pronto. «Whitman trató de vender esta adaptación de una novela danesa de B.S. Ingemann a The New York Times y a The New York Sun. Aún no sabemos si llegaron a publicarla».
Buenos reflejos
La otra parte del mérito de que Jack Engle esté esperando en las librerías pertenece a Eduardo Riestra, el editor de Ediciones del Viento. Nada en la historia de su sello, especializado en publicar crónicas viajeras clásicas, hacía prever que Walt Whitman acabaría en su catálogo. Pero un día, la información del hallazgo de Vida y aventuras de Jack Engle llegó a la pantalla del ordenador de su editor, en La Coruña. Una luz se encendió en su cabeza: «Me pareció una noticia luminosa», recuerda Riestra. «A mí, Whitman me hace pensar en los años 70, en el momento de leer por primera vez Hojas de hierba, pensábamos entonces que estábamos ante el primer hippy de la historia».
Como Ediciones del Viento es una empresa familiar, casi personal, Riestra no necesitó más que unos minutos para decidirse. «No tuve que pedir permiso a nadie». La novela estaba libre de derechos y nada le impedía lanzarse a por ella. «El reto era hacer un trabajo muy rápido pero que estuviera a la altura». Riestra supo entonces que el traductor en el que había pensado, Miguel Temprano, podía encontrar tiempo para Jack Engle. Después encontró a Manuel Vilas también disponible para escribir un prólogo entusiasta.
¿Lo bueno de Jack Engle, visto desde España? Vilas lo cuenta muy bien en su introducción y Riestra se explica con palabras parecidas: «Es una novela dickensiana, un poco ingenua al principio pero que va creciendo hasta que llega un punto en el que se empiezan a ver cosas, señales en las que se reconoce lo mejor de Whitman». Riestra, como Zachary, remite al capítulo XIX como ese momento en el que Whitman rompe el cascarón.
Y continúa Riestra: «El texto es apetecible, en primer lugar, por divertido. Apareció en un folletón y estaba dirigido a entretener. Lo consigue muy bien. Hay una trama de buenos y malos que funciona con mucha gracia».
En este punto, hay que recordar que Whitman, en 1852, ya tenía en su currículo una novela temprana, Franklin Evans (1842), que había cierto tenido éxito. Pero, desde entonces, el autor circulaba por carreteras secundarias. «Llevaba una vida casi le diría que gris», explica Riestra. Vilas, en su prólogo, explica que Whitman no tenía la vida regalada, ni mucho menos. Jack Engle debió de ser el encargo a un escritor no muy importante que de alguna manera tendría que ganarse la vida. Su final, un poco precipitado, especula Vilas, quizá responda a que los editores del Sunday Displatch le pidieron a Whitman que fuera acortando.
El segundo aliciente de la novela, cuenta Riestra, es el escenario: Nueva York en la década de 1840-1850, cuando la gran ciudad todavía era polvo y herrumbre. La época de Gangs of New York, para que nos entendamos. «El momento justo en el que una Nueva York un poco provinciana se está convirtiendo en otra cosa está en Jack Engle». Y ahí, en esa euforia por el mundo que rodeaba al autor,está el presagio más claro de Hojas de hierba.
Hay un motivo más para acercarse al nuevo Walt Whitman: el momento. No es cuestión de ponerse moralista, pero, con Donald Trump en la Casa Blanca, no suena mal la idea de consolarse con Whitman, con su inocencia vitalista. «Whitman fue el fundador de América, de lo mejor que podemos entender como América: el sentido de la felicidad, la celebración de la vida».
REGRESAR A LA REVISTA