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Helio Pedregal, como Freud, y Eleazar Ortiz, como Lewis. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 12 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- El 3 de septiembre de 1939 Sigmund Freud tenía una cita con «un catedrático de Oxford». Así aparecía anotado en su agenda. Sin nombres ni más referencias. Ese día Inglaterra declaró la guerra a Alemania. Puede que Freud y su visitante escuchasen juntos la noticia. Reporta desde Madrid para El Mundo Esther Alvarado.
Mark ST. Germain, autor de La sesión final de Freud fantasea en la obra, que se estrena en la sala pequeña del Teatro Español el 13 de enero, con que ese misterioso catedrático fuera nada menos que C.S. Lewis, el autor de Las crónicas de Narnia.
Lewis, ferviente cristiano reconvertido tras una juventud de ateísmo, acababa de publicar un libro en el que criticaba los postulados de Freud. En la obra, es el padre del Psicoanálisis (y de Ana Freud, por supuesto), quien invita a su crítico a visitarle para charlar con él. Entre ambos se establece un desafío intelectual lleno de educados reproches.
Helio Pedregal, con barba blanca y gafas redondas, parece el mismísimo Sigmund Freud redivivo. Le da la réplica Eleazar Ortiz, en la camisa de Clive Staples Lewis, amigo personal de J.R.R. Tolkien y uno de los autores más admirados y prolíficos de Reino Unido. Ambos actúan a las órdenes de una británica, Tamzin Townsend, con la producción de la Fundación UNIR (Universidad Internacional de la Rioja) y con un texto traducido por Ignacio García May.
Ignacio Amestoy, director de UNIR Teatro, explica que la obra se estrenó en Nueva York en 2010 y en Londres y su periplo ha sido un éxito continuo, desde la Gran Manzana hasta Argentina. «Es un duelo entre gigantes que nos hablan de la vida y de la muerte». Y, por supuesto, del sexo y de Dios.
Hace un año justo, Amestoy envió el texto a Townsend que se enamoró inmediatamente de él, y en plena luna de miel sigue («cada vez que veo un ensayo, me gusta más», asegura). En ese «ring de boxeo», los dos personajes se desafían durante los 90 minutos que dura la función. «Parece que no tienen nada en común, pero lo tienen todo. Para empezar, los dos se escuchan», añade la directora.
Otra coincidencia de ambos es el «sentido del humor», como señala Eleazar Ortiz y corrobora Helio Pedregal. «Los dos eran personas sabias y las personas sabias nunca se ponen serias cuando hablan de lo serio», señala el actor.
«A mí me pasa ahora algo muy semejante a lo que le pasaba a Freud: tengo la cabeza desbordada», continúa el intérprete, cuyo parecido con el personaje que interpreta sobrecoge. «Una de las cosas que más me ha obsesionado es saber qué piensa alguien que sabe que su tiempo se ha acabado y que se acerca a lo desconocido».
Un Freud enfermo
En la función, de hecho, mientras discuten sus encontrados puntos de vista, un anciano Freud sufre ante Lewis, pletórico a sus 40 años. No tiene fuerzas para correr al refugio antiaéreo cuando suenan las sirenas y la prótesis de sus dientes le provoca un dolor atroz.
En semejante situación se establece entre los dos una cierta camaradería, propia de caballeros, en la que unen sus destinos, pase lo que pase, mientras dure la entrevista.
«Es importante que sea Freud el que invita a Lewis a su casa», señala Juan Carlos Pérez de la Fuente, director del Teatro Español, «porque los puntos de partida de ambos 'púgiles', por supuesto, no es el mismo».
El ateísmo recalcitrante de Freud, su situación de exiliado, las duras críticas que había recibido y la incomprensión de cierto sector de sus colegas, además del cáncer que padece que le acerca a la muerte, le hacen presentarse como un ser sin esperanzas, como demuestra su suicidio, 20 días después. Frente a él, Lewis está en el momento cumbre de su carrera, da clases en Oxford, es prestigioso y tiene amigos importantes y está a punto de pasar a la historia por Las crónicas de Narnia. Su renovado catolicismo le da energía y argumentos para presentar batalla ante un titán del subconsciente.
De hecho, en algún momento de la obra, Freud cede a la tentación de convertir a Lewis en un ocupante de su famoso diván, aunque éste no 'picará'.
No se trata, en cualquier caso, de un a obra para una minoría. Al contrario, «a quien más va a gustar es a las personas menos especializadas», asegura el intérprete de Sigmund Freud.
En una pieza con «tantas frases para pensar», señala la directora, tanto ella, como Ortiz y todos cuantos han tomado parte en La sesión final de Freud tienen sus moralejas particulares; esa idea de la que ya nunca se desprenderán. Por ejemplo, una de las ideas que ha calado en Helio Pedregal tiene que ver con la tolerancia y la capacidad de escuchar, muy al hilo de lo que sucede estos días: «Lo peor que podemos hacer es encastillarnos; mirar al otro como a alguien al que tenemos que destruir o convencer».
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