Rancho Las Voces: Literatura, / Entrevista a Gabriel Cortiñas
LA QUINCENA RETORNARÁ CON LA EDICIÓN 21 EL 19 DE ENERO DEL 2025 Las cinco ediciones más leídas del 2024 / 20

jueves, enero 15, 2015

Literatura, / Entrevista a Gabriel Cortiñas

.
«Me parece que todo poema tiene que tener cierta incomodidad», plantea el poeta. (Foto: Dafne Gentinetta)

C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- El poeta se encontró de modo azaroso con la historia de Hernán Pujato, militar y explorador argentino que fundó las primeras bases científicas en la Antártida, y plasmó sobre su figura poemas en los que el evocado interpela el presente y el debate sobre la soberanía. Lo entrevista Silvina Friera para Página/12:

Nombrar (a veces) es recordar. Hernán Pujato (1904-2003), militar y explorador argentino que fundó las primeras bases científicas en la Antártida durante la presidencia de Juan Domingo Perón, levita en la nebulosa del olvido. Su nombre fue borrado –pasado a retiro– por la autoproclamada «Revolución Libertadora». El hombre que casi vivió 100 años –murió a los 99– era un anciano en el umbral de las ocho décadas cuando en 1982 se presentó al comando del Ejército y se ofreció como piloto kamikaze para estrellar un avión, cargado de explosivos, contra un buque británico. Un año después, en 1983, nació el poeta Gabriel Cortiñas, autor del poemario Pujato (Vox), Premio Casa de las Américas 2013, donde el personaje evocado interpela el presente y pone sobre la mesa del debate político y literario el tema de la soberanía nacional. «Gobernar es doblar/ un mapa en cuatro y salir a caminar con la idea/ en la espalda/ que todos sepan del esfuerzo/ de una agenda compartida podemos/ enhebrar el telar en una mesa chica de iglú/ mientras fuera sigue el ruido de lo que se supone/ estamos haciendo/ pero demasiado tiempo en vano/ sería hacerle lugar a la torpeza», se lee en uno de los poemas.

Cortiñas, docente de Lengua y Literatura en escuelas secundarias, cursó la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires combinándola con el trabajo. «Desde el conflicto con el campo adhería y bancaba a este gobierno, pero no me quedaba tiempo para militar. Cuando rendí la última materia, me dije: ‘las horas que no las vendo al sistema para vivir, las voy poner en lo que creo’», cuenta el poeta, que milita en el Centro de Estudios Políticos de la Cámpora y es autor de Brazadas (2007) y Hospital de campaña (2011), poemario que obtuvo el VI Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro. «Llegué a Pujato por una cuestión medio azarosa. Trabajaba como maestro de escuela primaria y fuimos de excursión al Comando Antártico –cuenta el poeta a Página/12–. Sin saber nada, uno de los buzos polares empezó a hablar sobre Hernán Pujato y me di cuenta de que era una figura olvidada, que no la conocía nadie. Había algo complejo de roer en Pujato porque era una figura difícil de asimilar para la tradición liberal del Ejército, obviamente por su filiación no directamente al gobierno peronista, pero sí por haber hecho toda su gran obra durante el peronismo. Más allá de los errores que pudo haber tenido, el compromiso con su labor me hizo acordar a esa frase de (Roberto) Arlt de la prepotencia del trabajo, alguien que trabaja sin esperar reconocimientos.»

¿Pujato es una figura que tiene algo de épica?

Sí, tiene algo de épica, pero no es una épica galvanizada. Más allá de que el libro no es Pujato solamente, tomo de él un montón de cosas que son épicas, como que de repente tenga un accidente en plena Antártida por tratar de llegar al polo con un avión; y que se salven y que antes de mandar un aviso por radio se pongan a cantar el Himno. Pero también tomo el costado humano, y en ese sentido la épica se disuelve o se relaja. En alguien que trabaja en soledad, pero en la fe de lo que está haciendo, hay algo épico.

En uno de los versos de Pujato se dice que los foqueros hablan «una lengua sin idioma». ¿Cómo es eso?

Una lengua sin idioma me trae al sustrato local, a una lengua que no sea telúrica, que parece que es como internacional; la tradición que gobernó no sólo gran parte del siglo XX, sino también a veces en el espacio estético, en el ambiente de la literatura, también se ha impuesto por momentos la cuestión de una lengua sin sustrato. El acusar de una lengua sin idioma es como el acusar de la no identidad. Los foqueros, que funcionan en el texto como contrapunto de los pujatistas, tienen un idioma, por más que se los silencie. Que por diferentes coordenadas no haya tenido el espacio que debió tener no quiere decir que no exista. En términos estéticos pienso en Leónidas Lamborghini cuando escribía sus textos en una época en que el contexto no lo estaba leyendo, o se decía que no era «digno» del poema, cuando hoy por hoy el que dice eso es un caído del catre.

¿Cómo explica el olvido sobre Pujato?

Eso tiene una razón muy práctica: se llama pedagogía. Así como recordamos hoy a un cierto San Martín y no a otro –una parte que fue el ala de la biblioteca que ganó–, en el caso del ala del Ejército que ganó, no sólo no implantó cierta imagen, sino que borró a Pujato. Cuando derrocaron a Perón, Pujato estaba en la Antártida. El se enteró de que lo habían derrocado cuando volvió. Y cuando volvió, los golpistas cometieron dos errores para la soberanía del país: primero, no pasaron todos los descubrimientos geográficos que hizo Pujato en ese período, que se tenían que comunicar a Cancillería para avisarle al sistema internacional. Y al comando Antártico que le habían puesto el nombre de Hernán Pujato, le cambiaron el nombre, le borraron el nombre...

Por más que el personaje resulte un tanto extravagante y aventurero, debe haber sido también incómodo empatizar con un militar, ¿no?

En los ’60, Pujato hizo una declaración en la que planteó que lo mejor que le podía pasar a la Patria era que los militares hicieran su tarea y no se metieran en política. El tema es que Pujato fue orgánico toda su vida. El aceptó la condena interna del Ejército en silencio, aunque debería sufrir muchísimo y debería pensar que eran unos estúpidos que tiraban por la borda su trabajo. Para alguien que nació en el ’83 como yo, fue muy loco encontrarme con esta figura y verme obsesionado porque había algo que no podía encasillar. Había algo más aporético en la figura; no podía decir: «es un milico más»... Esa incomodidad fue la que me llevó a escribir. Me parece que todo poema tiene que tener cierta incomodidad. Para mí es muy ingrato que una figura como Pujato no sea problematizada, pero creo que en algún momento la historia lo va a poner en el lugar que tiene que estar. Quizás al lado de (Enrique) Mosconi o de (Manuel) Savio.

¿Su libro podría contribuir para que, tarde o temprano, se rescate la figura de Pujato y se la vuelva a visibilizar?

Estaría buenísimo, pero no lo puedo garantizar (risas). Una de las pocas certezas que tengo es que la figura de Pujato sirve para pensar el presente. Ahora, si después las distintas tradiciones políticas lo van a terminar de ubicar en el lugar que merece... ojalá que sea así.

¿Qué cosas permite pensar Pujato sobre el presente político?

La figura de Pujato sirve para pensar el presente en términos de soberanía. Traer eso del pasado hacia el presente no es simplemente una cuestión de revisionismo histórico; es poner el ojo en lo que fue y lo que es la política de Estado argentina en relación con el reclamo soberano de la Antártida, algo de lo que se tendrían que hacer cargo todas las tradiciones políticas, no sólo las que tienen afinidad con el peronismo. Sería muy interesante que este tipo de figuras sean asimiladas en términos de consenso nacional. La soberanía no puede ser una cuestión de discusión partidaria. Es un poco lo que sucede con los fondos buitre; puede haber diferencias políticas desde el espacio político en el que cada uno milite o al que adhiera, pero hay momentos en que ser cínicos es ir en contra de los intereses del propio pueblo.



REGRESAR A LA REVISTA