Rancho Las Voces: Literatura / Argentina: El recuerdo de Juan Gelman, a un año de su fallecimiento
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

miércoles, enero 14, 2015

Literatura / Argentina: El recuerdo de Juan Gelman, a un año de su fallecimiento

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«La humildad de Juan era tan conmovedora como su genio». (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- Rodolfo Alonso, Alberto Szpunberg y Daniel Freidemberg recuerdan anécdotas, momentos y lecturas compartidos con el más grande de los poetas argentinos, además del hallazgo de un poema que permanece inédito en libro, Explicaçâo. Una nota de Silvina Friera para Página/12:

El «cantito» entrañable de Juan Gelman, con esa cadencia grave y profunda, irónica y juguetona, es un sonido familiar, un fraseo inolvidable que perdura en los labios de la memoria de miles de lectores en el mundo. «La idea se escapa, no quiere/ la grasa de las palabras, ni/ un espejo vano. Se parece a/ tu cuerpo entre los árboles de la calle Atlixco/ un lado al otro del viento. Viene y suspende/ la pérdida, corta los desabrigos, saca/ día de mi rincón, no repite rostros, nombra en silencio los animales del azar», se lee en uno de los poemas de Amaramara. Hace un año moría el más grande de los poetas argentinos en la ciudad de México, a los 83 años. En este primer aniversario sin Gelman –Premio Cervantes en 2007 y autor de más de una treintena de títulos entre los que se podría mencionar Violín y otras cuestiones, Cólera buey, Relaciones, Carta a mi madre, Valer la pena y Hoy, el último poemario que publicó– los poetas Rodolfo Alonso, Alberto Szpunberg y Daniel Freidemberg cuentan a Página/12 momentos y lecturas compartidos, frases que vienen a la mente, una anécdota antológica, el día que nadie encontraba a Juan en Barcelona, y el hallazgo de un poema que permanece inédito en libro, Explicaçâo, dedicado a Szpunberg, que sólo salió en el número 61 de la revista Vuelo en 1964.

¿Molesta si fumo?

«Mi primer encuentro con Juan lo tengo claro –cuenta Alonso–. Vino a traerme su primer libro, Violín y otras cuestiones, y al dedicármelo puso la fecha: enero 3 de 1958. Me llevaba cuatro años pero yo había empezado antes, desde los 17. Ya entonces no me sorprendió que, viniendo él digamos del realismo, se me acercara siendo yo el más joven de una revista de vanguardia, Poesía Buenos Aires. No me asombró tampoco lo que siempre sentí: su profunda entrega, su fidelidad de fondo a la poesía. Pero sí me emociona cada vez más comprobar que, a lo largo de los años, las palabras que me va dedicando son las mismas desde aquel comienzo que cuando nos reencontramos en Medellín, en 1994, y me firmó a escondidas su único ejemplar del reciente dibaxu, o cuando me dedicó su Poesía reunida en 2012, en Xalapa, adonde me habían invitado a presentársela.»

El poeta y crítico Daniel Freidemberg recuerda dos frases de Gelman: «te leo» y «¿molesta si fumo?». «La primera me la dijo cuando nos conocimos –y mi ego alzó vuelo hasta la estratosfera– y la otra cuando entró a mi casa; eran tiempos en que a nadie se le ocurría preguntar algo así. Algo que llamaba mucho la atención en Juan era su amabilidad. Una amabilidad sobria, reticente a entregarse mucho, a veces irónica, pero además era amable de una manera muy particular: ese talento para encontrar la frase exacta, y el tono y el gesto adecuados, como si extendiera a ese terreno las capacidades que uno le conoce en la escritura. Era un tipo con estilo, para todo, y manejaba ese estilo de una manera admirable. Y también era un tipo difícil, complejo, con recovecos poco accesibles, capaz de enojos incomprensibles –eso me lo contaron, a mí no me pasó– y también de inesperadas muestras de afecto que calaban hondo, o de silencios que desconcertaban, pero las dificultades que podía haber en la relación eran poca cosa al lado del placer que daba tratarlo –subraya Freidemberg–. Me refiero a la potencia que irradiaba, o gracia, como quieran llamarle, que no es exactamente la misma que está en sus poemas, pero se le parece.»

Esa tardecita en la que Juan se hizo humo

Hubo un lunes, el 27 de septiembre de 2010, en el que, para desesperación de un puñado de amigos, Juan desapareció. «Se sabía empírica, científica, dialécticamente, que la tardecita de ese lunes Juan había arribado sí o sí a Barcelona desde México. Las pruebas eran más que evidentes, como que me emociona contarlo, ahora que ese atorrante desapareció de nuevo, más en serio –evoca Szpunberg–. No sólo quienes estaban encargados de recibirlo, sino también algunos argentinos que estaban en el aeropuerto lo habían visto a Juan con sus propios ojos, lo habían saludado, se le habían acercado y palmoteado al verlo salir por la amplia puerta de ‘Llegadas’. Un Juan sonriente, contento, se diría que feliz.» Szpunberg agrega que era esperado ansiosamente porque al día siguiente, el 28 de septiembre de 2010, con Rodolfo Mederos al bandoneón y bajo la dirección de Cristina Banegas, debía dar un recital titulado Del amor en el auditorio de Barcelona. Y todavía faltaba hacer un ensayo. «Como todos sabemos de viejas fuentes que ‘la única verdad es la realidad’, cundía el estupor, etapa superior del asombro y la inquietud. Antoni Travería, director de la Casa América de Cataluña, entidad organizadora del recital, fue hasta el puesto de la Guardia Civil y al rato volvió haciendo que no con la cabeza.» A los pocos minutos, por todos los parlantes del aeropuerto comenzó a oírse:

–Mister Joan Gelman... Mister Joan Gelman... Le rogamos se ponga en contacto con cualquier miembro del personal del aeropuerto...

El autor de Poemas de la mano mayor, El Che amor y Luces que a lo lejos, entre otros títulos, cuenta que Travería decidió tomar las riendas del asunto: «‘’Vamos a Casa América... Gelman tiene la dirección y, por cualquier cosa, desde ahí es más fácil establecer contacto’. Ya se alargaban demasiado las horas: con el corazón en un puño, diciendo que ‘hay que comunicarse con la embajada argentina’, algunos ya murmuraban el estremecedor participio: desaparecido», repasa Szpunberg.

–Para mí, si me permiten, quien seguramente sabe dónde está Juan es Mara... Mara La Madrid... –dijo Cristina Banegas.

«Siguió la espera, que se volvía interminable, y la Banegas, dulce pero tenaz la chica, volvió con lo suyo: ‘Mara, soy Cristina, desde Barcelona... lo perdimos a Juan... no sabemos dónde está’... La cara de Cristina se iluminó de golpe, pegó un salto, nos sonrió a todos, se le llenaron los ojos de amor, anotó un teléfono y lanzó un grito de alegría: ‘¡Está, está...!’ –reconstruye Szpunberg el momento en que descubrieron qué había pasado–. En el aeropuerto, en vez de seguir los carritos de su troupe, donde iban sus cosas, Juan había seguido a otro carrito, que lo llevó a la perdición, y nunca mejor dicho. De los parlantes Juan ni se enteró, aunque tuvo tiempo para entrar a un Duty Free Shop y comprarse una botella de ‘Juancito Caminador’... ¿Qué otro whisky, si no? Después se subió a un taxi, y como todas sus cosas habían quedado en el carrito que debió seguir y no siguió, simplemente le dijo al chófer: ‘Lléveme a un hotel más o menos bien...’ Y el chófer lo llevó a un hotel más o menos bien». Instalado en una habitación, ya con un Johnny y un vaso y cubitos a su arbitrio, la llamó a Mara y le dijo:

–-Me quedé colgado, Mara... Todos los demás no sé dónde se metieron... Si te llaman, avisales...

A la mañana siguiente, Gelman y Szpunberg charlaron horas y horas en la terraza del hotel, muertos de risa por la extraña aventura vivida. «En un momento, Mister Joan Gelman alzó el brazo y llamó a la camarera: ‘dos whiskies dobles con cubitos’.» Juan, que advirtió la estrechez financiera para tan magna inversión, se rió:

–No te preocupes, Alberto, nosotros no pagamos... Paga la burguesía, como corresponde...

La palabra en movimiento

El principal legado de Gelman está en sus libros, donde Freidemberg encuentra «un estado de apertura de la palabra, un movimiento perpetuo de la palabra, que no puede cerrarse ni coagularse en algún tipo de ‘mensaje’ completo, que no deje lugar a dudas y se estanque en un solo sentido». «Lo que no equivale a hacer lo que a uno se le dé la gana en la lectura –aclara Freidemberg–, porque hay ahí, en esas palabras y entre esas palabras, o en su origen, algo así como una fuerza o un misterio –no encuentro otro modo de decirlo– que, aunque no se lo vea, ‘salta a la vista’ y no se puede ignorar, si lo que a uno le interesa es aceptar el desafío, y el gran premio que entonces uno obtiene es precisamente eso: la tarea que uno, el lector, empieza a llevar a cabo, ese ir y venir de la inteligencia, la sensibilidad, la imaginación, las preguntas que uno se hace a sí mismo y le hace al mundo. Encuentro ahí una manera de estar en el mundo, una ética, contraria a toda indiferencia y a todo conformismo y extremadamente atenta a la maravilla o el horror de lo que existe, comprometida con lo que existe, antes que nada con la pasión humana, el amor y el dolor especialmente, sin esperanzas ingenuas, pero con la potente esperanza que viene de la obstinación en no ceder. Todo eso lo veo más en los libros de los últimos treinta o cuarenta años, pero de algún modo asomaba en la escritura más fácilmente accesible y más encantadora del Gelman de los años ’60 y principios de los ’70. Tal vez sea uno de los motivos por los que, desde un principio, tuvo un lugar protagónico en la poesía argentina.»

Alonso –autor de Salud o nada, Hablar claro y El arte de callar, entre otros títulos– dice que el legado de Gelman es «tan inmenso como intenso». «Su sentido más hondo se evidencia, para mí, en aquellas pocas palabras con que me contestó cuando lo felicité por un nuevo galardón. Me dijo: ‘Los premios no escriben por uno’. Es decir: no me la creo, no hay nada de magistral ni por supuesto mucho menos de majestuoso en esto. Uno está siempre desnudo y a solas frente a la Poesía. A ‘La Señora’, como él solía llamarla, que se aparece cuando quiere pero también se niega cuando quiere. ‘Hoy La Señora no andaba con ganas’, susurraba entre íntimos, y al hacerlo enmascaraba con un levemente risueño aspecto serio su honestidad de raíz ante el poema.» «De nuevo huésped en su casa de la calle Atlixco, en septiembre de 2008, me llevó a un costado y muy serio me alargó un fajo de páginas –recuerda Alonso–. Cabizbajo, y muy bajito, dijo: ‘Es algo nuevo, como en prosa y, no sé, me gustaría saber qué opinás’. ¿Qué iba a decirle? Era nada menos que De atrásalante en su porfía, y asintió brevemente, casi en silencio, como si le quitaran algún peso de encima, cuando le dije que era algo más que original y muy logrado. Su humildad era tan conmovedora como su genio y su amistad.»



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