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Portada del disco.(Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 22 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- Reproducimos el texto de Pablo Sanz publicado por El Mundo con motivo del 40º aniversario de la grabación de uno de los álbumes cardinales del jazz moderno, The Köln Concert, de Keith Jarrett.
En la historia del jazz moderno hay obras que son géneros en sí mismas, monumentos que van más allá de los meros edificios musicales para convertirse en arquitecturas propias e intemporales. A Love supreme, de John Coltrane, o Bitches Brew, de Miles de Davis, son dos ejemplos que acuden a la memoria de manera instintiva y fugaz, como igualmente asalta el recuerdo inmediato El concierto de Colonia, de Keith Jarrett (Allentown, Pensilvania, 1945), que este sábado celebra su 40º aniversario.
De este último disco se dice que se trata de la mejor grabación pianística con que cuenta el género, así como figura con todos los honores entre los álbumes más vendidos de los anales jazzísticos. Sea como fuere, lo que Keith Jarrett aportó en este registro fue una manera propia, inédita y exclusiva de contar el jazz, de fijarle un horizonte expresivo nuevo que sirviera de faro creativo, como sirve, a las futuras generaciones de 'jazzistas'.
The Köln Concert (ECM, 1975) fue un disco a piano solo grabado en directo en el Cologne Opera House de la ciudad alemana el 24 de enero de 1975. Su impacto en el lenguaje pianístico fue total, como definitivo fue el eco de su influencia en los discursos creativos venideros. Aun hoy su rumor sigue siendo un grito entre los actuales músicos de jazz, impactando directa e incesantemente en el corazón de sus pálpitos artísticos. La intensidad emocional del registro; la alta concentración de músicas y estéticas sonoras convocadas; el caudal torrencial de las improvisaciones liberadas, la audacia de sus construcciones mediante el uso de ostinatos y figuras tímbricas minimalistas; el sentido del tempo y... el silencio... El extraordinario despliegue ético y estético del pianista fue tan abrumador que aun hoy, 40 años después, sigue siendo una imagen donde se miran todos los espejos del jazz.
El concierto de Colonia está estructurado en cuatro partes, como una suite a caballo entre el jazz y la música clásica, esto es, como obra cumbre de la llamada tercera corriente impulsada por Gunther Schuller, que tan pronto echaba mano de Monk como de Pau Casals. A Keith Jarrett se le reconocían hasta la grabación de este disco múltiples méritos, pero la actuación alemana, registrada en la imponente escudería discográfica de Múnich ECM y con la producción de su propietario Manfred Eicher, le situó en la cima del jazz como el nuevo dios jazzístico que todavía es. En la estela de su pianismo hoy se descubren sentimientos renovados en los teclados de intérpretes igualmente luminosos como Fred Hersch, Vijay Iyer o, sobre todo, Brad Mehldau, aunque allá por los años 70 el maestro pianista fuera entonces alumno aventajado de gigantes de las blancas y las negras como Glenn Gould o Bill Evans, por citar dos referencias claras en su particular lenguaje musical.
La asociación con este último nos emplaza ante un creador interesado por la primera de las músicas, el silencio, mientras que la comparación con el primero nos sitúa ante un combate físico y orgánico con la melodía, que en la grabación de Colonia se traduce en toda una suerte de gritos y gemidos que son, a partes iguales, inspiración y estímulo; resulta emocionante escuchar la voz de Jarrett a través de alaridos y bramidos que se acompañan de una pulsación pianística que a veces aporrea el instrumento y otras tantas lo acaricia. Desde un punto de vista estético, realmente El concierto de Colonia es de una riqueza expresiva sublimada.
Bendita contingencia
Hoy se sabe que Jarrett había solicitado un Bösendorfer 290 Imperial, el Cadillac de los pianos, para su recital en Cologne Opera House. Algún error de planificación o de algún operario hizo que sobre la tarima se le colocase al pianista un Bösendorfer más pequeño. La equivocación se descubrió cuando no había tiempo para el remedio, viéndose el pianista en la tesitura de emplearse a fondo con un instrumento cascado y con los pedales a medio funcionar. Superado el susto, todo ello fue una clave más para el triunfo de Jarrett ese 24 de enero de 1975. Así lo ha explicado en alguna ocasión el productor Manfred Eicher: «Probablemente Jarrett tocó como lo hizo porque no era un buen piano. Porque no podía enamorarse del sonido; encontró otra forma de sacarle lo mejor».
Como ya se ha mencionado, el material está dispuesto con una introducción, un principio, el desarrollo y un final (Parte I, Parte IIA, Parte IIB, Parte IIC). El pianista, solo ante el instrumento, sin partituras, asomado al precipicio de la improvisación, que él ataca con uno o dos acordes como punto de partida, que luego se encarga de fijar como punto de destino. El suyo es un mundo de improvisación destilado por una mente privilegiada, viva, inteligente y osada. Todo el concierto de Jarrett es un solo constante e indivisible, incapaz de entenderse sin una de sus partes. Así, el pianista dibuja melodías y las abandona cuando han sido sugeridas, para luego explorar nuevos territorios expresivos que conectan tanto con el lenguaje jazzístico como con el clásico. Y el silencio, bendito silencio, que él trabaja como un elemento más de la música, y para que sus cavilaciones y audacias lleguen más nítidas.
El pianismo de Jarrett en esta grabación alcanza una de las más elevadas y emocionantes cotas jazzísticas, protagonizando un despliegue de recursos musicales realmente portentoso. Al tiempo es una invitación, sutil a veces, desgarrada otras, a una reflexión armoniosamente lubricada con sentimientos de imposible definición y parangón, si exceptuamos la autoridad pianística, igualmente regia, de intérpretes como Cecil Taylor o Paul Bley.
Convertido hoy en referente ineludible del jazz contemporáneo, el relato biográfico de Keith Jarrett siempre ha estado rodeado de sucesos asombrosos. Empezó a tocar el piano a los tres años y a los siete ya firmaba sus primeras composiciones. Formado en la música clásica, pronto el pianista se sintió atraído por el sortilegio de la creación jazzística, matriculándose primero en el Berklee College of Music de Boston y desembarcando en la capital del jazz, Nueva York, después. Allí firma sus primeras colaboraciones con jazzistas de fina ley como Roland Kirk o Art Blakey, para después recalar en el cuarteto del saxofonista Charles Lloyd, su primer gran mentor. Asimismo, a principios de los años 70 milita en la banda eléctrica de Miles Davis, asumiendo su cuota de responsabilidad en la gestación de un nuevo latido, el jazz-rock, llamado genéricamente «fusión».
Poco tiempo después, firmaría por la que hoy sigue siendo su casa discográfica, ECM, con la que obtiene uno de sus primeros éxitos masivos mediante la publicación de este The Köln Concert. Ahí tiene registrada prácticamente la totalidad de su producción discográfica, pergeñada tanto a piano solo como en trío, sus dos formatos favoritos. De igual modo el catálogo de la compañía se amplía con sus grabaciones sobre repertorios clásicos de Bach, Mozart, Händel o Shostakóvich o música minimalista contemporánea de autores como Arvo Pärt, así como decenas de directos, como los que casi inmediatamente, antes y después al recital de Colonia, el artista firmaría en los Solo Concerts: Bremen/Lausanne de 1973 y Japón, en las imprescindibles sesiones de jazz a piano solo, (Sun Bear Concerts) registradas en 1976 y comercializadas en 1978 también por ECM
Paralelamente, acude a la llamada de artistas cómplices, como el saxofonista Jan Garbarek, Chick Corea o el contrabajista Charlie Haden, creando luego el que sin duda es uno de los tríos de jazz más veteranos e influyentes de la actualidad, el formado por el contrabajista Gary Peacock y el baterista Jack DeJohnette, con los que ha conseguido otro importante y generoso número de éxitos concertísticos y discográficos.
Keith Jarrett es un exquisito y elegante filósofo de la melodía y la música libre, como refrendó de manera contundente en este famoso concierto de Colonia, en donde se concentran todas las esencias de la buena música conocida y la que está por conocer. En el capítulo de reconocimientos, su trayectoria ha sido distinguida por un Polar Music Prize sueco y un Léonie Sonning Music Prize danés, siendo, como ya se ha sugerido, uno de los puntales del jazz contemporáneo y la creatividad jazzística sin inercias. El próximo 8 de mayo cumplirá 70 años, aniversario del que dará buena cuenta ECM.
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