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Portada de la primera edición de La metamorfosis. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 16 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- Hace un siglo Franz Kafka convirtió a Gregor Samsa en un bicho raro, para demostrar que era un insecto antes de la metamorfosis. Pero eso no justificaba que la portada del relato del insecto humano –con sus innumerables patitas escuálidas y su caparazón duro– fuera ilustrado con uno. «¡Eso de ninguna manera, por favor!», escribe el autor al joven editor Kurt Wolff un año antes de que apareciese publicada La metamorfosis. Kafka llevaba una década escribiendo, no había publicado nada, pero no desatendía la edición de sus trabajos, se preocupaba por el correcto encaje de todos los elementos, tipografía y cuerpo de letra incluidos, escribe Peio H. Riaño para El Confidencial.
«No pretendo coartar su libertad de expresión, sino que se lo pido desde mi condición de obviamente mejor conocedor de la historia. El insecto en sí no puede ser dibujado. Ahora bien, ni siquiera puede mostrarse desde cierta distancia», puede leerse en el libro Autores, libros, aventuras, publicado por Acantilado, sobre los recuerdos y correspondencia del gran editor europeo con uno de los autores decisivos en la literatura universal.
Kafka prefería una visión de los padres ante la puerta cerrada del cuarto de Samsa. Si en algo ha coincidido la Humanidad en estos últimos cien años de guerras y conflictos, de desacuerdos y tortazos, ha sido en empotrar un parásito en la carátula de cada nueva edición del mítico escrito y traicionar la voluntad del autor. Wolff debió ser el único editor que tuvo en cuenta las súplicas.
También fue el único que tuvo que mandar ejemplares de la edición a Kafka para que regalase entre sus amigos, porque no vendía ni uno. La liquidación de las ventas de 1922 y 1923 era tan insignificante que prefirió no comunicarle la ridícula cantidad. «A modo de compensación, le haremos llegar un envío de libros en los próximos días», que «tal vez le resulten de utilidad para regalar». Kafka muere un año después, sin ni siquiera haber recibido el paquete.
Como explica Isabel Hernández, traductora de la nueva edición de La metamorfosis que publicará la editorial Nórdica en marzo –con prólogo de Juanjo Millás–, la peculiaridad de su obra no es más que una consecuencia de las condiciones tan poco favorables en las que se desarrolló su vida.
Y cita la entrada del 3 de enero de 1912 en su diario, para argumentarlo: «Cuando en mi organismo se hizo evidente que la literatura era la manifestación más productiva de mi personalidad, todo tendió a ella y dejó vacías todas las facultades que se orientaban hacia los placeres del sexo, de la comida, de la bebida, de la meditación filosófica, y principalmente de la música. Me atrofié en todos los aspectos. Esto fue necesario, porque mis energías, en su totalidad, eran tan escasas que únicamente reunidas podían ser medianamente utilizables para la finalidad de escribir».
Miedo al futuro
Es el relato más largo de todos los que escribió y su propósito, recuerda Isabel Hernández, era hacer algo breve que le liberara del atasco al que había llegado en la composición de una novela: América. «Su transformación viene propiciada por la intransigencia del mundo laboral, por las carencias del sistema familiar, por su inconformidad con el destino y por su terrible miedo al futuro. O lo que es lo mismo, por la problemática de un yo escindido y de su integración en la sociedad», asegura la traductora.
La primera alusión que tenemos a la creación de La metamorfosis asoma el 17 de noviembre de 1912, cuando escribe a Felice Bauer una carta, que no será la única que le escriba ese día, a pesar de que tiene que escribir «un cuento que me ha venido a la mente en la cama, en plena aflicción, y que me asedia desde lo más hondo de mí mismo». Cinco días más tarde ya tiene el título del relato y prácticamente cerrado, pero no quiere dárselo a leer a su amada, prefiere leérselo él.
«Verme obligado a tener tu mano en la mía, pues la historia es un poco terrorífica. Se llama La metamorfosis, te daría un miedo espeluznante, pero tú a lo mejor sentías agradecimiento, pues miedo es, por desgracia, lo que te debo de estar dando todos los días con mis cartas», podemos leer en la edición de las cartas que Kafka manda a Felice, entre 1912 y 1917, publicado también por Nórdica. El 5 de diciembre de 1912 escribe de nuevo para comunicarle que el héroe de su cuento ha muerto. «Si ello te consuela, te diré que ha muerto bastante apaciblemente y reconciliado con todos».
El uno de marzo de 1913 lee La metamorfosis en casa de Max Brod. El cuento se publica en octubre de 1915, en la revista mensual Die Weissen Blätter. En diciembre del mismo año, en libro. Cien años después de que la familia se santiguara y diera gracias a dios ante el cadáver de su hijo insecto, al que golpearon, maltrataron y abandonaron, el bicho raro de Kafka continúa entre nosotros, cada vez que despertamos de «un sueño intranquilo»
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