Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Luis Duarte
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martes, enero 13, 2015

Literatura / Entrevista a Luis Duarte

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Duarte abordó en sus cuentos situaciones extremas, «que reflejan cómo uno se para frente a la realidad». (Foto: Rafael Yohai)

C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- «En estos cuentos hay una carcajada feroz hacia la muerte», señala el escritor, quien esboza una explicación sobre la elección de la temática: «Yo creo que no me termina de cerrar la finitud y la saco con la escritura». Responde Duarte en la entrevista de Silvina Friera para Página/12:

En el cuadrilátero de la ficción, Luis Duarte es el «Torito de Monte Castro», un narrador que está convencido de que un relato puede ser tan radical y extremo como un vertiginoso match de boxeo. Cada uno de los 32 cuentos de Fósforos gemelos (Grupo Editor Latinoamericano) martilla el sentido de la existencia donde más duele y expulsa los demonios de la muerte. Aunque como sucede con Fermín, el protagonista de uno de los relatos, asediado por el número siete –que lo persigue por la calle y lo putea–, muchas veces la cabeza golpea contra la pared de las tentativas malogradas. Algunos se animan a dar el gran salto al vacío o al agua para noquear al sufrimiento. Los ojos de los lectores, inquietos y curiosos, suben peldaño tras peldaño por las escaleras que despliega el escritor; un mundo más sombrío, con criaturas que tienen que lidiar con una voz interior que las atormenta o con una «hermandad de palabras» que consigue no quebrar el frágil cordón umbilical de un hombre desesperado, cacheteado en su paternidad a distancia.

«La soledad fabrica anticuerpos contra la boludez», se lee en «Escaleras al cielo». Verónica González subraya en el prólogo de Fósforos gemelos, segundo libro de Duarte, la «temible sinceridad que nos ofrecen los personajes de estos cuentos, donde la entrega es inmediata y cada uno se desnuda con sus miserias y con esa porción milagrosa de esperanza». El escritor –que nació en Lanús en 1969, vivió en Banfield y ahora patea las callecitas del barrio Monte Castro– dice a Página/12 que no le gusta teorizar porque lo convoca «más la práctica» de la escritura. El autor de los relatos La herradura de Freud cuenta que tiene «ideas rumiantes» que necesita escribirlas antes de que se transformen en cuentos. «La ficción aparece cuando ponemos el ojo en algo que no necesariamente se mira en una primera instancia; por eso hay que estar con el radar en alerta, un cuaderno y una birome a mano.»

¿Por qué aparece mucho la muerte en estos cuentos?

Sobrevuelan la muerte y la locura al mismo nivel. Es difícil explicarlo. En mi anterior libro los cuentos tenían otra tónica, otros matices. A pesar de que la finitud está en cada uno de nuestros actos, la muerte, por alguna razón, me pegó mal. El tema me empezó a rondar. En enero del año pasado nos fuimos con mi mujer y mi hijo a Villa General Belgrano (Córdoba). Y ahí un muchacho me contó una historia real, acontecida dos o tres años antes en el dique Los Molinos. Encontraron sumergido un auto con un papá y un hijo, después se supo que el padre sabía que el hijo tenía una enfermedad terminal. Eso era todo lo que necesitaba para exorcizar la muerte; tomé la historia pero mis personajes y sus nombres son puramente ficción. Cuando terminé de escribir el cuento «Fósforos gemelos», me hubiera tomado un vino o un champán, porque me sentía en un estado de éxtasis. Pero lo festejé tomando un mate (risas). Puse la pava y fui a buscar los fósforos, y cuando abrí la cajita, me encontré con unos fósforos gemelos.

La muerte también está en «Laberinto roto», que es como la crónica de un suicidio anunciado que no se produce, ¿no?

Sí, es el primer cuento, creo que es esperanzador, a pesar de que es muy duro lo que se narra, lo que le pasa al personaje. Cuando hice la selección de los cuentos, me di cuenta de que estaba mucho la muerte. Me gusta ser fiel a aquello que me pasa. Si hay algo que me fascina de la ficción es que se puede entrar tanto por una claraboya como por una tranquera. El tema es entrar y una vez instalado ver qué sucede. En estos cuentos hay una carcajada feroz hacia la muerte.

¿Cómo explica el recurso de escribir cartas o lo que se podría llamar «la voz de la conciencia», que se percibe en cuentos como «La voz»?

Ese cuento surgió porque una compañera de trabajo me dijo: «¿Por qué no intentás escribir desde la mente de una mujer?». Me pareció un lindo desafío, no sé si está logrado, pero lo intenté. La voz de la conciencia, las cartas, son herramientas para completar los cuentos. Es como entrar al mar: lo primero que ves es una abundancia de agua. Los cuentos tienen su peso pero al haberlos escrito, me siento más liberado. Hay otro cuento en que una señora ve una foto de un ex; son situaciones extremas que reflejan cómo se para uno frente a la realidad, desde qué lugar la otea.

¿De qué se libera cuando escribe?

Uno escupe miedos; de algo se quiere reír, frente a algo se quiere oponer, como si fueran contracaras de las convenciones. Al mismo tiempo, uno sabe que es finito. Yo creo que no me termina de cerrar la finitud y la saco con la escritura. Son pequeños estadios que me van abarcando y que necesito drenarlos... Tengo otros 33 cuentos también, creo que no voy a publicar más que tres libros (risas). Fósforos gemelos es como un segundo hijo que me salió así, un poco más oscuro, y lo que tengo que hacer es aceptarlo. Traté de laburar el tema del microrrelato, que no había en mi primer libro. Hay uno que se llama «Catalejos empañados» y tiene varios títulos de Los tres chiflados mientras se cuenta la historia de una pareja que escapa de gente que los quiere aniquilar. Sé que después de haber leído los microrrelatos de Ana María Shua, que es una maestra, parece una falta de respeto escribir microrrelatos. Pero me animé... Me siento en deuda porque me parece que no te respondí de qué me libero cuando escribo... No doy con el punto porque quizá ni hasta yo mismo lo sepa (risas).

¿Cómo fue la experiencia de animarse al microrrelato?

Fue placentera: ¡por fin ponemos un término piola! (risas). Es como una mordedura, algo inminente que sucede, un corte en la yugular: decirlo de la forma en que venga para poder cerrarlo.

¿Qué le interesa de la locura?

La locura es como querer definir el amor: ¿Cuándo una persona está loca? ¿Quién define la locura? Me interesa esa ambigüedad ante cualquier hecho primario que todos miramos como espectadores, como en una película en la que sabés lo que va a pasar. El mostrar otra cosa quizá para mí no sea la locura. ¿Hasta qué punto la locura está con nosotros, convive, es hermana nuestra, puede ser nuestra sombra? ¿Están tan mal los internados en un neuropsiquiátrico, son anormales? Es algo que me pregunto mucho. El editor Luis Tedesco me dijo que «sobrevuela la locura». Quizá no me banco la realidad. A veces la realidad te oprime y la ficción te permite liberarte. Yo no sé si somos conscientes de que estamos ante una chispita de cometer lo que para la sociedad es una locura. A veces son locuras que hacen bien, como romper amarras mentales, no estar con nadie por compromiso, no dejar que te maltraten.

Esa chispa de la locura es un misterio demasiado incómodo. Cuesta pensarse más cerca de la locura porque se teme verse reflejado en ese espejo...

Desde luego, pasa lo mismo con la muerte. Si un tipo se tira y se mata, lo primero que hacemos es taparlo para no vernos en él. Con la locura creo que pasa algo idéntico. Me atrevería a decirte, con temor a equivocarme también, que es algo inherente, que está en nosotros y que no sabemos de qué somos capaces. Hay vocecitas que aplacan y amordazan la locura. Pero la locura está en todo momento, aunque no querramos mirarla a los ojos.



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