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El famoso cuadro. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- El Síndrome de la Fatiga de Las Meninas (SFLM) es un mal que padecen los historiadores que han dedicado mucho tiempo y mucha reflexión al estudio de este cuadro enigmático, como reconoce el hispanista Jonathan Brown (Springfield, EEUU, 1939). El agotamiento no es el cuadro, sino las múltiples interpretaciones que se han publicado sobre la obra de Velázquez. «Y parte de la culpa la tiene Michel Foucault, cuyas reflexiones sobre Las meninas hicieron que muchos autores se apuntaran a la caza de esa presa», explicaba en una de sus conferencias celebradas durante la cátedra que ofreció en el Museo Nacional del Prado, en 2012, y que ahora aparecen publicadas en un libro de Abada editores, reporta Peio H. Riaño desde Madrid para El Confidencial.
En ellas el autor reflexiona sobre pintores como Ribera y El Greco, además del sevillano, y se ocupa del riesgo de las atribuciones y de otras cuestiones que debilitan el crédito de la historiografía. Y a pesar del SFLM, el irónico historiador estadounidense advertía que daría una vuelta más a la interpretación del cuadro más famoso del Prado, «aunque pueda parecer temerario». Antes de ofrecerla tiró al plato y dio en la diana de los historiadores del arte tradicionales, «todos adolecían del mismo problema»: «Se aferraban a algún detalle o rasgo del cuadro que les abriera la puerta a una interpretación definitiva».
«Un día estaba yo en el coche por Princeton y tenía la radio puesta: estaban entrevistando a un cantante pop», así arranca el sabio Brown el relato de cómo vio la luz para reinterpretar el enigmático cuadro. El experto viaja al pasado hasta el primer público que contempló la obra para ver que la cruz de Santiago en la pechera del pintor hace imposible datar el cuadro en 1656, ya que fue nombrado el 29 de noviembre de 1659 (murió el 6 de agosto de 1660). «Tal vez por eso Antonio Palomino se inventó la anécdota de que la cruz se añadió, por deseo del rey, ya fallecido Velázquez».
La sutil pincelada
Sin embargo, los exámenes técnicos no han detectado la existencia de dos capas de pintura. El tratamiento de la cruz coincide con el del resto del lienzo «y su sutil pincelada». Así que la fecha de la pintura debe situarse entre el 28 de noviembre de 1659 y el 1 de abril de 1660, cuando Velázquez parte a Irún acompañando al rey. Es decir, cuatro meses de ejecución y la conquista de lo difícil con aparente facilidad.
«Cuando quería, Velázquez era capaz de pintar muy deprisa». Lo más grande de todo es que fue ejecutado sin preparación, como una «improvisación calculada». De hecho, compara las pinceladas con los movimientos de un maestro de ajedrez. «La seguridad de Velázquez en sí mismo raya con la arrogancia», señala el maestro como un rasgo esencial de su personalidad.
«Mi hipótesis se basa en la idea de que Las meninas es meramente producto de la imaginación del pintor. Los hechos se convierten en ficción», dice. Es decir, un retrato familiar, inventado. «Las meninas es la forma que tiene el artista de decir: «Gracias, majestad»». Para Brown se trata de una «interpretación manipulada» de la realidad de la vida en palacio. «Velázquez deseaba crear el mejor cuadro que el rey hubiera visto jamás».
La gran ficción
Dicho de otro modo, Las meninas es una transgresión de las reglas. «Es un fruto de la imaginación con el que el pintor quiere poner de manifiesto su virtuosismo y originalidad sin precedentes. Velázquez propone nada menos que una manera de pintar». Para Brown, Velázquez sumió en las sombras a sus eternos rivales, Tiziano y Rubens. Los respetaba, pero los quería superar. Y no se le ocurrió mejor manera que dejarles al fondo de Las meninas y Las hilanderas, como meras notas a pie de página en su tesis doctoral sobre el arte de la pintura.
Además, señala que en el siglo XVII la disputa entre dibujo y color ardía y Las meninas refutó a quienes defendieron hasta el momento la excelencia del dibujo sobre la fuerza de la pintura colorista. Por eso llega a la conclusión de que lo pintó para exhibir los infinitos recursos que poseía como pintor colorista, porque no hay en todo siglo XVII un cuadro comparable: «La superficie del lienzo parece un revoltijo de pinceladas que no están coordinadas entre sí, y después, milagrosamente, una vez que hemos dado esos pasos atrás, todo está en su sitio».
Así que no hay misterios en Las meninas, no hay significados ocultos que descubrir, dice el científico para espantar cabalistas, códigos que descifrar o secretos que revelar. «Las meninas es un ejemplo no superado de maestría pictórica y una demostración de la inquebrantable confianza en uno mismo que se necesita para poner en solfa no sólo la jerarquía social de la corte española sino también los cánones del arte occidental».
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