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C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de septiembre de 2015. (RanchoNEWS).- La capacidad de admirar y, con voluntad complementaria, «la decisión por circular por rumbos por lo común inexplorados o inadvertidos», es la constante en la obra de la fotógrafa Mariana Yampolsky que el crítico y ensayista Carlos Monsiváis advertía en el libro Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México, al hacer apuntes de ese trabajo, «tan exigente y prolífico», con el que Yampolsky, «se propuso ver y dotó a ese verbo de sus rasgos personales: sencillez, talento, humor no tan ocasional, actitudes solidarias, pasión estética y, sin pretensiones, complejidad». Una nota de Rafael Miranda Bello para Excélsior.
Nacida en Chicago el 6 de septiembre de 1925, Mariana Yampolsky era hija de un matrimonio judío formado por Hedwig Urbach, de origen alemán, y el pintor, escultor y ebanista ruso Oscar Yampolsky. Pasó su infancia en la granja de su abuelo paterno en Crystal Lake, Illinois, y más tarde estudió la licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad de su ciudad natal.
Después de la muerte de su padre, Yampolsky viajó a la Ciudad de México en 1944, interesada en las actividades del Taller de la Gráfica Popular (TGP) y decidió quedarse para estudiar dibujo y pintura en la Escuela de Artes «La Esmeralda», al mismo tiempo que iniciaba una carrera como grabadora que la llevaría a convertirse en la primera mujer en formar parte del Comité Ejecutivo del TGP.
A finales de la década de los 40 tomó un curso de fotografía en la Academia de San Carlos con Lola Álvarez Bravo, de quien aprendió «a darle más importancia al objeto o a la persona fotografiada que a la técnica» y participó en el rescate del archivo de la colección Casasola.
El espaldarazo en el oficio fotográfico lo recibió del arquitecto Hannes Meyer, exdirector de la Bauhaus, al encargarle la realización de los retratos de sus compañeros grabadores para la publicación del libro que conmemoraba los 12 años del TGP, y en el que también colaboraron Manuel Álvarez Bravo, Rafael Carrillo y Leopoldo Méndez.
Se naturalizó mexicana en 1958 y dos años más tarde llevó a cabo su primera exposición fotográfica en la Galería Manuel María Velasco. Al desbandarse el TGP a consecuencia de desacuerdos internos, trabajó en el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, participando en la edición del libro José Guadalupe Posada. Ilustrador de la vida mexicana (1963), y entre 1962 y 1965 se dedicó a viajar por el país tomando fotos que formarían parte del libro Lo efímero y eterno del arte popular mexicano (1971), editado en colaboración con Leopoldo Méndez, que significó su primer trabajo profesional y con el cual, como Yampolsky lo afirmó en varias ocasiones, «le prendió el amor por la fotografía».
Trabajo constante y riguroso
Viajera incansable, coordinadora editorial de diversos volúmenes, entre los que destacan la colección de libros infantiles Colibrí (1979), La imagen de Zapata (1979), Imaginación y realidad (1980), El ciclo mágico de los días (1980), Diego Rivera y los frescos de la Secretaría de Educación Pública (1980), y Juguetes mexicanos (1981); coleccionista de arte popular y curadora de las exposiciones Memoria del tiempo. 150 años de la fotografía en México (1989) y Bailes y balas. Ciudad de México 1921-1931 (1991), Yampolsky falleció la noche del 3 de mayo de 2002.
Su producción fotográfica, consistente en más de 60 mil negativos, ha sido mostrada en cientos de exposiciones individuales y colectivas alrededor del mundo, forma parte de acervos internacionales, públicos y privados, y una parte significativa de la misma se encuentra contenida en los libros La casa que canta. Arquitectura popular mexicana (1982), La raíz y el camino (1985), Estancias del olvido (1987), Tlacotalpan (1987) y Mazahua (1993), que publicó en conjunto con la escritora Elena Poniatowska, a quien la unió una amistad constante, prolongada y «plástica», en la que no en pocas ocasiones lograron mostrar con su trabajo «una misma sensibilidad, una misma mirada».
La fotógrafa Alicia Ahumada, impresora de las imágenes de Yampolsky durante dos décadas, dijo al periodista Luis Carlos Sánchez en una entrevista para Excélsior, que la recordaba «riendo gozosamente y virando el volante de su VW blanco para interrumpir su marcha y dedicarse a disparar su cámara», y con motivo del homenaje nacional posterior a su fallecimiento, en el que se realizó la exposición colectiva Evocaciones (2002), rememoró una conversación en la que Yampolski mencionó: «La fama no es mi objetivo, el trabajo constante y exigente es mi motor; no tenemos que inventar nada, todo está ahí sólo hay que descubrirlo, fotografiarlo y gozarlo».
Años antes, Poniatowska había escrito en el catálogo de la muestra Imagen y memoria (1999) que «más que ningún otro fotógrafo», Yampolsky se había «acercado al impulso vital que singulariza a nuestro país, su poderoso afán de sobrevivencia, la colosal hazaña de llegar hasta la noche. `Y sin embargo estoy aquí´ parecen decir sus fotografías de hombres, mujeres y niños plantados frente a un escenario de pobreza. Y de belleza. La belleza es el canon de su obra entera».
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