El poema
no sabe
ni sospecha
la frente
en que caerá
después de muerto.
La vida
es un responso
a flor
cerrada.
Un verso
clavado
la espesura
es señal de
presa ambigua.
No hay figura
que entrañe.
El poema
mira
por todos
lados
con sus
ojos de mosca
y no caben
en sí
sus visiones.
Estoy de él
cubierto
por su saliva
y tatuado
por todos
sus versos,
así me miran
los que leen.
Cuando
su cuerpo
se llena
de versos
como agujas
de erizo,
pican la lengua
al memorioso.
En los libros
manchan
las páginas
junto a las flores
marchitas
que indican
las caídas
fatales.
La espera
de los versos
es picata menuda
servida
en plato
plano
pero enriquecedor.
En lugar
del papel
prefiero guardar
mi poema
en el bolsillo,
entre mis monedas
baratas.
Pagar con él
a la puerta
del Inferno
para no
pasar.
Mi poema
está escrito
en la palma
de mis orejas
montadas
con rimas
en M.
Oigo
trinar
unos versos –
los percibo
solos
haciendo lo suyo
verbal— cantar
para sobrevivir—
en la operación
de la suma
el resultado
es Poema
vivencia
a cuentaversos
de laúd.
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